JAVIER PUEBLA

     
   

ATAQUE DE RELAX


Es domingo, el día del señor, el día que me reservo siempre para trabajar, y que no me salto -casi- jamás. Estoy en la cueva de El Escorial, con mi pequeña familia; bajamos todos a comer a Madrid y yo regresar –solo- a la cueva porque tengo una muy ambiciosa columna de opinión en la cabeza (esa misma noche se me ocurrirá otra mejor, aún más ambiciosa). La cueva es el lugar perfecto para trabajar. Afuera hace un frío de mil diablos, no hay abierto ningún bar, el fuego en la chimenea resulta inspirador: lo enciendo nada más llegar. Abro el ordenador y me siento tan contento e inspirado que me dan ganas de bailar. ¿Por qué no? ¿Por la edad? ¿Porque soy un respetable papá? Me pongo a bailar: Donald Fagen, The Nightfly. Mientras bailo se me ocurren ideas sin parar: para el taller, para la editorial, títulos y tramas de novelas, algunos relampos (escribo dos en mi cuaderno sin dejar de girar), imagino que converso con amigos, veo clarísima una película que se podría hacer con presupuesto mínimo y máxima facilidad, recuerdo la imprescindible serie de retratos que hace tres años tengo pendientes... y giro y giro por la pequeña cueval, contento como hace siglos: qué hermosa es la independencia, ah la libertad. Cuando quiero darme cuenta, consultar un reloj –pongo especial cuidado en no tener ninguno a la vista- son las tres de la mañana. El contento sigue, pero –ay- ya no hay tiempo para trabajar. Bajo la tapa del portátil, aún con un ritmo levemente bailarín, y me acuesto felicitándome de ser tan previsor: siempre entrego las columnas para los periódicos con cuarenta y ocho horas de anticipación, y mi página web... es mi página web, es mía, hago lo que me sale de los pies bailarines: puede esperar un día sin que ningún lector fiel la vaya a abandonar. Pero en cuanto me levante mañana...
Y duermo, señoras y señores, niñas y niñas, duendes y troles, perros robóticos y gatos de verdad, duermo... no como un niño, sino como un animal: once horas y media. Ni qué decir tiene que me levanto espantosamente bien, exageradamente fenomenal. ¿Voy a desperdiciar esa energía maravillosa que me embarga poniéndome a escribir? ¡Por favor! Un desayuno-comida, media docena de llamadas telefónicas, ducha, y a pasear. No me sucede muchas veces, soy un hombre tan tenso como sentimental. No me sucede muchas veces que me alcance y gane un ataque de relax.
Ya es por la noche, me esperan unos amigos en Mad Madrid, pero no voy a bajar. Subo la tapa del ordenador que dejé ayer por la noche en estado de reposo o suspensión. Aún pierdo dos o tres horas más buscando la música que utilizaré como fondo e inspiración. ¿Y sobre qué voy a escribir? ¿De verdad me voy a meter en harina con esas columnas ambiciosas? Quizá, pero todavía un poco más tarde. Ahora mismo sólo llego a mirarme a mí mismo en el cristal de la ventana al que la noche convierte en una suerte de espejo, y estoy sonriendo –como un tonto, aquí, con mi alegre soledad. Sólo hay una cosa que quiero contar, sobre la que pueda escribir en este momento con suficiente interés y veracidad, sobre mi ataque de relax.


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Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
   
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos