El Herraldes , se publica en diferentes versiones, por motivos de espacio y filosofía, en La Opinión de Murcia y Cambio16, y en esta web; mes de diciembre.

El Herralde


El Herralde de este año, el ganador del premio Herralde de este año, se llama Alberto Barrera Tyszka y su novela se titula La enfermedad. Es magnífica, pero no para cualquiera. No para cualquiera porque cuenta la historia de un médico, un oncólogo, que se ve obligado a comunicarle a su padre -un padre que es a la vez madre pues la verdadera murió cuando el narrador tenía diez años- que está enfermo, mortalmente enfermo, de cáncer. La teoría del doctor Javier Miranda es que a los enfermos hay que decirles la verdad crudamente, sin tibiezas ni adornos: le quedan tantos días o tantos meses en el valle de las lágrimas, después... adiós. Pero cuando el enfermo es su padre, su propio padre, no es tan fácil, es una novela, una magnífica novela porque Alberto Barrera Tyszka lleva la narración con absoluta elegancia y el suficiente distanciamiento, pero aún así confieso que no me atrevo a recomendársela a cualquiera, aunque a quienes se la he recomendado, y la han leído, me han agradecido la recomendación: buenísima, me ha encantado, excelente, uno de los mejores premios que he leído en mi vida.
Asistí a la presentación del libro en Madrid el lunes once de diciembre en el bar Hispano, el cuartel general de Anagrama en la Villa y Corte, y el ambiente era excelente aunque no había tantísima gente como otros años (Madrid se quemaba en presentaciones literarias ese día). Hablé largo con Jorge Herralde (se le veía cansado, pero ello no afectaba a su amabilidad proverbial, a su calidad de conversador y cuidador de sus productos: sus libros, sus hijos). Y también con Juanjo Millás, Magrinyá, Lola Beccaria, Diego Valverde y otros amigos. El ambiente, ya digo, era excelente. En un momento dado reconocí una cara pero no fui capaz de ponerle nombre; supuse que era alguien de Anagrama. Corrí tras aquella cara por todo el bar.
-¿Eres de la editorial?
-No, soy la dueña del Hispano.
Entonces me vino a la memoria el nombre, Ana, se llamaba Ana. Y le recordé quien era, la última vez que la vi, en compañía de uno de los personajes más fascinantes que he conocido en mi vida, Rafael Vilar, El Coronel, el empresario que mejor se movía en África (allí le conocí), miembro de la familia fundadora de una de las constructoras que hoy forman Necso.
-Ah, sí, Rafael, que persona tan entrañable.
-No le veo desde que me invitó a comer un "arroz ciego" precisamente aquí, en el Hispano. ¿Sigue viniendo?
No, no seguía yendo por el Hispano. Ni por el Hispano ni por ningún sitio. Había muerto. Ha muerto. Me lo dijo elevando la voz sobre el colchón de risas y conversaciones. El Coronel había muerto. Reuní fuerzas para despedirme de amigos y conocidos y en cuanto pude salí, me quedé solo, caminando por la Castellana fría y desolada. La vida y la muerte juntas en la misma fiesta. Y no era literatura. Era la realidad. La implacable realidad que nada sabe de sueños, ni vanidades.

 

 

 

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