Javier Puebla, diario web:
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AÑO 2006- Primer trimestre
-La vida literaria-

A partir de cierta edad la vida se vuelve, sobre todo, administrativa
Michel Houellebecq, LA POSIBILIDAD DE UNA ISLA

8 de enero. Llevaba unos diez días sin acercarme a mi vieja y querida página web, a este diario un tanto contenido pero aún así muy agradable de escribir. El pasado viernes, anteayer, mi viejo amigo Eduardo Lago se proclamó ganador del Premio Nadal con su, oficialmente, primera novela: El Cuaderno de Brooklyn (bueno, ahora se titula Llámame Brooklyn, pero durante años todos los amigos la conocíamos -Eduardo llevaba años y años con ella, primero en la cabeza, muchos años después ya escribiéndola- con el título reseñado en primer lugar). Resulta curioso, o en realidad no lo es en absoluto, que todos los componentes del Grupo de Brooklyn (un nombre que inventé yo, pues siempre tengo tendencia a nominarlo todo, convertir la realidad en palabra), los cinco que salimos en aquella mítica foto realizada una noche de febrero en el Promenade de Brooklyn, nos estemos convirtiendo en personas públicas, personas sobre cuyas vidas y hechos opinan gentes que no conocemos. En esa foto, (en la que no está José Luis Madrigal, que es al Grupo de Brooklyn lo que el Espíritu Santo a la Santísima Trinidad; y quizá por ello a veces tiendo a pensar que José Luis Madrigal es la nieve que cae), en esa foto que buscaré para colgarla de este diario, un enorme copo de nieve tapa la cara de Eduardo Lago, precisamente la de Eduardo Lago. Se nos vé perfectamente a los otros cuatro, a Fermín Cabal, Federico y Achero Mañas, y a mí. Eduardo llevaba muchos años trabajando tras rehacer su vida de la nada -yo le conocí cuando naufragaba en la nada neoyorquina- y se merecía, se merece, este reconocimiento. Por los azares de la vida yo me había citado con el hermano de Eduardo, otro viejo amigo: El Rojo, Red Lake, Jose Antonio Lago, a fecha 7 de enero, cuando pasasen los Reyes; una cita largamente demorada pues tras años de ser uña y carne -hermanos de tinta- pasamos a dejar de hablarnos (culpa mía, soy demasiado temperamental, durante más de un lustro). Me encantó verle. El Rojo, tan genial y tan él mismo como siempre.
La dificultad de los diarios es anotarlo todo, y tenía en la cabeza montones de cosas, ya que he pasado cinco días en Murcia, celebrando el fin de año y viendo amigos, enemigos, cómplices y colegas. Y también me habría gustado hablar de que ésta ha sido la primera navidad en la que mi hijo ha sido consciente del "cambio ambiental" que suponen estas fechas: cree en los Reyes, claro, a pies juntillas y -esas pequeñas magias- su fe nos ha contagiado tanto a su madre como a mí, que al menos durante unas navidades hemos vuelto a creer en magos que emprenden largos viajes desde Oriente guiados por estrellas errantes que se mueven despacio sobre el fondo infinito del firmamento.
Ni siquiera he dicho una palabra, no en este diario aunque sí en el que llevo en el bolsillo, sobre la maravillosa cena que organizó Mara Mugueta, la arquitecto argentina, para todos los miembros de mi Tripulación el 28 de diciembre. Un éxito absoluto. Extraña y sorprendentemente he descubierto que ser profesor -capitán de marinos imaginarios- es tanto o más satisfactorio que escribir, pues recibo el feed-back, la alegría de mis compañeros de aventura de modo inmediato (es un curso vivo, en cambio permanente . Me gusta decir que "llegan como plantas mustias y salen como rosas recién regadas". Cierto que la literatura, la reacción de algunos lectores, que hacen suyos los libros que han salido de mis manos también es enriquecedora y grafiticante, pero de un modo más difuso. A mí, confieso, escribir me gusta (Federico Mañas siempre ha sostenidoque a quien más gusta escribir de El Grupo de Brooklyn es a mí), me resulta algo tan natural como rascarme la cara cuando me pica, pero empiezo a tener serias dudas que merezca la pena intentar convertirse en este momento de feroz economía de mercado en un escritor profesional. Para mi amigo Eduardo Lago, y vuelvo al principio del primer párrafo, escribir es, igual que para Philip Roth, "bajar a la mina a trabajar duro"; para mí no; o en todo caso bajo a una mina que siento como mía y los diamantes, mi mina es de diamantes, que arrancó con mayor o menor número de horas de trabajo, brillan por primera vez entre mis dedos y no me preocupa demasiado que luego lleguen a las tiendas de los joyeros, aunque parecía bonito, parecía muy bonito, que sí pudieran llegar a las manos de los hombres y mujeres amantes de la lectura de todo el largo, ancho, para mí infinito, mundo.

Entre hombres el afecto es algo difícil, porque no puede concretarse en nada, es algo irreal y dulce, pero también -siempre- doloroso
Michel Houellebecq, LA POSIBILIDAD DE UNA ISLA


15 de enero. Este diario no es tal, claro, apenas un semanario lleno de lagunas; resulta un problema recordar todo lo que ha pasado desde el pasado domingo cuando la actualicé (podría recurrir a mi libreta, pero que aburrido, que trabajo infame, que darle la razón a Phlip Roth, meterme la mano en el bolsillo, buscar el día 9 de enero y tratar de descifrar mi letrucha inmunda; mucho más estimulante es forzar la memoria aunque se produzcan errores. Veamos, creo que fue el lunes o el martes cuando a petición de Big Lake nos reunimos los 5 componentes de EL GRUPO DE BROOKLYN y tres estrellas invitadas: los hermanos Madrigal (el pintor y el filólogo sabio, el "Espíritu Sabio" del Grupo) y Pilar y Paloma (cuyos apellidos creo nunca me ha dicho nadie). Cenamos juntos, recordamos viejas anécdotas, la mayoría referidas a Eduardo, que era la estrella, y me permití apuntarle al que fue uno de mis más queridos amigos, Achero Mañas, que ahora simplemente somos conocidos (quizá la culpa no sea sólo nuestra, sino de la ciudad; en Nueva York eramos nosotros: libres y sin raíces, aquí somos arbolitos con tal cantidad de ramificaciones en el subsuelo que el más mínimo movimiento es un milagro o un suplicio), y luego nos hicimos la típica foto de recuerdo que repetimos cada Navidad; suelo ser yo el encargado de apretar el botón pues o soy yo o no lo es nadie. Tengo la cámara digital con la imagen tan cerca como la libreta de mi diario, y voy a intentar ponerle voluntad para rescatar al menos una de las fotos y colocarla aquí. Sí. Voy a ponerle voluntad. Dejo de escribir y conecto la cámara. Habrá que pasar la imagen por Photoshop para bajarla de peso pero... allá voy. Mi pereza estaba totalmente justificada, he estado más de una hora bajando y ordenando imágenes desde la cámara..., y quería escribir algo más acerca de esta semana. He visto a más gente, hecho más cosas, pero da igual, ahora no recuerdo y se hace tarde; apenas he visto al niño en todo el día y se acerca la hora de cenar. Cierro con la foto del Grupo de Brooklyn en el año 2006.

Ahora que me acuerdo. También pasé una tarde con Eduardo Melón, quien amén de agente de escritores es músico y cantante y va a debutar en la Fnac en abril (no me lo pienso perder). Y más, hay más cosas. Ah, claro. La tarde que quedé con Eduardo Lago. Yo venía de nadar y el subió andando desde casa de su padre. Nos citamos junto a mi antiguo colegio, El Pilar. Y luego fuimos a caminar juntos por el Retiro. La luz bajando y muy suave; el gato negro que intentó cruzarse en nuestro camino pero bastó que le dijese una palabra para que se descruzase (a Eduardo no le extrañó, sabe que soy EL HOMBRE QUE HABLABA CON LOS GATOS), y el placer de ver en el rostro de mi viejo colega una sensación que yo disfruté hace dos años, cuando fui Nadal, Nadalito, finalista; la sensación de que, de repente, todo encaja, que "todos los pecados nos han sido perdonados". La sensación no es eterna, pero queda un regusto, una memoria del cuerpo como se dice ahora, que a veces vuelve, retorna, y hace mirar la vida con cierta tranquilidad, con menos angustia de -Eduardo Lago y yo sabemos mucho de eso- la habitual. La vida tiene, a veces, momentos "portentosos"; pasan, sí, y por eso hay que relajarse, dejarse llevar cuando llegan, disfrutarlos.

¿Cuales son tus principios? Te vas a reír. No me reiré. Ser un caballero. (Un caballero es quien hace, no lo que quiere, sino lo que debe hacer)
Haruki Murakami, TOKIO BLUES (Novwegian Wood)

22 de enero. El lunes comí con Cuca Escribano, a quien en los últimos meses apenas ha visto pues no ha parado de trabajar. Está terminando el rodaje de El Camino de los Ingleses, basada en la novela de mi colega en el Nadal: Antonio Soler y dirigida por Antonio Banderas (me contó un par de anécdotas geniales de Banderas, una de ellas, en particular, digna de un cuento que intentaré escribir a lo largo de esta semana) y parece que en breve se incorporará al reparto de una mini-serie de TV. Me llevó al restaurante de Caballero de Gracia que tanto gusta a los diplomáticos sin estructura familiar cuando tienen que realizar invitaciones masivas: la comida es buena y original, el lugar agradable y moderno y los precios ajustados; el único pero son las esperas, ya que no se puede reservar mesa con antelación; pero tuvimos suerte, llegamos y nos dieron la mejor mesa del local (a veces, en la vida, las cosas salen bien). Le hice esta foto, con mi sombrero (para una colección que voy haciendo sin prisa, cuando surge, de mis colegas con mis "cubrecabezas".

Cuca Escribano con el sombrero gris de Javier Puebla

Esa misma tarde, la del lunes, pasé por Amargord (llevaba tiempo sin hacerlo), y volví a pasar posteriormente por el Club-Librería-Editorial (y casi casa de putas) el miércoles o el jueves; es un bonito proyecto pero -aparte de haber sido uno de los autores de la casa con Blanco y Negra- no sé muy bien dónde puedo encajar dentro del mismo; me temo que -a pesar de los generosos esfuerzos de Chema- en ningún sitio. Dirigir la colección de una editorial, y hacerlo bien, implica dejar de escribir y -mientras pueda permitírmelo- sigo deseando que escribir ocupe el primer lugar en la lista de mis ocupaciones.

El finde estuve en la sierra, en L.A., El Escorial. Llevaba tres meses sin ir. Mis padres subieron el sábado; habían pasado a DVD algunos antiguos super8 y siempre conmociona verse a uno mismo, veinte o hasta cuarenta años atrás; ver las caras, las sonrisas, la vida en los ojos, de los que ya no están y que, en aquel momento, parecía caminarían a nuestro lado hasta el final del sendero.

Es domingo. Temprano. Apenas las nueve de la noche. El martes comienzo con un grupo nuevo, un "barco" nuevo y aunque de momento sólo tengo un par de Tripulantes me apetece preparar a fondo la clase, sistematizar el curso para así poder profundizar en diferentes detalles cada vez que lo imparta. Mis Tripulantes, serán 17 ya a partir del próximo martes, son la mayor alegría que me proporciona dedicarme profesionalmente a la literatura; lo extraño es que los relatos no los escribo yo, aunque de algún modo los quiero y siento como míos. Cenaré, leeré un rato a Murakami, me está gustado su Blues de Tokio, es increíble lo moderno que era Japón hace treinta años, e intentaré acostarme temprano (que lo consiga no es muy probable, pero al menos, y al escribirlo, formulo y subrayo el deseo, el pensamiento).

 

No poseer en propiedad muchas de las cosas que nos gustan. Se disfruta más de ellas si son ajenas. El dueño sólo goza el primer día, los extraños los demás. Las cosas ajenas se disfrutan doblemente: el riesgo de dañarlas no existe y sí el placer de la novedad. Todo sabe mejor con privación: el agua ajena parece néctar. Poseer las cosas además de disminuir el disfrute, aumenta el enfado por prestarlas o no hacerlo. Tener cosas es mantenerlas para los demás. Se ganan más enemigos que agradecidos.
Baltasar Gracián, El Arte de la Prudencia


28 de enero. Ayer viernes, y a una hora insólita para ese tipo de actos, las diez y media de la noche, mi amigo a tiempo completo (y a veces también enemigo en momentos puntuales), Jesús Urceloy, presentaba su último libro de poemas, Berenice, en La Cacharrería del Ateneo de Madrid (calle del Prado, 21). Entre otros muchos, muchísimos amigos, conocidos y también algún enemigo a quien aprecio en su justa valía (Paco Sevilla, Gonzalo Escarpa, Juan Manuel Navas, Maijo, Sol Huerta, David Torres, Jose Ángel Gara, etc, etc), me encontré con un poeta a quien he conocido recientemente: Raúl Losánez.Raúl, autor de El decurso inesperado, y fue a él a quien le comenté que sería maravilloso ser dueño de un edifico entero y tener en la primera planta un salón tan decadente, sugestivo y amplio como La Cacharrería, con sus techos altos iluminados por frescos de colores pacíficos y vivos, las grandes puertas de cristal, los comodísimos -y gigantescos- sillones tapizados en un anticuado tono verde en los que es posible repantingarse tan agusto como en el salón de la propia casa.
-Sería genial tener dentro de casa un salón así para recibir amigos e invitados varios.
Fue decirlo y recordar el aforismo de Gracián que he copiado más arriba. No poseer en propiedad muchas de las cosas que nos gustan. Y, en efecto, es mejor acudir a La Cacharrería como invitado (disfruté del sillón como si no hubiese apoyado el culo en blando jamás en mi vida) que ser el dueño de la gran sala y pasarme la vida preocupado por su mantenimiento. Ya había experimentado esa sensación, con absoluta nitidez, cuando -destinado en Dakar como Agregado Comercial- a veces viajaba en primera porque me lo pagaba el Ministerio (o mi torpeza como administrador de mi dinero) y otras porque el delegado de Iberia, por amistad pero también por el cargo que a la sazón yo ocupaba, me hacía un "upgrading" y mi billete de turista se convertía -mágicamente- en un asiento de primera. Cuando esto último sucedía la cena me parecía deliciosa, las azafatas guapísimas y el sobrecargo un personaje extraído del Ritz o el Palace. Sin embargo cuando pagaba, con mi dinero o el del Ministerio, lo único que encontraba en las butacas de primera eran defectos: ruidos molestos, piernas que presionaban el respaldo de mi asiento, cubiertos sucios...; ¡si estaba pagando más del doble que por un asiento de turista quería -sino la luna- al menos un pequeño palacete en la luna! Ah, que sabio era Gracián, y que buen showman es Jesús Urceloy, a quien nuestro común compañero de fatigas, el invisible (casi siempre) poeta Alberto Delgado califica como el mejor sonetista vivo en lengua española y que para mí es ante todo un animal de escenario, un ser que se crece (y ya mide casi dos metros) cuando se sube a una tarima y lee versos propios o ajenos. Sonreí, reí, me emocioné, disfruté cada momento y hasta le pedí a un viejo chófer (también generalmente invisible) que me trajese con carácter de urgencia una cámara de fotos digital para "cazar" al gran Urceloy firmando su Berenice (más abajo, dentro de un momento, en cuanto pase la imagen al ordenador, la trate con Photoshop, reduzca luego su tamaño y "peso" y la deje en condiciones para ser integrada en esta humilde -no siempre tan humilde- página web).
Supongo que pegaré la foto dentro de un momento y quien lea estas palabras (al parecer cada semana visitan más personas este diario "semanal") la verá ya integrada en la estructura de la misma, a la izquierda (si me sale; esto de la web lo he aprendido solito y no manejo su diseño en la medida que quisiera) pero antes de hacerlo quiero retroceder un poco porque el acto en La Cacherría sucedió ayer viernes, y me gustaria contar alguna cosa más del resto de la semana: empezando por el martes y acabando por el lunes (y tal vez saltándome el miércoles y el jueves, sobre todo este último día porque "estaba triste" que diría Max). El martes. En un golpe de audacia e inconsciencia había decidido hacer doblete como Capitán de Barco Imaginario los martes. Tengo un grupo, divertidísimo y muy brillante (a la mayoría de mis alumnos-tripulantes me dan ganas de pedirles un autógrafo; pero me reprimo, porque soy El Capi y tengo que mantener las formas), y ese grupo comienza a navegar a las ocho de la tarde y lo hace hasta las diez de la noche; pero había -como conté la semana pasada- dos chicas, dos mujeres a quienes no conocía (ya conozco). La idea era montar un barco-express el mismo martes, de cinco y media a siete y media, y hacer el recorrido por la infancia, adolescencia y plenitud cimentado sobre el primer recuerdo infantil del Tripulante y autor, en sólo 6 meses. El esfuerzo resultó muy superior a lo previsto. Como siempre el gigante tiene las ideas y al enano le toca llevarlas a la práctica (menos mal que el enano es un currito). La experiencia salió bien, espléndidamente; me permití -audaces fortuna iuvat- decir a mis nuevas Tripulantes que me habían gustado mucho, como si fuese yo quien pagase y no al revés (soy el colmo, ya lo sé). Pero el miércoles estaba agotado, débil como ese gatito al que matan -aprovechando su debilidad- unos niños en El Marino Que Perdió la Gracia del Mar, de Mishima, y el jueves, ya he dicho, "estaba triste". Pero aún queda el lunes. El lunes lo pasé fenomenal. Quedé con El Rojo, mi hermano de tinta y pixels, con quien preparo un asalto en toda regla al más bien sosillo panorama de lo que Johnny Marsé (pongo lo de Johnny por "bailar") llama "la vida literaria"). El Rojo, Jose Antonio Lago, es un creador de potencia inusual y ya va siendo hora de que el mundo se entere de que existe. En la foto (esta la pongo ahora mismo porque ya la tengo tratada y preparada) Javier Puebla y Jose Antonio Lago en EL REENCUENTRO aparecemos los dos juntos tras tres o cuatro años de no vernos ni apenas hablarnos (mi natural es querer u odiar a los demás, sin tonos grises; me cuestan mucho, aunque voy aprendiendo, los estadios intermedios). De El Rojo, Rojo Lago, Jose Antonio Lago, ya volveré a hablar. Pero ya corto. Son las seis menos cuarto, llevo más de dos horas pegado al ordenador, y oígo, a pesar de los auriculares metidos en el interior de las orejas, las voces del pequeño Max (y aún me queda la foto de Jesús Urceloy por tratar; bueno, no importa: el sol entra firme y suave por la gran cristalera de mi despacho velada por los dos grandes ficus que tienen la generosidad de -siendo ya árboles- consentir seguir viviendo en maceta para hacerme compañía (el original lo tengo conmigo desde hace... 14 años; lo compré en el Mercado de Verónicas de Murcia, y me ha acompañado por muchos, muchísimos sitios. (Quería hablar también de que Sánchez-Dragó me ha invitado el próximo miércoles para que cuenta en su programa un sueño y lo interprete a continuación Luis Cencillo; pero ... mejor la semana que viene, que esta vez -como diría Pascal- "no he tenido tiempo para ser breve".

Si alguien me hace daño, haré daño, haré daño, haré daño.
Martin Amis, Yellow Dog

5 de febrero. Las aguas están inquietas. El capitán Ricardo del Olmo, capitán mercante en su juventud y capitán de Libertad8, el mítico pub de la calle Libertad, desde hace 30 años, celebra el mencionado aniversario y me citó para que le escribiese un texto el pasado lunes; cosa que hice encantado. Ricardo es como es, claro como el agua más cristalina del Caribe, y quien no se entiende con él es porque no le da la gana mirarle a los ojos. Me gustó verle y quedamos en nuevos, futuros y prontos proyectos.
El martes conseguí llevar a buen puerto el doblete: mi nuevo "barquito-literario", el de las cinco y media de la tarde, que de momento sólo cuenta con dos Tripulantes, y el doblete, el barco de iniciación superpoblado (no cabemos en LA MESA DEL CAPITÁN) que comenzó a los ocho a surcar el mar -de la literatura, los sueños, la vida o como se quiera llamarlo- a tal velocidad que les prometí un video para la semana siguiente a mis ya avezados Tripulantes y volví a pensar que debería montar una editorial aunque sólo fuese para publicarlos a ellos; algunos están escribiendo unos cuentos que ya quisiera Jorge Luis FrutosSecos para él.
Aunque el día verdaderamente divertido de la semana fue el miércoles, porque estuve en Telemadrid, ante las cámaras. Me encanta la tele. Cualquier plató me resulta más familiar que el salón de mi propia casa, porque siento que todo el mundo me está mirando y eso hace, nunca he sido mentiroso, que me comporte con absoluta naturalidad. Dragó, como ya adelanté hace una semana, y a través de Arancha Salma (su mano derecha), me había convocado para un programa sobre sueños (vease columna), y toda la mañana fue una fiesta. Me encantó conocer a Luis Cencillo, hablar con Luis Alberto de Cuenca (no todo el mundo sabe que amén de político es el mejor poeta que, en mi opinión y la de otros muchos, tenemos en la actualidad en lengua castellana), saludar a una "inesperada" (no explico más por discrección) Angela Valvey y estrechar la mano de mi colega en Amargord (la editorial de moda), el cuentista Gonzalo Torrente (hijo). Apuré las mieles, en compañía de Dragó, Arancha y Javier Esteban, hasta la puerta de los taxis que deberían regresarnos al centro de la ciudad, y aún dentro del mío lamenté no haberme apuntado en el otro vehículo para que durase un poco más la conversación. Es lo único que echo de menos cuando Dragó me invita a sus Noches Blancas, una sobremesa más larga (a ver si se me ocurre alguna manera de "engatusarlo" la próxima vez; supongo que no debe ser, no es, "hombre de cañas", pero alguna manera habrá, algún sonido existirá, que le desvié de su rumbo para conseguir que charle un ratito más conmigo).
Esta misma semana también he hablado -secretamente, así que no pongo los nombres- con algunos editores, visitado a mi colega Raúl Losánez en Radio Intercontinental (en la foto, con mi sombrero y frente a su impresionante tablero de mandos; es, amén de poeta, técnico de sonido de larga y consolidada fama), conspirado para introducir dos nuevas palabras en el diccionario de la RAE (una está en la columna señalada en rojo más arriba), y también he paseado por El Retiro, leído con "ahinco" a Martin Amis (si a Amis hijo lo lees sin ahínco acabas mandando sus libros a la papelera o el anaquel correspondiente de la librería), bailado con una pantera (eso es mentira, imaginación pura, ya quisiera yo) y marcar un nuevo record personal en la piscina: ningún largo. En efecto, confieso; llegué. Metí pie en agua. Estaba fría. Saqué pie de agua. Tomé albornoz. Cerré bien cinturón. Paso rápido un dos un dos hasta la ducha. Calentita. Bien bien calentita.

La semana que viene también se presenta animada. Tengo cita con Rojo Lago el lunes (preparamos "milagros") y su hermano, Eduardo, llegará desde Nueva York a presentar el Nadal. Enredando en mis cajones he encontrado una vieja foto, tomada en Nueva Yord, de Mister Edward Lake, en la que también aparece mi muy querido amigo, compañero de colegio y luego de oposición, Antonio Gurrea, que a la sazón -año 1998 o 1999- era el canciller del Consulado de España en Nueva York. Fue una noche especialmente divertida que la foto me acerca a la memoria; acababa de llegar de Dakar y había alquilado junto a Central Park un apartamento que, yo aún no lo sabía, pertenecía a una bailarina de strip-tease brasileña (sus amigas tampoco sabían que había alquilado su apartamento y no dejaban de llamar). Menos mal que los tres, hombres serios y emparejados, preferimos dedicarnos a charlar de literatura y beber gaseosa en lugar de irnos a nadar en bourbon entre sirenas de color. Gente ejemplar; así eramos nosotros. Sí, sí, ya sé....

El idioma echa a perder muchas cosas entre hablantes de la misma lengua, porque tan pronto como se empieza a hablar: se miente.
Cees Nooteboom ¡Mokusei!

12 de febrero. El lunes, lo estamos convirtiendo en un hábito saludable, quedé -como estaba previsto- con El Rojo, Red Lake, y ya nos despedíamos cuando llamó su hermano Eduardo, harto de tanta entrevista y firma de libros a causa del Nadal, y loco por tomarse una cerveza. Pasada la euforia del premio queda el trabajo de la promoción, y como todos los trabajos tiene momentos mejores y peores; me recordó a mí mismo -otra vez- hace dos años y me hizo pensar que en realidad no todo eran alharacas y jijiís jajajás, que el ritmo que marca una editorial no es el propio ritmo, el ritmo que marca quien te paga nunca es el propio ritmo, y eso violenta y cansa. Al día siguiente por la mañana, convocado por la maravillosa jefe de prensa de Alianza Editorial, Ana Kuntz , había en un céntrico hotel de la Villa y Corte, concretamente en la Gran Vía, un desayuno de trabajo, y me apetecía ir, entre otras cosas por ver a Paula Izquierdo, a quien hacía meses que no veía, y también a algún otro escritor. Además me gustan los desayunos que monta Ana Kuntz, en la foto de la derecha accediendo a posar para mí en la puerta del hotel; consigue un ambiente de camaradería insólito. Había un montón de escritores, para más detalles puede consultarse la columna de esta semana para Cambio16, La Vida Literaria, pero sobre todo estaba Joaquín Arnaiz, a quien conocí hace 25 años -The time passed goes by, tócala otra vez, Sam- cuando ambos trabajábamos en el suplemento cultural más vivo, y más cultural, que en mi opinión ha habido nunca en la historia de la prensa de nuestro país: Disidencias. Sin embargo creo que nunca había hablado con Joaquín con tanto placer e interés como la mañana del viernes mientras bajábamos juntos por una dorada Gran Vía, el suave sol de invierno brillando para nosotros, en dirección a Plaza de España. Fue lo mejor de un día por lo demás tirando a horrible (voy a ser discreto y no poner a parir incompetencias ajenas). Cerremos el día con la foto de Paula y dos de sus autores, Ramón Buenaventura y Juan Madrid; la baja calidad de las fotos para la web quizá haga que haga que el improbable lector de este diario no aprecie en la justa medida su poderío.


Paula Izquierdo, rodeada de 2 escritores y 1 empresario

Y sigamos con el miércoles, que se presentaba el Nadal, y para mí, también para mi chica, tenía algo de agridulce, porque un premio que no has ganado tú, aunque lo gane un amigo muy querido, como lo es Eduardo Lago, tiene algo de comida china, dulce y avinagrado a un tiempo (por allí andaba Doña Vinagre, la persona más "matasonrisas" que he conocido desde que me convertí, segundo intento, en profesional de la escritura; es imposible no encontrársela de vez en cuando, pues está siempre invitada a todos los saraos). Esa misma tarde me había entrevistado un periodista listo y rápido, Javier Mateos, en Radio Intereconomía, y confieso me divertí mucho hablando de África, y de mi último libro: Blanco y NegrA. Entre una cosa y otra aún me dió tiempo a pasar por el Canoe y nadar 1500 metros. A las ocho estaba en La Casa de América, donde no se podía fumar, claro, y el personal andaba un poco más alterado de lo habitual. Alteración que sin duda acentuó la histriónica presentación de Llámame Brooklyn, la novela ganadora, a cargo de un Álvaro Pombo que parecía un personaje extraído de los fotogramas de celuloide de un film de los años cincuenta. Lo pasé bastante bien, porque había muchos amigos, y también estaban los dos o tres enemigos conocidos que tengo (soy humilde, de momento no he conseguido más; pero si algún día me lo monto de verdad -vendo un millón de ejemplares de Tigre Manjatan, como me aseguró el oráculo- seguro que llegaré a tener centenares, miles, de enemigos; falsos enemigos, falsos amigos; conviene pues, ahora, ir fijando a los auténticos). Y entre los amigos estaban el Rojo, Lorenzo Silva, Enrique Redel, Pilar Lucas, Malcolm Otero, Joaquín Palau, y el Grupo de Brookly casi entero, sólo faltaba Cabal, Fermín. Pero estaban Carlos Madrigal (and mother), Federico Mañas y su hermano: el viejo Achero (con Andrea, su chica), y como soy un sentimental me dió cierta tristeza haberle dicho días atrás que ahora sólo somos conocidos. Pero aunque me dé tristeza o ganas locas de bailar es lo cierto, ya sólo somos conocidos. Y lo mismo empieza a pasarme con otros antaño muy queridos colegazos a los que ahora mismo ya no veo casi nunca: ellos no tienen tiempo, yo no tengo tiempo, el tiempo no tiene tiempo y quien lo desentiempará... "gallinas que se muerden las plumas del culo" (para no escribir la manida frase de la cola y la serpiente).

