Publicado en La Opinión

DORMIDOS

Un cuento de Navidad

Son las tres y ocho minutos de la noche cuando El Cazador de Cuentos llega a su casa cargado con las pequeñas jaulas repletas de historias que va vendiendo, o intentando vender, por todos los mercados de la ciudad. La casa está completamente a oscuras con excepción de la delgada franja de luz que se filtra bajo la puerta del dormitorio del pequeño Emili. León atraviesa sin hacer ruido el largo pasillo y entra en el cuarto donde duerme el niño. Junto a la cuna hay una silla y El Cazador no la rechaza. No está cansado. Ni triste. Tampoco satisfecho. Sólo es un hombre que hace lo que debe hasta donde es capaz de hacerlo. Sonríe ante la imagen del bebé, con el gorro de navidad aún en la cabeza, tumbado en medio del colchón y rodeado de muñecos de peluche. Escucha su respiración rápida y blanca. El maravilloso Emili...
La vista del Cazador se detiene sobre los peluches: el gastado oso Eugenio, el perro Ringo..., y entonces se da cuenta que -y es muy extraño- también están dormidos. Igual que el niño, en la misma pausa, descanso del continuo ritmo. Nunca se lo hubiera ocurrido pensarlo, que los muñecos de peluche se durmieran durante la noche,
y hasta parece que respiran blanca y rápidamente,
quizá inmersos en el mismo e idéntico sueño en el que se mece el cachorro del cazador;
su pequeño hijo.

 

Este relato está dedicado, claro, a mi hijo Max y a sus amigos, los peluches soñadores