Javier
Puebla, diario web:
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AÑO 2006- Primer trimestre
-La vida literaria-
A
partir de cierta edad la vida se vuelve, sobre todo, administrativa
Michel Houellebecq, LA POSIBILIDAD DE UNA ISLA
8
de enero. Llevaba unos diez días sin acercarme a mi
vieja y querida página web, a este diario un tanto contenido
pero aún así muy agradable de escribir. El pasado viernes,
anteayer, mi viejo amigo Eduardo Lago se proclamó
ganador del Premio Nadal con su, oficialmente, primera
novela: El Cuaderno de Brooklyn (bueno, ahora se titula Llámame
Brooklyn, pero durante años todos los amigos la conocíamos
-Eduardo llevaba años y años con ella, primero en la cabeza,
muchos años después ya escribiéndola- con el título
reseñado en primer lugar). Resulta curioso, o en realidad no
lo es en absoluto, que todos los componentes del Grupo de Brooklyn
(un nombre que inventé yo, pues siempre tengo tendencia a nominarlo
todo, convertir la realidad en palabra), los cinco que salimos en aquella
mítica foto realizada una noche de febrero en el Promenade de
Brooklyn, nos estemos convirtiendo en personas públicas, personas
sobre cuyas vidas y hechos opinan gentes que no conocemos. En esa foto,
(en la que no está José Luis Madrigal, que es al Grupo
de Brooklyn lo que el Espíritu Santo a la Santísima Trinidad;
y quizá por ello a veces tiendo a pensar que José Luis
Madrigal es la nieve que cae), en esa foto que buscaré para colgarla
de este diario, un enorme copo de nieve tapa la cara de Eduardo Lago,
precisamente la de Eduardo Lago. Se nos vé perfectamente a los
otros cuatro, a Fermín Cabal, Federico y Achero Mañas,
y a mí. Eduardo llevaba muchos años trabajando tras rehacer
su vida de la nada -yo le conocí cuando naufragaba en la nada
neoyorquina- y se merecía, se merece, este reconocimiento. Por
los azares de la vida yo me había citado con el hermano de Eduardo,
otro viejo amigo: El Rojo, Red Lake, Jose Antonio Lago, a fecha 7 de
enero, cuando pasasen los Reyes; una cita largamente demorada pues tras
años de ser uña y carne -hermanos de tinta- pasamos a
dejar de hablarnos (culpa mía, soy demasiado temperamental, durante
más de un lustro). Me encantó verle. El Rojo, tan genial
y tan él mismo como siempre.
La dificultad de los diarios es anotarlo todo, y tenía en la
cabeza montones de cosas, ya que he pasado cinco días en Murcia,
celebrando el fin de año y viendo amigos, enemigos, cómplices
y colegas. Y también me habría gustado hablar de que ésta
ha sido la primera navidad en la que mi hijo ha sido consciente del
"cambio ambiental" que suponen estas fechas: cree en los Reyes,
claro, a pies juntillas y -esas pequeñas magias- su fe nos ha
contagiado tanto a su madre como a mí, que al menos durante unas
navidades hemos vuelto a creer en magos que emprenden largos viajes
desde Oriente guiados por estrellas errantes que se mueven despacio
sobre el fondo infinito del firmamento.
Ni siquiera he dicho una palabra, no en este diario aunque sí
en el que llevo en el bolsillo, sobre la maravillosa cena que organizó
Mara Mugueta, la arquitecto argentina, para todos los miembros de mi
Tripulación el 28 de diciembre. Un éxito absoluto. Extraña
y sorprendentemente he descubierto que ser profesor -capitán
de marinos imaginarios- es tanto o más satisfactorio que escribir,
pues recibo el feed-back, la alegría de mis compañeros
de aventura de modo inmediato (es un curso vivo, en cambio permanente
. Me gusta decir que "llegan como plantas mustias y salen como
rosas recién regadas". Cierto que la literatura, la reacción
de algunos lectores, que hacen suyos los libros que han salido de mis
manos también es enriquecedora y grafiticante, pero de un modo
más difuso. A mí, confieso, escribir me gusta (Federico
Mañas siempre ha sostenidoque a quien más gusta escribir
de El Grupo de Brooklyn es a mí), me resulta algo tan natural
como rascarme la cara cuando me pica, pero empiezo a tener serias dudas
que merezca la pena intentar convertirse en este momento de feroz economía
de mercado en un escritor profesional. Para mi amigo Eduardo Lago, y
vuelvo al principio del primer párrafo, escribir es, igual que
para Philip Roth, "bajar a la mina a trabajar
duro"; para mí no; o en todo caso bajo a una mina que siento
como mía y los diamantes, mi mina es de diamantes, que arrancó
con mayor o menor número de horas de trabajo, brillan por primera
vez entre mis dedos y no me preocupa demasiado que luego lleguen a las
tiendas de los joyeros, aunque parecía bonito, parecía
muy bonito, que sí pudieran llegar a las manos de los hombres
y mujeres amantes de la lectura de todo el largo, ancho, para mí
infinito, mundo.
Entre
hombres el afecto es algo difícil, porque no puede concretarse
en nada, es algo irreal y dulce, pero también -siempre- doloroso
Michel Houellebecq, LA POSIBILIDAD DE UNA ISLA
15
de enero. Este diario no es tal, claro, apenas un semanario
lleno de lagunas; resulta un problema recordar todo lo que ha pasado
desde el pasado domingo cuando la actualicé (podría recurrir
a mi libreta, pero que aburrido, que trabajo infame, que darle la razón
a Phlip Roth, meterme la mano en el bolsillo, buscar el día 9
de enero y tratar de descifrar mi letrucha inmunda; mucho más
estimulante es forzar la memoria aunque se produzcan errores. Veamos,
creo que fue el lunes o el martes cuando a petición de Big Lake
nos reunimos los 5 componentes de EL GRUPO DE BROOKLYN
y tres estrellas invitadas: los hermanos Madrigal (el pintor y el filólogo
sabio, el "Espíritu Sabio" del Grupo) y Pilar y Paloma
(cuyos apellidos creo nunca me ha dicho nadie). Cenamos juntos, recordamos
viejas anécdotas, la mayoría referidas a Eduardo, que
era la estrella, y me permití apuntarle al que fue uno de mis
más queridos amigos, Achero Mañas, que ahora simplemente
somos conocidos (quizá la culpa no sea sólo nuestra, sino
de la ciudad; en Nueva York eramos nosotros: libres y sin raíces,
aquí somos arbolitos con tal cantidad de ramificaciones en el
subsuelo que el más mínimo movimiento es un milagro o
un suplicio), y luego nos hicimos la típica foto de recuerdo
que repetimos cada Navidad; suelo ser yo el encargado de apretar el
botón pues o soy yo o no lo es nadie. Tengo la cámara
digital con la imagen tan cerca como la libreta de mi diario, y voy
a intentar ponerle voluntad para rescatar al menos una de las fotos
y colocarla aquí. Sí. Voy a ponerle voluntad. Dejo de
escribir y conecto la cámara. Habrá que pasar la imagen
por Photoshop para bajarla de peso pero... allá voy. Mi pereza
estaba totalmente justificada, he estado más de una hora bajando
y ordenando imágenes desde la cámara..., y quería
escribir algo más acerca de esta semana. He visto a más
gente, hecho más cosas, pero da igual, ahora no recuerdo y se
hace tarde; apenas he visto al niño en todo el día y se
acerca la hora de cenar. Cierro con la foto del Grupo de Brooklyn en
el año 2006.

Ahora que me acuerdo. También
pasé una tarde con Eduardo Melón, quien amén de
agente de escritores es músico y cantante y va a debutar en la
Fnac en abril (no me lo pienso perder). Y más, hay más
cosas. Ah, claro. La tarde que quedé con Eduardo Lago. Yo venía
de nadar y el subió andando desde casa de su padre. Nos citamos
junto a mi antiguo colegio, El Pilar. Y luego fuimos a caminar juntos
por el Retiro. La luz bajando y muy suave; el gato negro que intentó
cruzarse en nuestro camino pero bastó que le dijese una palabra
para que se descruzase (a Eduardo no le extrañó, sabe
que soy EL HOMBRE QUE HABLABA CON LOS GATOS), y el placer de ver en
el rostro de mi viejo colega una sensación que yo disfruté
hace dos años, cuando fui Nadal, Nadalito, finalista;
la sensación de que, de repente, todo encaja, que "todos
los pecados nos han sido perdonados". La sensación no es
eterna, pero queda un regusto, una memoria del cuerpo como se dice ahora,
que a veces vuelve, retorna, y hace mirar la vida con cierta tranquilidad,
con menos angustia de -Eduardo Lago y yo sabemos mucho de eso- la habitual.
La vida tiene, a veces, momentos "portentosos"; pasan, sí,
y por eso hay que relajarse, dejarse llevar cuando llegan, disfrutarlos.
¿Cuales
son tus principios? Te vas a reír. No me reiré. Ser un
caballero. (Un caballero es quien hace, no lo que quiere, sino lo que
debe hacer)
Haruki Murakami,
TOKIO BLUES (Novwegian Wood)
22 de enero.
El lunes comí con Cuca Escribano, a quien en
los últimos meses apenas ha visto pues no ha parado de trabajar.
Está terminando el rodaje de El Camino de los Ingleses, basada
en la novela de mi colega en el Nadal: Antonio Soler
y dirigida por Antonio Banderas (me contó un
par de anécdotas geniales de Banderas, una de ellas, en particular,
digna de un cuento que intentaré escribir a lo largo de esta
semana) y parece que en breve se incorporará al reparto de una
mini-serie de TV. Me llevó al restaurante de Caballero de Gracia
que tanto gusta a los diplomáticos sin estructura familiar cuando
tienen que realizar invitaciones masivas: la comida es buena y original,
el lugar agradable y moderno y los precios ajustados; el único
pero son las esperas, ya que no se puede reservar mesa con antelación;
pero tuvimos suerte, llegamos y nos dieron la mejor mesa del local (a
veces, en la vida, las cosas salen bien). Le hice esta foto, con mi
sombrero (para una colección que voy haciendo sin prisa, cuando
surge, de mis colegas con mis "cubrecabezas".

Esa misma tarde, la del lunes, pasé por Amargord
(llevaba tiempo sin hacerlo), y volví a pasar posteriormente
por el Club-Librería-Editorial (y casi casa de putas) el miércoles
o el jueves; es un bonito proyecto pero -aparte de haber sido uno de
los autores de la casa con Blanco y Negra- no sé muy bien dónde
puedo encajar dentro del mismo; me temo que -a pesar de los generosos
esfuerzos de Chema- en ningún sitio. Dirigir la colección
de una editorial, y hacerlo bien, implica dejar de escribir y -mientras
pueda permitírmelo- sigo deseando que escribir ocupe el primer
lugar en la lista de mis ocupaciones.
El finde estuve en la sierra, en L.A., El Escorial. Llevaba
tres meses sin ir. Mis padres subieron el sábado; habían
pasado a DVD algunos antiguos super8 y siempre conmociona verse a uno
mismo, veinte o hasta cuarenta años atrás; ver las caras,
las sonrisas, la vida en los ojos, de los que ya no están y que,
en aquel momento, parecía caminarían a nuestro lado hasta
el final del sendero.
Es domingo. Temprano. Apenas las nueve de la noche. El martes
comienzo con un grupo nuevo, un "barco" nuevo y aunque de
momento sólo tengo un par de Tripulantes me apetece preparar
a fondo la clase, sistematizar el curso para así poder profundizar
en diferentes detalles cada vez que lo imparta. Mis Tripulantes, serán
17 ya a partir del próximo martes, son la mayor alegría
que me proporciona dedicarme profesionalmente a la literatura; lo extraño
es que los relatos no los escribo yo, aunque de algún modo los
quiero y siento como míos. Cenaré, leeré un rato
a Murakami, me está gustado su Blues de Tokio, es increíble
lo moderno que era Japón hace treinta años, e intentaré
acostarme temprano (que lo consiga no es muy probable, pero al menos,
y al escribirlo, formulo y subrayo el deseo, el pensamiento).
No
poseer en propiedad muchas de las cosas que nos gustan. Se disfruta
más de ellas si son ajenas. El dueño sólo goza
el primer día, los extraños los demás. Las cosas
ajenas se disfrutan doblemente: el riesgo de dañarlas no existe
y sí el placer de la novedad. Todo sabe mejor con privación:
el agua ajena parece néctar. Poseer las cosas además de
disminuir el disfrute, aumenta el enfado por prestarlas o no hacerlo.
Tener cosas es mantenerlas para los demás. Se ganan más
enemigos que agradecidos.
Baltasar Gracián, El Arte
de la Prudencia
28 de enero. Ayer viernes, y a una hora insólita
para ese tipo de actos, las diez y media de la noche, mi amigo a tiempo
completo (y a veces también enemigo en momentos puntuales), Jesús
Urceloy, presentaba su último libro de poemas, Berenice,
en La Cacharrería del Ateneo de Madrid (calle del Prado, 21).
Entre otros muchos, muchísimos amigos, conocidos y también
algún enemigo a quien aprecio en su justa valía (Paco
Sevilla, Gonzalo Escarpa, Juan Manuel Navas, Maijo, Sol Huerta, David
Torres, Jose Ángel Gara, etc, etc), me encontré con un
poeta a quien he conocido recientemente: Raúl Losánez.Raúl,
autor de El decurso inesperado, y fue a él a quien le comenté
que sería maravilloso ser dueño de un edifico entero y
tener en la primera planta un salón tan decadente, sugestivo
y amplio como La Cacharrería, con sus techos altos iluminados
por frescos de colores pacíficos y vivos, las grandes puertas
de cristal, los comodísimos -y gigantescos- sillones tapizados
en un anticuado tono verde en los que es posible repantingarse tan agusto
como en el salón de la propia casa.
-Sería genial tener dentro de casa un salón así
para recibir amigos e invitados varios.
Fue decirlo y recordar el aforismo de Gracián que he copiado
más arriba. No poseer en propiedad muchas de las cosas que
nos gustan. Y, en efecto, es mejor acudir a La Cacharrería
como invitado (disfruté del sillón como si no hubiese
apoyado el culo en blando jamás en mi vida) que ser el dueño
de la gran sala y pasarme la vida preocupado por su mantenimiento. Ya
había experimentado esa sensación, con absoluta nitidez,
cuando -destinado en Dakar como Agregado Comercial- a veces viajaba
en primera porque me lo pagaba el Ministerio (o mi torpeza como administrador
de mi dinero) y otras porque el delegado de Iberia, por amistad pero
también por el cargo que a la sazón yo ocupaba, me hacía
un "upgrading" y mi billete de turista se convertía
-mágicamente- en un asiento de primera. Cuando esto último
sucedía la cena me parecía deliciosa, las azafatas guapísimas
y el sobrecargo un personaje extraído del Ritz o el Palace. Sin
embargo cuando pagaba, con mi dinero o el del Ministerio, lo único
que encontraba en las butacas de primera eran defectos: ruidos molestos,
piernas que presionaban el respaldo de mi asiento, cubiertos sucios...;
¡si estaba pagando más del doble que por un asiento de
turista quería -sino la luna- al menos un pequeño palacete
en la luna! Ah, que sabio era Gracián, y que buen showman es
Jesús Urceloy, a quien nuestro común compañero
de fatigas, el invisible (casi siempre) poeta Alberto Delgado califica
como el mejor sonetista vivo en lengua española y que para mí
es ante todo un animal de escenario, un ser que se crece (y ya mide
casi dos metros) cuando se sube a una tarima y lee versos propios o
ajenos. Sonreí, reí, me emocioné, disfruté
cada momento y hasta le pedí a un viejo chófer (también
generalmente invisible) que me trajese con carácter de urgencia
una cámara de fotos digital para "cazar" al gran Urceloy
firmando su Berenice (más abajo, dentro de un momento, en cuanto
pase la imagen al ordenador, la trate con Photoshop, reduzca luego su
tamaño y "peso" y la deje en condiciones para ser integrada
en esta humilde -no siempre tan humilde- página web). 
Supongo que pegaré la foto dentro de un momento y quien lea estas
palabras (al parecer cada semana visitan más personas este diario
"semanal") la verá ya integrada en la estructura de
la misma, a la izquierda (si me sale; esto de la web lo he aprendido
solito y no manejo su diseño en la medida que quisiera) pero
antes de hacerlo quiero retroceder un poco porque el acto en La Cacherría
sucedió ayer viernes, y me gustaria contar alguna cosa más
del resto de la semana: empezando por el martes y acabando por el lunes
(y tal vez saltándome el miércoles y el jueves, sobre
todo este último día porque "estaba triste"
que diría Max). El martes. En un golpe de audacia e inconsciencia
había decidido hacer doblete como Capitán de Barco Imaginario
los martes. Tengo un grupo, divertidísimo y muy brillante (a
la mayoría de mis alumnos-tripulantes me dan ganas de pedirles
un autógrafo; pero me reprimo, porque soy El Capi y tengo que
mantener las formas), y ese grupo comienza a navegar a las ocho de la
tarde y lo hace hasta las diez de la noche; pero había -como
conté la semana pasada- dos chicas, dos mujeres a quienes no
conocía (ya conozco). La idea era montar un barco-express el
mismo martes, de cinco y media a siete y media, y hacer el recorrido
por la infancia, adolescencia y plenitud cimentado sobre el primer recuerdo
infantil del Tripulante y autor, en sólo 6 meses. El esfuerzo
resultó muy superior a lo previsto. Como siempre el gigante tiene
las ideas y al enano le toca llevarlas a la práctica (menos mal
que el enano es un currito). La experiencia salió bien, espléndidamente;
me permití -audaces fortuna iuvat- decir a mis nuevas Tripulantes
que me habían gustado mucho, como si fuese yo quien pagase y
no al revés (soy el colmo, ya lo sé). Pero el miércoles
estaba agotado, débil como ese gatito al que matan -aprovechando
su debilidad- unos niños en El Marino Que Perdió la Gracia
del Mar, de Mishima, y el jueves, ya he dicho, "estaba triste".
Pero aún queda el lunes. El lunes lo pasé fenomenal. Quedé
con El Rojo, mi hermano de tinta y pixels, con quien preparo un asalto
en toda regla al más bien sosillo panorama de lo que Johnny Marsé
(pongo lo de Johnny por "bailar") llama "la vida literaria").
El Rojo, Jose Antonio Lago, es un creador de potencia inusual y ya va
siendo hora de que el mundo se entere de que existe. En la foto (esta
la pongo ahora mismo porque ya la tengo tratada y preparada)
aparecemos los dos juntos tras tres o cuatro años de no vernos
ni apenas hablarnos (mi natural es querer u odiar a los demás,
sin tonos grises; me cuestan mucho, aunque voy aprendiendo, los estadios
intermedios). De El Rojo, Rojo Lago, Jose Antonio Lago, ya volveré
a hablar. Pero ya corto. Son las seis menos cuarto, llevo más
de dos horas pegado al ordenador, y oígo, a pesar de los auriculares
metidos en el interior de las orejas, las voces del pequeño Max
(y aún me queda la foto de Jesús Urceloy por tratar; bueno,
no importa: el sol entra firme y suave por la gran cristalera de mi
despacho velada por los dos grandes ficus que tienen la generosidad
de -siendo ya árboles- consentir seguir viviendo en maceta para
hacerme compañía (el original lo tengo conmigo desde hace...
14 años; lo compré en el Mercado de Verónicas de
Murcia, y me ha acompañado por muchos, muchísimos sitios.
(Quería hablar también de que Sánchez-Dragó
me ha invitado el próximo miércoles para que cuenta en
su programa un sueño y lo interprete a continuación Luis
Cencillo; pero ... mejor la semana que viene, que esta vez -como diría
Pascal- "no he tenido tiempo para ser breve".
Si
alguien me hace daño, haré daño, haré daño,
haré daño.
Martin Amis, Yellow Dog
5
de febrero. Las aguas están inquietas. El capitán
Ricardo del Olmo, capitán mercante en su juventud y capitán
de Libertad8, el mítico pub de la calle Libertad, desde hace
30 años, celebra el mencionado aniversario y me citó para
que le escribiese un texto el pasado lunes; cosa que hice encantado.
Ricardo es como es, claro como el agua más cristalina del Caribe,
y quien no se entiende con él es porque no le da la gana mirarle
a los ojos. Me gustó verle y quedamos en nuevos, futuros y prontos
proyectos.
El martes conseguí llevar a buen puerto el doblete: mi nuevo
"barquito-literario", el de las cinco y media de la tarde,
que de momento sólo cuenta con dos Tripulantes, y el doblete,
el barco de iniciación superpoblado (no cabemos en LA MESA DEL
CAPITÁN) que comenzó a los ocho a surcar el mar -de la
literatura, los sueños, la vida o como se quiera llamarlo- a
tal velocidad que les prometí un video para la semana siguiente
a mis ya avezados Tripulantes y volví a pensar que debería
montar una editorial aunque sólo fuese para publicarlos a ellos;
algunos están escribiendo unos cuentos que ya quisiera Jorge
Luis FrutosSecos para él.
Aunque el día verdaderamente divertido de la semana fue el miércoles,
porque estuve en Telemadrid, ante las cámaras. Me encanta la
tele. Cualquier plató me resulta más familiar que el salón
de mi propia casa, porque siento que todo el mundo me está mirando
y eso hace, nunca he sido mentiroso, que me comporte con absoluta naturalidad.
Dragó, como ya adelanté hace una semana, y a través
de Arancha Salma (su mano derecha), me había convocado para un
programa sobre sueños (vease
columna), y toda la mañana fue una fiesta. Me encantó
conocer a Luis Cencillo, hablar con Luis Alberto de Cuenca (no todo
el mundo sabe que amén de político es el mejor poeta que,
en mi opinión y la de otros muchos, tenemos en la actualidad
en lengua castellana), saludar a una "inesperada" (no explico
más por discrección) Angela Valvey y estrechar la mano
de mi colega en Amargord (la editorial de moda), el cuentista Gonzalo
Torrente (hijo). Apuré las mieles, en compañía
de Dragó, Arancha y Javier Esteban, hasta la puerta de los taxis
que deberían regresarnos al centro de la ciudad, y aún
dentro del mío lamenté no haberme apuntado en el otro
vehículo para que durase un poco más la conversación.
Es lo único que echo de menos cuando Dragó me invita a
sus Noches Blancas, una sobremesa más larga (a ver si se me ocurre
alguna manera de "engatusarlo" la próxima vez; supongo
que no debe ser, no es, "hombre de cañas", pero alguna
manera habrá, algún sonido existirá, que le desvié
de su rumbo para conseguir que charle un ratito más conmigo).
Esta misma semana también he hablado -secretamente, así
que no pongo los nombres- con algunos editores, visitado a mi colega
Raúl Losánez en Radio Intercontinental (en
la foto, con mi sombrero y frente a su impresionante tablero de mandos;
es, amén de poeta, técnico de sonido de larga y consolidada
fama), conspirado para introducir dos nuevas palabras en el diccionario
de la RAE (una está en la columna señalada en rojo más
arriba), y también he paseado por El Retiro, leído con
"ahinco" a Martin Amis (si a Amis hijo lo lees sin ahínco
acabas mandando sus libros a la papelera o el anaquel correspondiente
de la librería), bailado con una pantera (eso es mentira, imaginación
pura, ya quisiera yo) y marcar un nuevo record personal en la piscina:
ningún largo. En efecto, confieso; llegué. Metí
pie en agua. Estaba fría. Saqué pie de agua. Tomé
albornoz. Cerré bien cinturón. Paso rápido un
dos un dos hasta la ducha. Calentita. Bien bien calentita.
La semana que viene también se presenta animada.
Tengo cita con Rojo Lago el lunes (preparamos "milagros")
y su hermano, Eduardo, llegará desde Nueva York a presentar el
Nadal. Enredando en mis cajones he encontrado una vieja foto ,
tomada en Nueva Yord, de Mister Edward Lake, en la que también
aparece mi muy querido amigo, compañero de colegio y luego de
oposición, Antonio Gurrea, que a la sazón -año
1998 o 1999- era el canciller del Consulado de España en Nueva
York. Fue una noche especialmente divertida que la foto me acerca a
la memoria; acababa de llegar de Dakar y había alquilado junto
a Central Park un apartamento que, yo aún no lo sabía,
pertenecía a una bailarina de strip-tease brasileña (sus
amigas tampoco sabían que había alquilado su apartamento
y no dejaban de llamar). Menos mal que los tres, hombres serios y emparejados,
preferimos dedicarnos a charlar de literatura y beber gaseosa en lugar
de irnos a nadar en bourbon entre sirenas de color. Gente ejemplar;
así eramos nosotros. Sí, sí, ya sé....
El
idioma echa a perder muchas cosas entre hablantes de la misma lengua,
porque tan pronto como se empieza a hablar: se miente.