Me acosté tarde, el miércoles. Madrugué el jueves (como todos los días). Conseguí hacer cuanto debía y quería hacer, es decir, que me comporté como un caballero according Murakami en Tokyo Blues, a pesar del cansancio y las pocas horas de sueño; pero exagero: estuve durmiendo tres horas por la mañana entre las páginas de una novela de Cees Nooteboom, la semana que viene supongo que contaré porque me estoy leyendo las obras completas del autor neerlandés (así lo pone Julio Grande, su traductor en Siruela). Y el viernes...., el viernes había un concierto con pinta de divertido a cargo de Enrique Mercado, Pedro de Paz y Nacho Fernández. Pero el viernes es hoy. Escribo, y espero que no se convierta en costumbre, el resumen de la semana, el viernes por la mañana. Me zampo el finde. Lo guardo para la intimidad. Para mí solo y los míos. Privado. Puerta cerrada. Please, don´t disturb.

A Arthur Daane le gustaba la gente que "llevaba más de una persona dentro", y no digamos cuando esas diferentes personas parecían contradecirse entre sí
Cees Nooteboom, El día de todas las almas

19 de febrero. Empecemos por el final, por capricho y porque la frase de Noteboom se corresponde más a la conferencia que ayer sábado dí en Santa Engracia 17 para los componentes del grupo Atlantes, en la foto con su presidente, Jose Antonio Corrales, a la derecha y parcialmente fuera de la imagen. Suponía que me habían llamado para la típica conferencia en la que yo estaría sentado en un escenario y el público en las correspondientes butacas del anfiteatro; pero no. Era una mesa alargada, una mesa similar a la que utilizo para dar mis talleres, La Mesa del Capitán, y de hecho estaban tres de mis Tripulantes o alumnos entre el grupo; así que me relajé, estiré las piernas, y aunque hablé media hora del tema para el que se me había convocado, LA LITERATURA COMO SEGUNDA OPORTUNIDAD (no puedo incluir el texto de la conferencia porque tengo la mala costumbre -alguna vez no sale y es un pequeño desastre- de improvisarlas); pero como había tiempo y me sentía en confianza también les hablé de mi antónimo, Federico Sueño o Frederic Traum, protagonista de la novela SONRÍE DELGADO, y del antónimo de mi antónimo; el poeta Alberto Delgado. Todos, como se puede ver en la imagen, quedaron encantados con que haya alguien tan rarito como para ser capaz de inventarse a alguien que es justo lo opuesto a él y además intentar hacerle pasar por un ser real. No es sólo a Cees Nooteboom a quien interesan las gentes que llevan más de una persona dentro, según parece. La verdad es que -una vez asimilado lo peculiar de las circunstancias- lo pasé tan bien como un ratón sentado sobre un queso. Me gusta "la vida literaria"; es más, creo que es la frase más afortunada que Juan Marsé ha dicho en su vida.

No menos divertido, aunque de otra manera, fue el acto de presentación del cuidado libro LA VIDA EN HERMENAUTA de Antonio Polo(izquierda). Porque, para empezar, fue una aventura llegar hasta la Biblioteca Regional Joaquín Leguina, bajo el viento y la luvia, atravesando pasarelas altísimas (me uní a una pareja que empujaba un coche de bebé (cargado de objetos y sin ningún bebé dentro) para salvar el puente -con unos insuficientes quitamiedos- que sobrevuela las vías del tren desde Pacífico hasta Méndez Álvaro, como cuando me incorporé, tiempo atrás, a una caravana para atravesar el desierto, allá en la lejana y extraña Mauritania). En el mapa parecía que la Bibiloteca estaba al lado de mi casa, en la práctica fueron tres cuartos de hora andando. Pero allí estaba Almudena Grandes -siempre me ha caído bien- haciendo los oficios de maestra de ceremonias (una generosidad impagable por su parte pues está inmersa en una novela que, según me dijo, se acerca a las mil páginas; para compensar tal desmesura le regalé un relato de dos líneas y en tarjeta de visita), el propio Polo, el ilustrador del libro, Pedro Díaz del Castillo (foto de la derecha, el de la cara de duende feliz), el omnipresente don Jesús Urceloy (en la imagen de abajo en el centro e inescondible), y -ah, recuerdos, ah maravillas- casi todos los integrantes (inconscientes de serlo) de un grupo que bauticé hace años como El Club de los Poetas Vivos (la imagen de grupo) cuando se reunían en Libertad8 hará ya casi un lustroy a mí me llevaba hasta allí David Torres; faltan Iñaki Serra y Emilio Pascual, pero como compensación hay una chica, Vanessa, que indudablemente da color a la imagen. Lo mejor de la presentación era la alegría, tranquila, cálida, de Antonio Polo, me atrevo a pensar que conseguí reflejarlo en la foto; el orgullo de estar entre los suyos y sentirse querido y respetado. Aunque también fue muy divertido escaparse hasta el patio exterior de la Biblioteca, botella de champán en manos de Urceloy, y fumarse un cigarrito entre esa gente incalificable que son los poetas, y que no escriben para vender libros, ni para llegar a mucha gente y además -a diferencia de los prosistas y por lo que yo he visto- tienden a llevarse bien muy bien -magníficamente bien- entre ellos.

Y salto ya al lunes -alejop- porque al final este diario semanal me da más trabajo, mucho más trabajo que mis columnas en Cambio16, Cuadernos para el Diálogo y la Opinión de Murcia, pero creo que merece la pena pues el número de visitas a esta humilde página se ha duplicado, más de 1000 en 16 días, desde que incluyo fotos en el diario, o quizá sea porque salgo con más frecuencia que antes en los medios (TV/radio) a causa de que la promoción de Blanco y Negra pienso prolongarla hasta que aparezca el siguiente libro.
Precisamente en ello estaba el lunes, promocionando BLANCO Y NEGRA (aunque en la imagen adjunta puede verse también, en la imagen de la izquierda, sí junto a la mano de Cristina Sanz, abajo a la derecha, en pequeñito muy pequeñito, mi cada vez más famosa -ahora que está agotada la edición. de LA JAULA TARJETERO de EL CAZADOR DE CUENTOS). Gracias a los buenos oficios de Raul Losánez la semana anterior Javier García Mateo y Cristina Sanz me habían entrevistado en Radio Intereconomía, y como nos caímos simpáticos acordamos dar otro paso; quiero decir: me invitaron ellos y yo acepté encantado pues soy yo he explicado hasta el aburrimiento que soy adicto a las cámaras, a participar en su programa de TV "Esto es vida". Lo cierto es que la entrevista de la tele no quedó tan redonda como la de la radio, porque tanto como Javier como yo estábamos cansados, y además el plató era un tanto confuso, con un técnico de sonido que no hacía más que comprobar el micro de Cristina (a mí también, y lo dije porque me pareció motivo para un cuento romántico y muy blanco, me habría parecido prioritario comprobar si funcionaba bien el micro de la bellísima Cristina Sanz). Pero aunque quizá el resultado no nos pareció perfecto, no siempre sale (y como dice Gracián ni el más sabio discurre igual todos los días) me conmovió la defensa apasionada que hizo Javier García Mateo de mis dos últimos libros, tanto de BLANCO Y NEGRA, como de SONRÍE DELGADO, novela que me empeño en mantener viva más allá del Nadal porque a mí me costó 14 años escribirla y aunque el marco del premio -esto ya he debido de decirlo muchas veces, pero no importa, insisto- le regaló a la novela posibilidades de difusión insospechadas también es igual de cierto que la trituró en tan solo unos meses; y me niego, porque es la primera de una Trilogía, porque en ella me he dejado la vida y muchísimo dinero (llevo 7 años de excedencia para dedicarme sólo a escribir, y para ello y por ello me privo de casi todo). Así que desde aquí le agradezco a Javier, Javier García Mateo, empático, inteligente, rápido y un periodista de raza (hay tan pocos) que saltase sobre su cansancio para defender mis pequeños y luchadores libros. (NOTA AÑADIDA UN MES DESPUÉS: El programa, emitido en el Canal55 fue un éxito brutal, lo vió aún más gente que el de Dragó, y estuve recibiendo llamadas, mi madre también, durante más de una semana para felicitarme y preguntarme donde se podía encontrar el libro).

Y, naturalmente, han ocurrido muchísimas más cosas esta semana, pero no se trata de ser exhaustivo. Y además mañana lunes recomienzo el baile desde bien temprano y ya tengo el carné, el carné de baile, lleno hasta el sábado, así que como es domingo y las seis de la tarde, con el permiso de todos los que tenéis la generosidad, amabilidad y un puntito de amor por el cotilleo, y entráis en esta página que es vuestra, voy a dejarlo ya para irme a disfrutar de una merienda-cena en familia, que hace días que no veo a mis padres, ni a mis sobrinos, ni a mi querido y único hermano. Feliz semana a todo el mundo.

En materia de venganza, era irreflexiblemente fundamentalista. Incluso en los momentos de mayor debilidad, en los momentos que sentía el temor de su fragilidad, estaba seguro de que se le presentaría la hora de la venganza
Martin Amis, Yellow Dog

26 de febrero. Llevaba diez días leyendo al excelente Cees Nooteboom (a quien gracias a la generosidad de Fernando Sánchez-Dragó conocí el pasado jueves, como testifica la imagen adjunta), y aunque he disfrutado con su obra, especialmente buena la última novela, Perdido el paraíso, confieso que fue un placer regresar a las páginas,que leo a la vez en inglés y en español (debido a mis deficiencias en el primer idioma) de Martin Amis de la que he tomado la frase que encabeza el diarioweb de esta "week de los cojones". Sí, una "week de los cojones". El lunes, muy de mañana -pero al menos fui un taxi, como un señor- me presenté de urgencia en el dentista, que menos mal que es amigo y dentista de otros escritores bruxistas (que rechinamos los dientes) y que me hizo una reconstrucción que ni la del Palacio de los Deportes de Madrid y me cobró a "precio de amigo" (Dios le bendiga; y encima el hombre cada vez que va a un cumpleaños compra uno de mis libros para llevar de regalo; no digo su apellido para que no se le llene la consulta de artistas colgados, bruxistas y pobres). Esa misma tarde llevé el coche al taller, pero esta vez no había afecto, sólo buenas palabras, como corresponden al ingenuo visitante de cualquier cueva de ladrones, para reparar algún pequeño desperfecto en la chapa. Del martes y el miércoles no me acuerdo porque estaba constipadísimo, no tengo ganas de forzar la memoria y además no es imposible que me permitiese algún tipo de licencia de las que jamás deben consignarse en un diario público; en los privados, sí, porque en caso contrario, y aunque hayas matado al rey y huido a Murcia, acabas olvidándolo y es -para un literato a quien además le divierte la vida literaria- una lástima.

El jueves fue muy animado, porque por fin conocí a Nooteboom (me gustó, aunque estoy de acuerdo con él en que a los escritores es mejor no conocerlos, y menos aún cuando admiramos su obra; pero como le dije, aprovechando que Fernando Sánchez-Dragó nos sentó juntos, compartir una hora en un plató no era exactamente conocerse). También conocí, es decir: ví e intercambié un par de frases con él, al larguísimo, elegante y ultracorrecto Marqués de Tamarón, Santiago para los amigos, que estuvo a punto -me enteré esa mañana- de ser mi Embajador en Mauritania (yo llevaba los asuntos comerciales de España con Mauritania desde Dakar, y tuve largo y muy placentero trato con un diplomático -persona fantástica- de nombre Juan María López de Aguilar, a la sazón embajador de nuestro país en Nouakchott ; le fotografié en diagonal, y guardo la imagen para futuras ocasiones, porque Santiago, Marqués de Tamarón, es increíblemente alto. Como también era muy alto, no lo esperaba, Fernando Delgado, uno de los premios Planeta, pues ya que estaba allí hice doblete y me quedé al programa dedicado a los 50 AÑOS DEL PREMIO PLANETA, donde falló el invitado principal para fortuna de los espectadores -es una opinión- pues su lugar lo ocupó una mujer maravillosa a quien yo no conocía, Ana Gavín, la jefe de comunicaciones del Grupo Planeta (le pregunté si era como SuperLucas en Destino y no pudo evitar una sonrisa). Y digo que me pareció una mujer maravillosa, y eso lo tiene en común con otras mujeres en "plenitud" que he conocido en el palacete que tiene el grupo planetario en Recoletos, mujeres que son más que guapas, más que atractivas (que lo son, y en particular la Gabín como puede apreciarse en el perfil que le robé para esta web). Tienen, tiene en particular Ana Gavín, la hermosura, la belleza de una escultura, de una escultura de mármol fabricada desde dentro y a fuerza de inteligencia y voluntad; en su momento las cosas eran muy difíciles para las mujeres y las que están arriba ahora no ha sido por "cuota" sino por valía. Estábamos en los camerinos y comenté que era una lástima que no saliese ella en el programa, fíjese el lector en el dominio del color de su atuendo, y Fernando Sánchez-Dragó, que es rápido y jamás se ha dejado adormecer por el éxito, la incorporó a la mesa, donde también estaba Julia Escobar, otra "tribuna" habitual de Fernando, y el felicísimo señor Eslava, Juan Eslava, que ha vendido casi un millón de ejemplares del premio Planeta que ganó gracias a la magia de un Unicornio. La verdad es que lo pasé fenomenal. Siempre lo paso fenomenal en el programa de Dragó, excepto en una ocasión que se me taponó un oído y además Lucía Etxebarría no dejó hablar a nadie. Como me encanta la tele -vuelvo a decir que estoy más cómodo, más relajado, delante de una cámara que solo en el salón de mi casa, pues delante de una cámara todo vale, todo entra y todo es espectáculo- he incluido en esta página de longitud infinita (cosas de la informática) el retrato, apresurado, de una chica de producción amabilísima, Gema, y también el de la ayudante de Fernando Sánchez-Dragó, la gentil, eficiente y dulce Arancha Salama, porque siempre echo de menos eso, que al espectador no se le muestre más tramoya (Sardá lo intentaba en Crónicas Marcianas, pero era muy mejorable; si algún día dirijo un programa ya se enterará el espectador como debe hacerse). Precisamente en LAS NOCHES BLANCAS me resulta admirable, brillantísimo, ese juego de metaliteratura, o metatelevisión, que hace Dragó, cuando explica a la audiencia que estamos grabando meses antes de que se emita el programa, que se nos ha pedido que llevemos ropa primaveral (la mía no lo era demasiado, y eso que llevaba una maletita: debería poner también la foto (pero no, que ya hay muchas hoy) para que nadie piense que estoy jugando: yo me lo curro, siempre me lo curro, hasta donde me llegan la voluntad, la inteligencia y los huevos). Pues eso, que Dragó hace metatelevisión y por ello espero que sus Noches Blancas, o Negras, o Blancas sobre Negras, o como sean, siga sobreviviendo muchos muchos años. Como también espero que la gente comprenda la razón por la que no me quito el sombrero en lugares cubiertos (Fernando Delgado hizo un alegato en camerinos fantástico al respecto, basándose en que al ser -el sombrero- una prenda de uso ya no común deberían aplicarse nuevas normas protocolarias en su utilización; para empezar, cuando vas a un bar, no hay ya donde dejarlos, excepto encima de la cabeza).

Pero no voy a olvidar, aunque ya estoy un poco fatigado, harto de teclear, de escribir (menos mal que esta página no la corrijo nunca, la dejo como sale y ya está: alegría y rockandroll) y además tengo hambre (a vez si mi chica pide una pizza y alquilamos una peli), pero -repito- no voy a olvidarme de mencionar que, como ya es costumbre, la noche anterior a su regreso a Nueva York (era viernes y hacía un frío continental, la vendedora china de películas pirata llevaba un buen surtido de porno oculto en su cartera cuando nos abordó, las tapas del Buendi estaban riquísimas), quedé con Eduardo Largo, y también con su hermano, Jose Antonio, el Rojo, de quien había leído el día anterior un cuento hiperbreve aprovechando el programa sobre el Premio Planeta; pero eso, si alguien quiere verlo, tendrá que estar atento a la tele; yo no voy a explicarlo aquí. Sí que siempre da una cierta tristeza que se vaya Eduardo (hasta a Malcolm Otero -al parecer y en SMS- le produjo cierta nostalgia), porque de El Grupo de Brooklyn el único que se quedó en Nueva York fue él, y el único capaz de recuperar para todos ese espíritu burlón, cazador y aventurero es -ahora- también él. Quizá, porque yo soy del Grupo de Brooklyn, quien más añora la burla, la caza y la aventura, es a mí a quien mister Lake se ha acostumbrado a ver la noche anterior a su partida a la ciudad de los pipsous, los largos paseos, el anonimato absoluto y los miles y miles de hombres y mujeres que gracias a la magia de la ciudad se permiten jugar a ser adolescentes para siempre, adolescentes eternos.

Hay tribus ocultas cerca del río
Radio Futura, Escuela de calor

27 de febrero. Me dice mi chica que Santiago Roncagliolo ha ganado el Alfaguara, y recuerdo el día que le conocí, cuando ambos eramos "aspirantes" y aún no profesionales, ambos convocados por David Torres que ya había acariciado las babas de la fama tras hacerse con el finalista del Premio Nadal. Cenamos en un Chino, en compañía de Urceloy y Navas, ambos poetas famosos, y luego estuvimos dándole duro a los mojitos o algo así en un bar de dos niveles cuyo nombre no recuerdo, pero que estaba situado cerca de la calle del Pez, o quizá en la propia calle. Me cayó bien, Roncagliolo; creo que es uno de esas personas que, en general, caen bien a todo el mundo. Por aquel entonces escribía crónicas políticas en Cambio16, donde yo ahora publico mis columnas. Y meses después ambos estuvimos entre los finalistas (sin resultados prácticos para ninguno) del premio Herralde. A la salida de aquel pub de mojitos y buena charla, ese día que nos conocimos y para no perder mi hábito de "we are the champions" pedí a todos posar para una foto (el mando a distancia está camuflado en mi mano) y allí nos pusimos en ordenada fila ante mi pequeña cámara, una Aps, que estaba apoyada en un bolardo. "Algún día" -recuerdo o invento que dije- "esta foto será historia y se llamará CUANDO ERAMOS ASPIRANTES). Aunque bien pensando, y a pesar del premio de Santiago, o de que yo tenga la suerte que se esté agotando la primera edición de mi segundo libro, Blanco y Negra, seguimos siéndolo:aspirantes a niños creadores y eternos. Aquí está la foto:


Cuando Eramos Aspirantes, enero 2003

Estar borracho era una forma de decir que, en tu opinión, el universo no tenía sentido.
Martin Amis, Yellow Dog

5 de marzo. Acabo de regresar de Murcia, la amada Murcia, la fácil Murcia, la generosa Murcia. No deja de sorprenderme que once años después de irme me sigan invitando en los bares, me regalen cosas en las tiendas y nunca dejen de recordarme, en uno u otro sitio, que aún conservan el artículo que les dediqué en el periódico La Opinión. Y naturalmente el coche venía cargado de naranjas, limones y otras mil maravillas, como siempre que vamos a ver a mis padres políticos. Pero en Madrid, seamos justos, también me regalan cosas, el martes me llegó por correo la última novela de Philippe Besson, Un Chico Italiano, autor también de aquel maravilloso experimento titulado Final del Verano en el que conseguía animar, dar vida, a los personajes que el genial Edward Hooper inmortalizó en el más famoso de sus cuadros: Nighthawks. Le conoceré -si nada se tuerce- en persona el próximo miércoles, en uno de las ya clásicos desayunos de Alianza Literaria. Y el martes por fin se emitirá en Telemadrid el programa en el que un grupo de escritores le contamos nuestros sueños a Cencillo, sentado a la diestra de Fernando Sánchez-Dragó; siento curiosidad por ver como quedó, pues lo cierto es que llevaba preparado un sueño falso y muy sofisticado para lucirme ante la audiencia, pero al enfrentar los ojos del viejo sabio no fuí capaz de mentir y le conté dos sueños reales; insignificantes de tan pequeños pero verdaderos. Lástima que el programa lo pongan después del telediario de la noche, que nunca acaba antes de la una de la mañana.

El miércoles, primer día de este ventoso marzo, Nacho Fernández (vease EL INCANSABLE SEÑOR FERNÁNDEZ) logró sorprenderme una vez más al convocar en su celebrada tertulia de la Cruzada al equipo responsable del Book-Crossing en España (imagen de la derecha). Me "sulibella" eso de abandonar libros, una vez leídos, para que los disfruten otros. Me gusta algo menos que haya que registrarlos, ponerles un número y marcarlos como ternero. En España se han liberado unos dos mil libros escasos, pero en el mundo, y según la web oficial del movimiento (pones en Google el nombre: book-crossing y aparece la página (No lo he comprobado, como siempre la semana ha ido cortísima de tiempo). Explicaron los Book-Crossing boys, en la foto, Al parecer existe una variedad llamada Book-Borrowed, libro prestado, en la que el libro vuelve a quien lo ha liberado: una especie de biblioteca pública libertaria; claro que la mayoría de las veces el libro no regresa a las manos originales y se queda pegado a los dedos de alguien que lo ha conocido, y se ha enamorado de él demasiado, en el camino.

Ese mismo miércoles, y también en la taberna de la Cruzada, conocí a Leo Zelada (en la foto del grupo de tertulianos el chico de gafitas a la izquierda, parcialmente oculto por la autora de LA MUJER DE CERVANTES, el último libro de literaturas.com ediciones)), que me regaló un ejemplar de su novela American Death of Live, y autor de una antología de nueva poesía Hispanoamericana que ya va por su sexta edición. La verdad es que la imagen parece un apunte hecho con pintura más que una foto, y eso que apenas la "toqué". Supongo que quien conozca a los retratados podrá identificarlos, y quien no... tendrá esa visión de grupo, de alegría de conjunto, que era la que pretendía transmitir en este diarioweb que el pasado mes de febrero recibió un número de visitas más que sorprendente: casi 1700. Supongo que en gran parte se deberá a las fotos que últimamente incluyo; y también que cada vez es menos mi diario para ser "el diario de los otros" (como el sexto tomo de los diarios de Anais Nin), o una crónica caprichosa, accidental y apresurada de "la vida literaria" en la Villa y Corte. Intentaré mantener alto el pabellón, pero ya empieza a sucederme, y eso es nefasto para un diario (jamás me ha sucedido con el que llevo en el bolsillo), que en ocasiones hago cosas para apuntarlas en este diarioweb, en lugar de hacerlas y luego... tal vez apuntarlas, tal vez no. Supongo que es una temporada, la borrachera del número creciente de visitas, y el placer de poder "sacar a los otros", proyectarlos al mundo. Pero seguro que no es pasajero y poco grave. No vivo para este diarioweb ni mucho menos. En Murcia no he hecho ni una foto con mi cámara-vampiro. Me he limitado a disfrutar del buen tiempo, la generosidad de la ciudad y el buen talante de sus gentes.

Ah, pero tengo otra imagen, la había olvidado. Y eso que la realicé, esta vez sí, con la única y exclusiva intención de colocarla en esta página. Viajaba en el metro y frente a mí había una persona leyendo. Un señor. A los escritores siempre nos llama la atención que otro ser humano lea. La señora que iba a su lado protestó un poco por el flashazo (puede quepensando, y puede que con algo de razón como imaginará cualquiera que me conozca, que mi inspiración, lo que deseaba capturar, eran sus piernas enfundadas en medias negras y no a un señor calvo con sobretodo amarillo y un libro entre las manos) y se montó una pequeña tertulia improvisada en el vagón, durante la cual enseñé la foto a cuantos tenía enfrente, para demostrarles que sus caras no salían; y ya puestos..., hablamos de todo un poco: de la m-30, los reallity show, de que a un hombre (parecía el acompañante de la señora de las piernas; luego no) siempre le fotografiaban el lado malo. Y mientras hablábamos y hablábamos el único que había sido fotografiado, el objeto y desencadenante de la pequeña tertulia, nos ignoraba por completo y continuaba leyendo reconcentrado e imperturbable; como si estuviese hechizado; y quizá lo estaba, pues el libro que tenía ante sus ojos miopes no era otro que la última entrega de la serie de Harry Potter (ah, los magos).

Para irse con un cliente es necesario no sentir ternura alguna
Philippe Besson, Un garçon d´Italie

12 de marzo. "Como ha cambiado tu diario", me comenta una de mis más brillantes amigas, Juana Márquez, quien no sólo lee las últimas anotaciones (plagadas de fotos en el 2006) sino que es capaz de analizar las palabras que voy colgando -ahorcando, condenando a la muerte de existir para quien quiera verlas- de esta web y valorar su peso en el conjunto de este juego (que quizá cualquier día detenga o extinga de golpe): mi diarioweb. Al principio nadie sabía que existía, y para llegar a él había que encontrar un cuadrado escondido en la página Aboutme, o pinchar en los ojos de un autorretrato londinense. Pero poco a poco, suele suceder siempre así, yo también comencé a ver el conjunto con perspectiva y le dí una entrada propia desde la página principal; coloqué un contador secreto, de esos que el lector no puede consultar, y para mi sorpresa comprobé que el diario tenía muchas más entradas que la columna semanal o los cuentos, las fotos e incluso las pelis (las pelis a la gente le da miedo, os da miedo, descargaroslas, porque se deja de estar en la página web, se abre Windows Media o Quick Time, y hay que esperar algo (apenas cinco segundos con ADSL, pero aún así: esperar). Lo más visitado era el diario. Y empezó a cambiar. Ese cambio se convirtió en una orgía de imágenes a partir del momento en que uno de los miembros de El Grupo de Brooklyn, ganó el Nadal, y lo hacía siguiendo mi estela, mi ejemplo ( cierto que yo no había ganado el Nadal, sino que había sido finalista, pero "sin agente y sin seudónimo", a pecho descubierto); pero mi amigo Eduardo sin el ejemplo, sin comprobar que era posible lograrlo, probablemente ni siquiera se habría presentado; así que en parte su triunfo lo sentí como mío y así lo he vivido y celebrado.

Sí, mi inteligente amiga tenía razón. Mi diario había cambiado. Ha sido diferente desde el mes de enero, y va a volver a cambiar esta semana, va a ser diferente hoy. Sólo lo siento por Philippe Bessón, a quien he dedicado la columna periodísitca de hoy, y al que hice una foto que -como fotógrafo soy demasiado malo como para ser modesto- considero genial y que no voy a colgar en la web. Esta semana no voy a subir o colgar o ahorcar o bajar de peso ninguna imagen para esta web. No me apetece. Esta es una página privada, con mi dinero la pago y a nadie pido nada por entrar y utilizar una u otra puerta. Hago lo que me da la gana. Soy libre. Absolutamente libre. En realidad tanto o casi tanto como en los diarios que llevo en el bolsillo y que tengo voluntad de no publicar jamás, aunque según otro de los miembros de El Grupo de Brooklyn, el antaño tan delicioso amigo Achero Mañas, lo que diga el futuro de todos ellos, de todos nosotros, de mucha de la gente que conozco, deponderá más de los diarios que yo hace ya tantos años escribo que de lo que hagan, logren por sus propios méritos y esfuerzo, en el mundillo (diminutivo utilizado con plena consciencia) artístico en el que por razones de nacimiento y época nos ha tocado movernos.

Pero no me quejo. Improvisar prueba la verdadera calidad del artista; sólo que tengo que aprender a no tenderme trampas a mí mismo (ya lo hice con aquel asunto de EL AÑO DEL CAZADOR, un cuento al día durante un año; y casi me ahoga). Así que ahora voy a quitarme la excesiva responsabilidad de actualizar este diario 2006 que he titulado La Vida Literaria hablando de mis muchos colegas en la batalla, hablando de ellos y fotografiándolos. Hoy no voy a hablar de nadie en particular. No voy a contar ningún desayuno de trabajo, aunque he estado en dos. Y la foto de Besson quizá la ponga la semana que viene, pero no esta. Esta la dejo sólo en letra. Cambio. Me gusta el cambio. Los cambios. Todos los cambios. Se me llena la boca de vida cuando explico que soy columnista de Cambio (16), que el Cambio ha sido la única revista que ha sobrevivido a todo: la transición, el centro, la izquierda, la derecha, la prensa gratuita. El cambio es vida, el cambio es ser imprevisible, y significa de algún modo que nadie sabe por donde has venido y mucho menos por donde vas a salir, como cantaba Santiago Auserón. Cambio. Este diario ha cambiado esta semana. No he contado nada de lo que he hecho. Ni lo voy a contar. Y quizá vuelva a cambiar la semana que viene. Retome el rumbo abandonado por una sola entrega. O no. Tal vez otra vez ponga solo fotos. O una peli..., tengo una idea buenísima en esa dirección. O .... ponga el diario de mi antónimo, Federico Sueño/Frederic Traum, quien ya harto de ser Alberto Delgado, el sonriente Alberto Delgado, quiera, necesite, desee ¡volver a la acción! (pero eso no lo haré; el diario de Traum sería impublicable; la parte oscura del cambio, de ser impresible es que también te conviertes en una persona difícil en el trato, "un tipo difícil", y mi trabajo, mi empeño actual, requiere que sea claro, diáfano, limpio. Así que probablemente las letras de esta semana sólo sean un interludio, un capricho de escritor, una debilidad de ser humano con más proyectos en la cabeza de los que pueden realizar sus manos. Un interludio, y la semana que viene volveré a hablar de tertulias, presentaciones, risas y sonrisas; las risas y sonrisas de los que como yo luchan con paciencia y persistencia a mi alrededor.

CODA, UN DIA DESPUÉS: Me siento incapaz de no subir la foto, sea genial o no, de Philippe Besson. Tuvo la deferencia de hablar conmigo en francés, y como ya dije ayer: me ganaba la nostalgia. Durante mis cuatro años dakareños comía, dormía, soñaba y leía (incluso a los autores americanos) en francés, y un idioma conocido es como un olor, te transporta, en el espacio y el tiempo. Asi pues, para todos los amables lectores, y también para los lectores bordes, Phlippe Besson con su última obra traducida al español: Un chico italiano.

Si el tiempo aguardase a que acabáramos con nuestras locuras preferidas, seguiríamos siendo jóvenes, todos nosotros, hasta el Día del Juicio
Nathaniel hawthorne, WAKEFIELD

19 de marzo. El lunes fue un día maravilloso. No hice nada. Pasear. Sólo pasear. Por el centro de Mad Madrid, el corazón y las arterias de la vieja y conocida ciudad. Y cada pocos pasos iba cambiando, no sólo el paisaje interior sino sobre todo el interior. Lo que más me interesa -como experiencia- del proceso de escribir y más ampliamente del proceso de crear es que puede hacerse desde muy diferentes puntos de vista; por ello no sólo tengo al menos media docena de heterónimos, sino incluso -hablo mucho de él últimamente, tras años de absoluto secreto- un antónimo, alguien que piensa y actúa de modo contrario, absolutamente contrario, al que en mí sería espontáneo y natural: el señor Frederic Traum, protagonista y narrador, es su voz, de Sonríe Delgado, a quien siempre quise hacer pasar por un autor real, una persona normal de carne y hueso. Y al pasear por el centro de la ciudad -en lugares como Nueva York o Londres, al ser ciudades más cosmopolitas el proceso se torna aún más acusado- van saliendo, viviendo, todos esos otros yo y anti yo que llevo dentro; y por eso es tan lenitivo para mí caminar por las calles de ciudades que me permiten ser anónimo, porque al no verme obligado a ser sólo Javier Puebla, puedo ser también León Salgado, o Javier Panizo, o Daniel Fénix (el que hace las fotos que ilustran esta web), Ram Remdel, Traum o cualquier otro (incluso el demasiado ingenuo poeta Alberto Delgado). Pensé que sería un día inmejorable, que no habría nada mejor sobre lo que escribir esta semana que sobre esa tarde sin fin de lunes. Pero me quivocaba. El miércoles fue aún mejor.

Eran las ocho de la tarde cuando una de mis Tripulantes más animosas (lo cuento también en la columna de esta semana) me llevó en taxi -le iba de camino- hasta la Casa de América donde se presentaba un libro de José Luis Alonso de Santos. La presentación tuvo lugar en la Sala Simón Bolivar la cual, coincidencias o guiños del show que llamamos nuestra vida, fue el lugar donde dirigí mi primera tertulia literaria año, La Dulce Conversa, tertulia que en realidad fue el precedente de los cursos que doy ahora y que me permiten vivir sin tener que escribir novelas que no quiero ni ser negro de autores o columnistas consagrados; o tener que reincorporarme al ministerio. Confieso que acudí, basicamente, para ver a Fermín Cabal y hablar con él de viejas aventuras si el tiempo lo permitía (pero no lo permitió; apenas cruzamos unas pocas y apresuradas palabras). Pero en la presentación me esperaban muchas sorpresas: entre otras la presencia de Emilio Pascual a quien luego acompañé caminando hasta la boca de metro de Alonso Martínez y con quien sostuve una conversación impagable; Emilio no sólo lo sabe todo, sino que además piensa con la precisión y limpieza de un bisturí; y aún más: escucha. Pero eso fue el postre; el postre maravilloso. En medio tuve el placer de fotografiar tres veces a la Forqué. Para mí la Forqué es más que una mujer atractivísima, más que una actriz de éxito permanente, porque .... la ví por primera vez en una película que ponían el Pequeño Cine Estudio Magallanes (creo que se llamaba así) cuando debía tener unos 17 o 18 años, yo, y me ganó el corazón para siempre. De aquella película sólo recuerdo que era extraña, indi que se diría ahora, más bien corta: unos cuarenta minutos, y que estaba ella, que ella era la protagonista. Así que, aprovechando que la tenía tan cerca decidí -sin que me viera, sin molestarla- fijarla en una foto. Pero me vió, o mejor dicho, me vió sin verme: La Forqué posee un don o cualidad del que yo sólo había oído hablar en Pablo Picasso, la capacidad de ser consciente de la presencia de una cámara en no importa cualesquiera circunstancias. Aquí están las fotos pero para saber lo que pasó exactamente, la prueba de lo que acab de decir, vuelvo a remitirme a la columna de esta semana (me da pereza volver a escribirlo aquí, pido disculpas). No quisiera terminar este semanarioweek sin decir que, parte de la magia que se consiguió en el Salón Simón Bolivar de la Casa de América, José Luis Alonso de Santos me escribió la dedicatoria más bonita que me han puesto jamás en un libro. Ya se cerraba el acto, el pequeño viaje terminado y concluido, cuando me acerqué con mi ejemplar para que, más por placer que por fetichismo, me lo firmase. Al preguntarme a nombre de quien debía dedicarlo le respondí que "a un señor con sombrero", pues no me pareció oportuno en su momento de gloria, rodeado de amigos que le conocían y querían, ponerme a explicarle que era amigo de Fermín, que me habían parecido magristrales sus "cuadros" y que además eran algo muy próximo, en teatro, a lo que yo hago o intento hacer con mis relatos en TARJETA DE VISITA. "A un señor con sombrero", insistí. Y José Luis me escribió en la página cinco y blanca de su libro las palabras que siguen: "Para mi amigo del sombrero y cara de ángel". Nunca se me habría ocurrido pensar que pudiera tener "cara de ángel"; pero quizá estaba tan contento y divertido que algo de ello se translucía en mi expresión, en mi rostro, tan de miércoles, con gafas, bigote y mosca. Un tipo genial, Alonso de SantosJosé Luis Alonso de Santos. Pero la magia no está en quien muestra, sino en el que mira..

Para compensar, o quizá no por eso (pero da igual), el jueves sin embargo viví un día tristísimo, pero no voy a escribir en esta página llena de sonrisas sobre ello. Como tampoco voy a explicar que me pareció Capote, la película ( viernes). Ni sobre la luz que había en el Parque del Retiro el domingo. Se seleccionan pequeños y caprichosos momentos. Eso es un diario. Algo siempre incompleto, caprichoso y por lo tanto nunca del todo literatura, y sí siempre ... diversión y juego.

 

Supongo que a veces me pongo desagradable. Pero no siempre; y no por principio. En mis buenos días soy tan amable y simpático como el que más.
Paul Auster, Brooklyn Follies

26 de marzo. Esta semana "mi vida literaria" ha rozado prácticamente el cero, si excluimos las habituales sesiones de navegación, o clases, que imparto de martes a jueves, en las que he aprovechado el libro de Alonso de Santos para dar alegría a los dos barcos y la pequeña lancha que comando, aunque también he recurrido a ese precioso trabajo de Javier Marías titulado "Miramientos", que es más poético y acorde a mi estado de ánimo, pues el martes operaron en el 12 de Octubre a mi cachorrito -todo ha ido bien, gracias- y el sufrimiento vicario que supuso ver al niño desconcertado, dolorido y tan frágil, se llevó como una ola toda la energía que suelo dedicar a moverme por la Villa y Corte en busca de actos y presentaciones más o menos vistosos que luego intento -y consigo (nada de tanta modestia, Javier Puebla)- reflejar en esta página. E intentando dar la vuelta a mi miedo y mi dolor, a mi fragilidad de ser humano ahora padre, he pasado las mañanas tardes y noches pensando en la novela que -voy a intentar, ya veremos si l consigo- escribir durante la Semana Santa (al menos el primer borrador; es un libro que se me ocurrió hace muchos años, cuya idea fijé en un cuento relativamente largo de El Año del Cazador, y que finalmente he conseguido dibujar en mi cabeza como una nueva novela protagonizada, o coprotagonizada, por Tigre Manjatan, a pesar de que aún no he logrado ver publicada la primera que -es su destino- acabará vendiendo un millón de ejemplares; estoy absurda e intuitivamente seguro de ello). Crear cura, escribir cura cualquier dolor, o al menos lo mitiga. Por eso, en parte, me dedico a ello. Porque siempre me ha dolido la gente, me ha dolido el mundo y me he dolido yo mismo: tan frágil, aunque quizá no lo parezca cuando en ciertos momentos -como reza la frase del libro de Paul Auster que estoy leyendo estos días y he citado más arriba- me "pongo desagradable" y me peleo contra gigantes sin escrúpulos de ningún tipo: en las últimas semanas un tipejo camuflajado bajo un peluquín y un especulador inmobiliario con veleidades de político (que me disculpe el lector curioso que no entre en detalles; baste con consignar que estoy luchando, pequeño como un mosquito pero con el aguijón cargado de ese veneno que nace del corazón cuando creemos que algo es justo y hay que defenderlo aunque el precio a pagar sea muy superior al ínfimo placer de la victoria sobre un enemigo malaje y mezquino).

Siempre he tenido cierta debilidad por los granujas. Como amigos quizá no pueda confiarse mucho en ellos, pero imagínate lo sosa que sería la vida sin ellos,
Paul Auster, Brooklyn Follies

2 de abril. Andaba tristísimo Javier Puebla, es decir: yo mismo, el lunes por la mañana, y también a mediodía, e incluso al empezar la tarde, porque las reformas acometidas en el club donde suelo ir a nadar a diario (véase columna LAS CABINAS MUERTAS con siete hermosas o al menos peculiares fotos ilustrándola) me habían dejado sin un lugar donde guardar mi parafernalia de nadador amateur aunque constante y diario, y al igual que un asesino -según aseguraba Agatha Christie- vuelve siempre al lugar del crimen yo decidí visitar el lugar donde había nacido mi triste tristísima tristeza de lunes con la esperanza de encontrar una solución, un acomodo que evitase mis rutinas se alterasen del todo, pues al trabajar en la casa donde también vivo mi club, El Canoe, es el único sitio exterior de referencia permanente. Y me encontré con una grata e inesperada sorpresa: a las cabinas muertas la dirección del club había decidido concederles dos semanas más de gracia y vida. No llevaba bañador pero mi amigo Frederic Traum, también asiduo del Club aunque no tenga carnet, me conseguió uno y nadé más rato y más feliz que había nadado día alguno el resto del año; y mientras nadaba se me ocurrían cosas y más cosas: cuentos, novelas nuevas, revisiones en las ya terminadas, columnas, viajes pequeños y grandes, ejercicios para mis alumnos "tripulantes"... Al salir me duché en lo que era ya casi un cementerio de cabinas, pero aún había algunas vivas y me concentré sólo en estas, en las vivas. Y no he fallado ningún día -excepto el sábado- a mi cita con el agua-perdona-pecados y mi moribunda cabina, ni siquiera el jueves, que había una comida de prensa en el Jaialai, el agradabilísimo restaurante situado en la calle Valbina Valverde donde Alianza Editorial presentaba los libros galordonados en la VII edición de los Premios de Novela Fernando Quiñones, a saber: El malduque de la Luna, de Miguel Naveros, ganador, y Donde el sol no llega, de Alberto Porlan, finalista. La comida fue excelente, y la compañía aún mejor, porque entre otros me encontré a Miguel Ángel del Arco, para quien he trabajado ya en bastantes ocasiones pues dirige la sección cultural de la revista La Clave, Joaquín Arnaíz (abajo a la izquierda) que cada día está mejor, uno de esas personas que mejora con los años; no hay demasiadas), el omnipresente Nacho Fernández, director de literaturas.com y agitador cultural donde los haya, la editora de Alianza: Valeria (a la derecha), y dos presentadores de lujo: Ramón Buenaventura (que hace años, muchos años, me dedicó una columna en Disidencias donde me llamaba "genial jovenzuelo") y Martínez-Reverte, a quien siempre he admirado por su calidad como escritor y ciudadano: pues, asegura todo el mundo que le conoce bien, una buena, excelente persona. Disfruté de la comida como un pobre en una película de Berlanga (el solomillo se deshacía en la boca), e hice muchas fotos, porque últimamente el fiel de mi desiquilibrado equilibrio tiende tanto a las imágenes como a las palabras y me temo que acabaré haciendo alguna peli este verano (digo me temo porque las pelis siempre son mucho trabajo) para armonizar ambos mundos. Pero nada más terminar de comer, y aunque me quedé el último disintiendo de la teoría de Alberto Porlán, su novela tiene un aspecto excelente, sobre que el cine y la literatura no tienen nada que ver como medio de expresión (para mí son diferentes herramientas pero se puede conseguir con ambos resultados si no iguales al menos cercanos o paralelos) cogí un taxi y me fui a nadar, a pasarme por agua para que Alá, como aseguran los musulmanes, perdonase todos mis pecados (que alguno, aunque me esfuerzo, habré cometido), y también para aprovechar y celebrar -en el sentido más noble de la palabra- el tiempo de vida que le quedaba a mi roída taquilla de metal pintado de blanco y azul en el Club Canoe.

También hice muchas fotos, y también me fui a nadar después de comer, el viernes 31 de marzo, día que invitado por mi colega, y también nadador, Víctor Sanz (en la foto de la derecha preparándome el terreno), me tocaba dar una conferencia, conferencia que se transformó en dos conferencias pues los asistentes no cabían en el generoso salón de actos del instituto Manuela Malasaña, de Móstoles, lugar donde debía celebrarse -y se celebró- mi pequeña charla ante dos nutridos grupos de alumnos: el primero entre 14 y 15 años, el segundo entre 15 y 16. Suelo pasármelo muy bien hablando para gente joven, explicándoles que soy un fan de los SMS abreviados con Kás por todas partes, las menos vocales posibles y poniéndome de su parte incondicionalmente porque atraviesan un momento en el que estudiar no es placer ni elección sino algo impuesto desde el exterior; y aunque yo ya no soy ningún rebelde sí lo fui, hasta donde me alcanzaron la imaginación y el valor, durante mi muy prolongada adolescencia (se acabó hará apenas diez minutos). Lo más divertido fue el fin de fiesta cuando dirigí a todo el grupo, en pie sobre la mesa tras la que debía estar sentado, para hacerles una fotografía en la que todos deberían inclinar la cabeza hacia la izquierda, hacia la ventana, hacia el lugar donde entraba la luz. Fue una idea afortunada, a juzgar por la cantidad de adolescentes que me rodearon para pedirme, como si yo fuese una estrella y no un humilde escritor profesional, que les firmase un autógrafos (en pedacitos de papel pues enseguida se acabaron mis tarjetas de visita-cuento; tendré que hacer más un siglo de estos), pero me temo que hablé más de África y sus magias negras variadas que de literatura, más de cine y vida que de mi libro BLANCO Y NEGRA -aunque este fuese el origen de la doble conferencia y el lugar donde explico esas variadas magias negras africanas que despertaron la curiosidad de los alumnos del Manuela Malasaña, porque lo que me interesaba era transmitirles que un escritor no es un fósil (algunos sí, ya lo sé), sino alguien que está o puede estar en contacto con la vida y es capaz de hacer videoclips o llevar un sombrero como si fuese una máscara para que le identifiquen con mayor facilidad y la menor precisión real posible-la función de cualquier máscara- en el gran teatro del mundo.

He estado a punto -confieso- de no escribir ni una palabra esta semana, de poner sólo las fotos: me gusta la última que he puesto, aunque al "bajarla de peso" pierda definición, con el público como protagonista y el conferenciante o actor como espectador. Es un tipo de experimento que siempre me ha encantado; en mis tiempos de cantante de rock (era malísimo pero la gente se divertía) solía hacerle "polaroids" desde el escenario a los chicos y chicas que acudían a vernos (mi máximo éxito fue ser telonero de El Último de la Fila) y se las tiraba sin esperar siquiera que llegasen al final de su rápido revelado. Pero aunque he estado a punto de escribir al final sí he escrito, porque me gusta, por costumbre, por vicio, y porque "para que una imagen valga más que mil palabras" necesita de las mil palabras al lado para que pueda comprobarse; en cualquier caso hasta en el cuento que subo hoy de LA JAVIER PANIZO COLLECTION hay una ilustración, una foto modificada. Y el sábado, que fue el mejor día de la semana pues comí, merendé y cené con buenos e impagables amigos, no voy a comentarlo porque -amén de que siempre está bien guardar alguna bala en la recámara- olvidé la cámara en casa y en esta semana ya primaveral y extraña sin fotos ... faltaría sin el testimonio gráfico correspondiente a la verdad de mi mirada.

 

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