JAVIER PUEBLA

                     

¿POR QUÉ LLAMAMOS LONDRES A LONDON?

 

Cuando me levanto mi mujer está limpiando la casa y el niño juega a la nintendo, todavía en pijama, en el salón. Esquivo la fregona, salto sobre el recogedor, me preparo un zumo de naranja y miro a mi alrededor. Pensaba que todo estaba limpio, hace sólo dos días lo había limpiado yo, pero “cremallera en el boquino” que si digo cualquier cosa seguro que es peor. Me pego a la pared para esquivar los posibles montoncitos de polvo y con pasos laterales llego hasta la terraza, con mi zumo, un banano y un café. Hum, se está agradable, en especial cuando me sitúo en el centro de un rayo de sol. Los escritores, ya se sabe, no hacemos nunca nada, pero si saco la libreta y el rotulador de punta de acero y me pongo a moverlo sobre el papel seguro que nadie vendrá a darme el follón. Lo bueno de las libretas es que no pueden apagarse, y ¡zás! que desaparezca lo que ya tengo escrito, como sucede algunas veces, sobre todo al responder correos electrónicos, con el ordenador. Lo malo de las libretas es que mi letra está hecha con patas de mosca –eso decía un simpático profesor- y no la entiendo ni yo, pero lo divertido de escribir es precisamente escribir, no leer lo escrito y mucho menos corregirlo: ¡qué horror! En la calle ronronea el motor de una furgoneta, los domingos montan un mercadillo a no demasiados metros de mi casa. ¿Y sobre qué escribo? Saco la libreta 2 –no es por hacerme el reaccionario pero las libretas se abren mucho más rápido que el más veloz ordenador- y me marco una especie de poema-chorrada, al que luego hasta pondré un título individual, el general ya está decidido desde hace siglos: SOSIEGO (antilibro), y garabateo unas palabritas sobre la magia de la noche y que por la mañana lo de la magia pues como que no, o al menos para mí como que no, porque al fin y al cabo y siempre que he podido me he pasado las mañanas dormido, inmune a furgonetas y niños llamando a sus mamás, sordo al timbre de la puerta, a la música de los vecinos o a las gárgaras del aspirador. No hay ningún libro completamente satisfactorio, ni siquiera Shakespeare, Cervantes o Proust, no hay ninguna columna o artículo de opinión perfecto e inolvidable, así que ¡a paseo! ¡ahí voy yo! ¿Quién se va a acordar en el futuro de lo que estoy escribiendo esta mañana? Juro que, desde luego, yo no. Dentro de nada, un suspiro en el tiempo, ya ningún periodista hablará ni de la crisis, ni de Merkel, ni de... ¿cómo se llamaba ese tío con barba y gafitas que preside España y que hace lo imposible para no dar explicaciones y no salir en la televisión? Levanto la cabeza a ver si algún perro se pone a ladrar y me veo obligado a dejar de escribir, pero no hay suerte; no. Así que me rasco la nuca, buscando inspiración. He leído varios libros este verano, y podría comentarlos; pero tampoco. No me apetece pensar en esas cosas, mejor algo más abstracto, más inútil. Ah, ya lo tengo, tema para la mañana entera, lo miraré en internet, y luego llamaré a algún amigo para que me de su versión. A ver quien me explica por qué los españoles llamamos Londres a London.

 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos