JAVIER PUEBLA

                     

RESUCITAR A LOS MUERTOS

 

Siempre hay alguien a quien echamos de menos más que a los otros, quizá no a quien más hemos querido o nos ha querido, sino alguien cuya figura y vida vamos mitificando en el recuerdo. Sería fantástico, ¿verdad?, poder resucitarlos. A aquellos que hemos querido, que echamos de menos, a nuestros muertos.
Y eso es exactamente lo que me propongo hacer este año, este curso (seamos precisos cuando hablemos de algo tan impreciso como el tiempo). Voy a convertir mi taller literario en un lugar en el que cualquiera, con un mínimo esfuerzo, pueda resucitar a sus muertos. Por supuesto no tengo veleidades mágicas o espiritistas (quizá un poquito sí), no sueño con poder ordenar: “Lázaro levántate y anda”, “Abuelita levántate y anda”, “Marta Rabanal, levántate y anda”. Mi poder, soy consciente, no llega a tanto. En mis manos no está el devolver la vida, pero sí el lograr que quien quiera pueda convertir lo que fue una vida en palabras, en un libro concreto.
Cuando murió mi abuela paterna, a quien llamaban Maxi (nombre que ella odiaba) yo tenía veinticinco años y escribí una poesía que leí en la iglesia o el cementerio, no recuerdo, en la que la hablaba, en la que le prometía que nunca iba a olvidarla y haría lo posible para que su nombre, aunque a ella no le gustara, fuese conocido: Maximina González Briz. “Morir es nacer para el recuerdo/ y yo te prometo, abuelita/ que mientras yo viva/ tu recuerdo vivirá conmigo”. Jamás he olvidado ni dejado de cumplir esa promesa. Pero hay más muertos, y concretamente uno que “creo” desea volver, se llamaba Camilo Alonso Vega; me citó en Hong Kong en el año 2007, para continuar una conversación que habíamos comenzado en El Escorial, pero aunque viajé a Hong-Kong no llegué a verlo porque él estaba en coma. A él es a quien querría resucitar, humilde e insuficientemente resucitar, dibujarlo con palabras para que otros puedan conocerlo. Pero solo me es imposible lograrlo; necesitaría la ayuda de su única hija, a quien he intentando localizar sin éxito. Y para encontrarla, para hacer volver a mi amigo, he creado un nuevo curso en mi taller literario –curso al que se puede apuntar cualquiera que quiera recordar, fijar la memoria de sus muertos.
La literatura, me parecía en un principio, era soledad, trabajo de uno solo. Mentira. Jamás es trabajo de uno solo. Sin lector, para empezar, no hay libro; el Quijote valdría menos que una guía de teléfonos si nadie lo hubiese leído. Pero también en la escritura, lo he aprendido con mi pequeño taller, se pueden sumar inteligencias. Supongo que me comprenderá cualquier persona que piense un poco cuando ahora lea que “me es más fácil ayudar a resucitar a los muertos de los demás que convertir en palabras a los míos”.
Vivimos en tiempos vocingleros y con vocación de pequeños, pero quizá en el futuro, cuando ya no estemos, alguien nos llamará, nos escribirá y convertirá en inmortales personajes de una novela o cuento, y logrará así que ya no estemos –completamente- muertos.

Nosotros, cualquiera, podemos hacer lo mismo con quien ya no está pero aún admiramos o queremos.

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Seis.Cinco.Nueve.Dos.Cuatro.Cuatro.Tres.Ocho.Cero.

 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos