No naces solo, no vives
solo, no mueres solo
Una de las premisas sobre las que, cómoda y pertinazmente,
es la de que "Nacemos solos, vivimos solos
y morimos solos", frase repetida hasta la
saciedad durante los últimos cincuenta años en
poemas, novelas, canciones, películas o cualquier otra
forma de expresión imaginable. Cuanto más rico,
económicamente rico, es un país o una cultura
más legitimado se siente el individuo -la gente, nosotros,
usted, yo mismo- para repetir y repetir el fácil estribillo:
"Nacemos solos, vivimos solos y morimos solos".
La frase, de apariencia limpia e ingeniosa, encierra
una patente de corso, un derecho al egoísmo absoluto,
a mirarse el propio ombligo y despreciar por completo el ombligo
(y los ojos, la nariz, los oídos, las piernas, las manos)
de cualquier otro ser humano, porque allá él,
que como ha nacido solo, vive solo y morirá solo o se
busca la vida -como creemos con toda sinceridad y estupidez-
o se le pisa con la misma indiferencia que si fuese una carretera,
una acera, un trozo de tierra, un pedazo de suelo.
Pero basta detenerse a pensar un solo minuto, un pequeño
y breve minuto, para desmontar la frase, para comprender que
a pesar de que suena bien -repetir "solo" tres veces
logra una aliteración encantadora- es una falacia, una
mentira e incluso un absurdo. ¿Conocen a alguien
que haya nacido solo? ¿que su madre, al menos
su madre, no estuviese con él? Ni siquiera en el hipotético
caso de un bebé-probeta puro, un producto de laboratorio,
existiría esa soledad pues habría un médico
o científico encargado de supervisar el proceso. El ser
humano es tan frágil que no sólo no nace solo,
sino que durante los primeros y bastante largos años
de su vida moriría en muy poco tiempo si no hubiese otros
que le cuidasen, atendiesen, diesen su tiempo y energía
para alimentarle, ayudarle y enseñarle.
Que no vivimos solos es tan evidente que apenas merece
la pena dedicar una línea a rebatirlo; vivimos
rodeados de otras personas, mejores o peores, por doquier, interactuamos
constante y voluntaria o involuntariamente con ellos. Solo en
el mundo el sastre no tendría comida, el campesino carecería
de ropa, el mecánico de gasolina, el lector de libros.
Jamás estamos solos y es un simple juego mental, imaginación
pura y decadente, el considerar que sí lo estamos porque
ello justifica comportamientos no solidarios, egoístas,
miserables.
En cuanto a la muerte es el único punto
de esa frase malhadada -"Nacemos solos, vivimos solos y
morimos solos"- que a veces sí que es verdad
y en el que se apoyan los dos primeros y falsos "solos".
A veces alguien muere en accidente, o se suicida, o carece de
compañía cuando una enfermedad le da el último
zarpazo. Pero aún en ese momento esa soledad es relativa
pues está mitigada por la huella, buena o mala, que hayamos
dejado durante los años que nos haya tocado vivir; y
ya sin vida visible siempre hay "alguien" que se encarga
de enterrar, quemar o velar su cadáver. No nacemos solos,
no vivimos solos, no morimos solos. Somos parte de una
especie, mínimas partes de una especie.
La soledad es poesía o literatura o sueño. Un
pretexto mezquino para no amar y cuidar a quienes nos rodean:
nuestros iguales; los otros.
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