JAVIER PUEBLA

     
   

PÁJAROS CABREADOS


Cada vez que tengo un hueco, una inesperada isla de tiempo libre, enciendo mi ipad chino, y ni siquiera me molesto en activar la conexión inalámbrica para darme un paseo por internet o mirar el correo; tampoco me da por revisar viejas o nuevas fotografías archivadas en el frágil intestino de la máquina; ni siquiera padezco la tentación de ponerme a ver una película o el capítulo de turno de una serie de televisión. Vicios, los anteriores, todos anticuados y superados, lo que hago ahora, cuando aterrizo sobre mi isla de tiempo desierta de obligaciones inmediatas es, simplemente, apoyar el dedo índice en el icono situado en la parte superior izquierda de la pantalla táctil y abrir el mundo de los pajaritos cabreados: los Angry Birds. En un principio es un juego absolutamente estúpido: lanzar pájaros diminutos con una suerte de tirachinas sobre otros pájaros atrapados en jaulas, a los que se puede liberar, o sobre monos impertinentes de risa irritante: a los que puede matarse sin remordimiento ni piedad. Parece una chorrada, y es una chorrada, pero tiene una ventaja: es lo bastante difícil como para que sea necesario prestarle el máximo de atención. Y en realidad de eso se trata. No de que un pájaro blanquito y gordinflón lance huevos explosivos y luego salga disparado hacia arriba como un cohete, o que un pájaro amarillo surque el cielo a velocidad supersónica si se toca la pantalla cuando ya ha salido catapultado desde la horquilla o tirachinas o lanzapájaros de salida; aunque la variedad de pajaritos cabreados no está mal: hay uno pequeñito y azul con personalidad triple, o que se divide en tres cuando se le ordena con el toque digital de turno; hay otro explosivo; incluso un tercero que se hincha como si le hubieran metido helio a través del recto cuando encuentra un obstáculo. Estoy explicando todo lo anterior para demostrar que en realidad sí que juego a los Angry Birds, que no son tan solo el pretexto para escribir mi columna semanal, rellenar los 3100 caracteres que mando a Cambio16 los domingos por la noche, sino que es cierto que cada vez que veo en el horizonte emborronado de nubes y desastres y miserias una islita de tiempo en la que puedo hacer lo que quiero, abro la app de Angry Birds; y juego. Porque de eso se trata, de eso tratan todos los juegos -y también el placer de leer novelas, ver películas, dar paseos, o buscar el mazazo del alcohol o el oleaje del sexo; se trata de parar la realidad, de hacer que la realidad, cansada y maldita tantas veces, e ingobernable, casi siempre, desaparezca para nosotros, concentrados por completo en algo irreal -¿que menos creíble que unos pajaritos dibujados que se tiran con una horquilla de dos palos y una goma elástica para que vuelen dentro de la pantalla de un tablet? Por supuesto que eso mismo se persigue cuando se lee el diario o se ven los informativos de televisión; aunque en esos casos es más perverso, porque se llama realidad a lo que nos cuentan. La muerte de Bin Landen, o que Juan Luis Cebrián gana trece millones de euros al año; cómo si alguien pudiera creérselo.


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Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
   
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos