JAVIER PUEBLA

                     

MINGOTE

Mingote. Imagen de prensa tratada por Daniel Fénix y Jack The Monjas, copyright.Enciendo el televisor y ahí está, abro cualquier periódico y me lo encuentro, acudo a una cena o una comida y enseguida alguien se pone a hablar de él, del hombre afortunado y amable e ingenioso, alguien a quien hasta La Muerte respetó hasta más allá de los noventa años: Antonio Mingote. En muchos momentos, ocasiones, había sido ombligo de la atención de los medios, pero jamás con la desmesura que ha alcanzado con su muerte. Mientras lo escucho hablar -el cine o el video o la imagen en movimiento permite el inquietante milagro de que podamos seguir viendo y escuchando a quienes están muertos- pienso que ante todo fue un hombre que tuvo suerte, mucha suerte, “todo le salió rodado”, en sus propias palabras, pero también fue alguien que supo aprovechar esa suerte. No lo considero, y pido perdón por la sinceridad, un dibujante genial, creo que era más brillante como escritor, que sus célebres chistes alcanzaron la categoría de tales gracias a la frase perfecta y sintética que los definía: Vote a Gundisalvo ¿a usted qué más le da? Si hubiese nacido cuarenta años más tarde probablemente se habría dedicado a escribir jingles publicitarios, y aunque habría sido el mismo su nombre ahora no sería conocido, ni habría entrado en la Academia de la Lengua, doquier en el que ningún creador de slogans ocupa siquiera una banqueta sin brazos ni respaldo. Creo o intuyo que Mingote era lo suficientemente inteligente para saber que lo que estoy escribiendo era cierto, que había estado en el sitio oportuno en el momento oportuno y que su verdadero gran mérito fue lograr mantenerse, no dejar de trabajar (en su privilegiado trabajo-juego) y conservar los pies dentro del tiesto: nada de excesos ni frases ni dibujos demasiado subidos de tono. Lo estoy mirando ahora mismo, hablando en una tertulia, la cabeza un poco hacia atrás, todo él un poco hacia atrás, humilde por inteligencia y convencimiento, esforzándose en no concitar iras o rencores innecesarios, como un buen banquero que no alardea jamás de su fortuna, no vaya a ser que alguien enloquezca de envidia y se crea Robespierre y le corte la cabeza. A Mingote, mirando su vida desde el momento presente, no parece que nadie haya querido cortarle la cabeza, que tuviese enemigos feroces cuyo sueño fuese aniquilarlo; es lo bueno de vivir tantos años, morir siendo ya un viejo inofensivo; pero probablemente no es cierto, apostaría a que en algún momento fue más audaz de lo debido, que en algún momento se le escapó alguna impertinencia contra alguien poderoso y fueron a por él, aunque sin suficiente éxito como para defenestrarlo, quizá porque tenía padrinos, amigos, duros y bien bragados, quizá porque la suerte nunca quiso abandonarlo, o quizá porque sus reflejos le permitían retroceder rápido. Entre sus contemporáneos es probable que hubiese dibujantes con más talento, escritores más dotados para la frase precisa y dardo, pero a él se le dieron los ingredientes necesarios y él sumo meterlos en una coctelera y agitarlos. Bebamos a su salud, y en su memoria, el excelente coctel que fue Antonio Mingote, humilde y afortunado.

 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos