Humm, Que Bien Huele

(The Javier Panizo Collection)


No es un avión. No es un tren de alta velocidad. No es el campeón del mundo de Formula 1 en una prueba decisiva del campeonato mundial. Es... ¡Javier Panizo!, atravesando la ciudad como una exhalación, pues le han encargado escribir un artículo sobre la influencia del nuevo terrorismo en el proceso de globalización: diez páginas, por favor. Y tiene que tenerlas listas, acabadas, corregidas y oliendo a ingenio para las siete en punto de la tarde; le han llamado para pedirle el artículo a las doce de mediodía. Y el tiempo se le echa encima, ¡Dios! Pero Panizo es rápido. Panizo es veloz. Panizo es efectivo. Por eso, porque tiene una fe inamovible en sí mismo y en su capacidad de trabajo hasta se ha permitido el lujo de acudir al gimnasio un par de horas, como de costumbre, antes de ponerse a trabajar. Estaba ya bajo el agua helada de las duchas comunes del club deportivo cuando ha oído a alguien comentar que eran las cuatro menos cinco y entonces le ha entrado el agobio. Caramba, qué tarde ¡Tengo que ponerme las pilas!. Y ha salido del gimnasio con el pelo mojado, la mochila sin cerrar y saltado, saltado literalmente (casi se rompe una pierna) al interior de su coche. Primera, segunda, tercera, cuarta, quinta, ¡tercera!. El conductor de rallys Javier Panizo va a hacer una demostración de como puede atravesarse en menos de diez minutos Mad Madrid. Ha tenido que saltarse algún semáforo, qué se le va a hacer, casi atropella a una acaramelada pareja de adolescentes, aún están vivos, y le han pitado al menos una docena de veces mientras esquivaba coches pues su estilo de conducción parecía directamente sacado de un videojuego. El aparcamiento también ha sido un prodigio de velocidad, con los neumáticos chirriando y echando humo. Olía a caucho quemado cuando, tras saltar, de nuevo literalmente, del coche ha atravesado corriendo el garaje para dirigirse hacia su casa: dos bloques más allá. El llavín ha entrado en la cerradura del portal como si lo manejase Houdini, y Panizo ya no era Panizo, era un Juggernaut, una máquina imparable, cuando ha ido a abrir la puerta del ascensor y...
-Buenas tardes.
-Buenas tardes tenga usted, señora.
Javier Panizo sonríe de oreja a oreja a la vecina que sale del ascensor cuyo nombre desconoce. Una mujer con quien jamás ha intercambiado más que algún que otro saludo, que no tiene ningún encanto especial: es mayor, poco agraciada, usa gafas y anda muy echada hacia delante, casi chepada. Un poco excesiva la sonrisa que le he echado, pero supongo que le habrá gustado. Espero que le haya gustado. Se supone que la gente más desafortunada sabe agradecer la amabilidad, aunque quizá haya pensado que soy un capullo integral que voy soltando sonrisazas a todo el que me cruzo, piensa Panizo, mientras la puerta del ascensor se cierra. Mira el reloj, va justísimo de tiempo, las cuatro y cinco; pero no se podía regresar a casa más rápido. El trayecto ha sido un prodigio de eficacia y velocidad. Respira hondo, satisfecho, con ganas de ponerse a trabajar en el artículo. Pan comido. Lo tendrá acabado para las siete sin ningún problema. Pero, ¿a qué huele? Vuelve a aspirar hondo, olfateando.
-Humm, que delicia.
Es perfume. Un perfume desconocido y genial. Sin duda lo llevaba la mujer con la que se acaba de cruzar. Y no le pega nada. Una señora tan poco agraciada, en apariencia nada coqueta, y sin embargo... El aroma embriaga a Javier Panizo, quien cierra los ojos, sonríe con timidez y persigue el olor por todos los rincones del ascensor hasta que este se detiene en el quinto piso, y... ¡ahora no va a renunciar a ese olor!, a ese aroma fascinante. Pulsa, decidido, otra vez el número cero y vuelve a descender en el ascensor con los ojos cerrados, la sonrisa soñadora, los hombros fundiendose en su cuerpo, a punto de volar.
-Bueno, ya está bien.
Panizo abre los ojos, pulsa con determinación el botón correspondiente al quinto piso... Pero el olor le gana una vez más. Tampoco tiene tanta prisa. Puede permitirse otro viajecito. Y así sigue, subiendo y bajando en el ascensor hasta que el aroma del perfume se disipa por completo; y son más de las cinco, en concreto las cinco y diez, en el reloj.
Le queda una hora y tres cuartos para escribir el artículo. Imposible. No le dará tiempo. ¿ Y si llamase al periódico para decir que no ha podido, que un imponderable? No puede hacer eso. Le despedirán. Le... Su reputación de eficaz y trabajador se iría al diablo. ¡Pues que se vaya! Sólo tiene ganas de tirarse sobre el sofá y esconder la cabeza entre los brazos mientras se conmisera de sí mismo. Pero entonces el recuerdo del perfume le vuelve a arrebatar el corazón. Humm, que bien olía, que maravilla de perfume.
Sin pensar más se sienta ante el ordenador y comienza a escribir. A las siete y cinco suena el teléfono.
-¿Y ese artículo?
Es el redactor jefe del periódico. ¿Qué le va a decir Panizo?
-Acabo de terminarlo. Le hago una última corrección y te lo envío por correo electrónico.
-Muy bien, Javier, no esperaba menos de ti. A pesar de la premura con la que te he llamado sabía que no me ibas a fallar.
Ah, Panizo, Panizo, aún a pesar de ti mismo lo has conseguido.
-Gracias, Juan Emilio.
-Gracias a ti, Panizo, estás hecho un campeón.
Un campeón. No exactamente, aún le faltan dos folios y la corrección. ¿Y si se prepara un sandwich antes de acabar? Total, lo que le queda se lo hace él con los ojos cerrados.
¡No, Panizo, no! Acaba de una vez, y cuando termine ... ya comerás. No, de eso nada, a paseo, el hambre es el hambre, ¿verdad Panizo? Más bien cuando termines de comerte el sandiwch... ya escribirás. Pero quizá deberías intentar masticar más despacio o te acabarás por atragantar.


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