JAVIER PUEBLA

                     

UN HELADO EN BRUIN

 

Emilio Pascual, El número de la bella, 2011.By Fénix, copyright.Cuando yo era un niño y llegaba el verano a Madrid, con sus días largos y el calor seco, lenitivo y agradable, indefectiblemente a últimos de junio sonaba el teléfono de mi casa al final de una tarde y mi madre, tan guapa y poderosa por aquel entonces, se iluminaba como si acabase de llamarla su novio, y es que en realidad era su novio, su único novio de toda la vida quien la estaba llamando: mi padre. Y ella corría a arreglarse y a vestirnos de gala, pequeña gala, a mi hermano y a mí, porque mi padre había avisado que salía ya de la oficina e iba a pasar a buscarnos para llevarnos a tomar un helado, el que nosotros quisiéramos, en la mejor heladería de Madrid, subrayaba siempre mi madre haciendo brillar sus dientes blancos en el interior del marco de sus labios pintados de rojo oscuro. Había que atravesar la ciudad de punta a punta, y lo hacíamos en el mil quinientos de mi padre con las ventanillas abiertas, felices mi hermano Eduardo y yo en el asiento trasero viendo a mis padres contentos y bromeando como recién casados. Aparcaba mi padre en la puerta y salíamos del coche casi volando, para posarnos ante el mostrador donde el paraíso se habría transformado en algo comestible y helado, y e mi madre comentaba que además de los helados, los cucuruchos de barquillos eran los mejores que había en toda la ciudad, en toda España, en todo el mundo. Y el mundo entero se volvía un lugar perfecto porque estábamos todos, los cuatro, la pequeña familia, en el lugar de los elegidos, en la esquina del Paseo del Pintor Rosales con la calle Marqués de Urquijo, en la heladería Bruin.

Nunca volverá a pasar. La semana pasada cerraron la heladería Bruin. Un millonario caprichoso ha comprado el local, me dijo la empleada el día anterior al cierre, porque -como el hombre sentimental que soy- jamás he dejado de ir a Bruin, he llevado allí a cuantas personas he amado o apreciado. Hace poco, y sin saber de la inminencia del cierre, estuve con mi mujer y mi hijo que, sabiendo de mis obligados malabarismos con el dinero, sentenció: estos helados son más caros que en otros sitios, papá, pero merece la pena; y me hizo sentir el latido eterno de la vida era eterna e imaginé que algún día mi hijo llevaría a sus hijos a tomar un helado a Bruin. Ahora sé que no será así.


Bruin era para mí tan mágico que me daba igual que estuviese cerrado. Infinitas noches he salido de casa, cogido el coche, aparcado no demasiado lejos de la puerta, y me he encontrado con el local cerrado, pero yo igual paseaba por Pintor Rosales, en el pecho aleteando la felicidad simple de cuando era niño y mi padre y mi madre y mi hermano íbamos juntos, casi ingrávidos, a tomarnos el primer helado del verano.


Bruin fue para mí lo que Tiffany´s para Holly Golighly, la protagonista de la novela más deliciosa de cuantas escribió Truman Capote. En Tiffany´s nada mala le podía suceder, en Bruin nada malo, ni a mí ni a los míos, nos podía suceder. La diferencia final, la suerte de Holly Golighly, estriba en que ella, como personaje fiticio, jamás verá como desaparecer Tiffany´s. Pero acabo de decidir que yo tampoco, seguiré sacando Bruin en cuentos y novelas, esta noche subiré a mi coche y, como tantas otras, iré hasta Pintor Rosales, para tomarme un helado, un helado en Bruin.

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos