JAVIER PUEBLA

                     

CRISPACIÓN

 

Huele a violencia, a tanta violencia que ni siquiera los más vocingleros o bocazas se atreven a alzar demasiado la voz o subir un dedo con gesto amenazador, inconscientemente temerosos de que la cerilla encendida en un momento de crispación pueda quemar un bosque entero. Y ahora, además, ha llegado el calor: las cerillas se pueden encender incluso por error, sin la intervención humana, por capricho o indiferencia del sol. En Mad Madrid -me gusta llamar así a la ciudad en la que vivo- de momento no hay hambre, o al menos no demasiada hambre, aunque cada vez más personas meten el hocico -la miseria convirtiéndoles en animales- en los cubos de basura y en las papeleras, incluso en las instaladas en el interior de las estaciones de metro: los inspectores, en grupos de tres -¿es el miedo?- buscando gente que se haya colado o simplemente que haya extraviado su billete (me sucedió hace unos pocos días) para multarla haciendo ruido, porque lo importante no es cobrar treinta euros: veinte veces el importe del ticket de viaje, sino que se note con la máxima claridad posible que la autoridad mantiene el palo en alto y lo descargará contra cualquiera que se desmande. Porque en Mad Madrid, como acabo de escribir en la frase anterior, aún no hay hambre, y como no hay hambre la amenaza del palo en alto todavía funciona, sirve de freno a la cerilla-crispación, aunque ya es evidente que si cien doscientas quinientas o mil personas decidieran a la vez entrar en el metro sin pagar no habría quien los detuviera; sucedió en muchas estaciones el pasado sábado doce de mayo cuando la ciudadanía, la pura ciudadanía sin ningún líder concreto -que maniobra tan inteligente- se dirigía a la Puerta del Sol para volver a recordar a los cerdos omnívoros que si continúan devorando casas y trabajos y calidades sociales hasta el herbívoro más inofensivo intentará cocearlos: los animales humanos que meten sus hocicos en los cubos de basura aguantarán exactamente hasta el momento en que sigan encontrando algo de comer entre la mierda y se lo puedan llevar al estómago y a los estómagos de sus hijos, pero cuando no haya nada que perder -y ese momento ahora ya no parece tan lejano- a ninguno importará destrozar, robar o matar. Pero que nadie se engañe y piense que los cerdos omnívoros son realmente los políticos, porque en realidad ellos también son víctimas; es el dinero -el gran dinero- el que se está moviendo, echándole un pulso a la democracia, a la igualdad y a otras muchas gilipolleces en las que el dinero jamás ha creído. Pero lo bonito del juego, del pulso que el dinero está echando a la política del llamando mundo civilizado -civilizado el maquillaje y punto, es que al dinero no le alcanza ningún fuego: crea miseria en Sudamérica y viene a Europa a celebrarlo (y viceversa), permite el hambre en África o Asia y en Suiza el oro apenas cabe -apenas- en las cámaras acorazadas de los bancos. Nada podemos ni los intelectuales ni los artistas ni las buenas personas ni los idealistas contra el dinero: y ahora mismo lo que acabo de escribir, se está -en Europa- demostrando.

 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos