La Relatividad, 14 de noviembre 2005, Cambio16

Algunos Seres Humanos

Me sucedió ayer. Ayer para mí; no para quien en un momento que yo desconozco decida leer esta columna. Ayer para mí, insisto. Me había levantado insólitamente temprano, dado que durante los últimos siete años para mí madrugar consistía en levantarme a la una. Pero ayer me tocó llevar a mi cachorro a la guardería. La chica que hasta la fecha se encargaba de hacerlo nos comunicó, vía recado en el móvil, que cómo ya le habíamos conseguido "los papeles" nos podíamos ir a tomar por culo, porque quería ganar por 40 horas semanales 800 euros al mes, no 700. Confieso que no me habría importada pagar; para mí no madrugar, tener la noche a mi disposición (ese tiempo y oscuro y de apariencia ilimitada), siempre ha sido prioritario. Pero mis arcas comienzan a dejar ver los fondillos; el dinero que conseguí acumular -al modo de Rimbaud- durante mis años de trabajo diplomático en África comienza a molestarse cada vez que lo pellizco; así que opté por una decisión que para cualquier otro habría sido un "nada" pero para mí era heroica: renunciar a la noche (cuando escribo; sueño mientras los demás duermen); renunciar a mi más amada forma de vida. Pero todas las monedas tienen dos caras. Hubo una primera mañana espantosa, pero la segunda, la de ayer, resultó una delicia, pues sucedió que ...(así empezaría un cuento).
Sucedió que... pasé a visitar a Javier, el director de la sucursal de CajaMadrid situada frente a mi casa, que me había pedido que le llevase mi nuevo libro, Blanco y Negra, y asegurado que tenía intención de regalar a todos sus subordinados un ejemplar del anterior, Sonríe Delgado, por Navidad. Pensé que lo hacía por apoyarme, generosidad de poderoso, pero –inesperadamente- me explicó la verdadera razón, el motivo secreto de su gesto. Cuando compró mi libro llevaba diez años sin leer uno entero. Nada menos que diez años. Y el mío –mi malévola novela protagonizado por un asesino de impecable ética personal- se lo leyó en dos tirones. Ahora lee con frecuencia. A diario. Creo que es lo más bonito que me ha pasado desde que he vuelto a dedicarme profesionalmente a este oficio de tinieblas. Que el haber sido finalista del Nadal, todo lo que he luchado y lucho cada día, había merecido, merece, la pena. Que crear "sueños" para los demás (el trabajo de un narrador) sigue teniendo sentido e importancia. Que a pesar de que trato con gentuza de variado pelaje casi todo el tiempo también me cruzo a veces con seres humanos capaces de anteponer el corazón al dinero cuando la ocasión lo requiere. Y con las palabras de otro soñador y ser humano, mi amigo Manuel Domínguez Moreno, voy a permitirme cerrar esta columna. Son de su libro "La Revolución de las Conciencias", y dicen así: Si se encuentra capacitado para vivir y ser libre siga adelante. Siga adelante y que su voz se oiga en sociedad. Por Manuel, por Javier, y –en general- por todos los que me leen y disfrutan al hacerlo, por ellos, por usted... Voy a seguir. Hacerme oír y seguir adelante. Mientras me quede un hálito de fuerza. Adelante. Siempre adelante.