JAVIER
PUEBLA

 

DÉJALO QUE SE VAYA

En memoria de mi muy querido amigo Camilo Alonso-Vega, julio 007.

 

Déjalo ya, déjalo que se vaya. A los once años se saben y pueden decir cosas que en la edad adulta se olvidan o no se pueden decir porque sobrepasan las fronteras de la lógica. Déjalo que se vaya, mamá, déjalo ya. Y la madre mira a la niña desde lo más hondo de sus ojos secos de lágrimas y anegados de dolor. Más de cuatro meses en la unidad de cuidados intensivos, primero en un país lejano, Hong Kong, y las últimas semanas ya en casa, cerca de los suyos. Déjalo que se vaya. Nur, la niña sabe, igual que Malika, su madre, sabe, que Camilo, el padre, el esposo, sigue aferrado -apenas con las yemas de los dedos- a la vida por ellas, para no abandonarlas y dejarlas solas. Pero es demasiado sufrimiento, las yemas de los dedos han cedido y es el mismísimo hueso el que se cierne sobre el delgado hilo que le mantiene entre los vivos. Déjalo que se vaya. La niña me ha dicho que te deje ir, Camilo; y yo… te dejo ir. Malika, su amiga, su mujer, su amante, su niña antes de que viniese al mundo la otra niña, le coge la mano por última vez. Y Camilo Alonso-Vega siente el contacto de otra piel en su piel ya casi transparente por última vez. Por última vez.

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