Cees Nooteboom ¡Mokusei!
12 de febrero. El lunes, lo estamos convirtiendo
en un hábito saludable, quedé -como estaba previsto- con
El Rojo, Red Lake, y ya nos despedíamos cuando
llamó su hermano Eduardo, harto de tanta entrevista y firma de
libros a causa del Nadal, y loco por tomarse una cerveza. Pasada la
euforia del premio queda el trabajo de la promoción, y como todos
los trabajos tiene momentos mejores y peores; me recordó a mí
mismo -otra vez- hace dos años y me hizo pensar que en realidad
no todo eran alharacas y jijiís jajajás, que
el ritmo que marca una editorial no es el propio ritmo, el ritmo que
marca quien te paga nunca es el propio ritmo, y eso violenta y cansa.
Al
día siguiente por la mañana, convocado por la maravillosa
jefe de prensa de Alianza Editorial, Ana Kuntz , había
en un céntrico hotel de la Villa y Corte, concretamente en la
Gran Vía, un desayuno de trabajo, y me apetecía ir, entre
otras cosas por ver a Paula Izquierdo, a quien hacía
meses que no veía, y también a algún otro escritor.
Además me gustan los desayunos que monta Ana Kuntz, en la foto
de la derecha accediendo a posar para mí en la puerta del hotel;
consigue un ambiente de camaradería insólito. Había
un montón de escritores, para más detalles puede consultarse
la columna de esta semana para Cambio16, La
Vida Literaria, pero sobre todo estaba Joaquín Arnaiz, a
quien conocí hace 25 años -The time passed goes by,
tócala otra vez, Sam- cuando ambos trabajábamos en
el suplemento cultural más vivo, y más cultural, que en
mi opinión ha habido nunca en la historia de la prensa de nuestro
país: Disidencias. Sin embargo creo que nunca
había hablado con Joaquín con tanto placer e interés
como la mañana del viernes mientras bajábamos juntos por
una dorada Gran Vía, el suave sol de invierno brillando para
nosotros, en dirección a Plaza de España. Fue lo mejor
de un día por lo demás tirando a horrible (voy a ser discreto
y no poner a parir incompetencias ajenas). Cerremos el día con
la foto de Paula y dos de sus autores, Ramón Buenaventura y Juan
Madrid; la baja calidad de las fotos para la web quizá haga que
haga que el improbable lector de este diario no aprecie en la justa
medida su poderío.

Paula Izquierdo, rodeada de 2 escritores y 1
empresario
Y sigamos con el miércoles, que se presentaba
el Nadal, y para mí, también para mi chica, tenía
algo de agridulce, porque un premio que no has ganado tú, aunque
lo gane un amigo muy querido, como lo es Eduardo Lago, tiene algo de
comida china, dulce y avinagrado a un tiempo (por allí andaba
Doña Vinagre, la persona más "matasonrisas"
que he conocido desde que me convertí, segundo intento, en profesional
de la escritura; es imposible no encontrársela de vez en cuando,
pues está siempre invitada a todos los saraos). Esa misma tarde
me había entrevistado un periodista listo y rápido, Javier
Mateos, en Radio Intereconomía, y confieso me divertí
mucho hablando de África, y de mi último libro: Blanco
y NegrA. Entre una cosa y otra aún me dió
tiempo a pasar por el Canoe y nadar 1500 metros. A las ocho estaba en
La Casa de América, donde no se podía fumar, claro, y
el personal andaba un poco más alterado de lo habitual. Alteración
que sin duda acentuó la histriónica presentación
de Llámame Brooklyn, la novela ganadora, a cargo de un Álvaro
Pombo que parecía un personaje extraído de los fotogramas
de celuloide de un film de los años cincuenta. Lo pasé
bastante bien, porque había muchos amigos, y también estaban
los dos o tres enemigos conocidos que tengo (soy humilde, de momento
no he conseguido más; pero si algún día me lo monto
de verdad -vendo un millón de ejemplares de Tigre Manjatan, como
me aseguró el oráculo- seguro que llegaré a tener
centenares, miles, de enemigos; falsos enemigos, falsos amigos;
conviene pues, ahora, ir fijando a los auténticos). Y entre los
amigos estaban el Rojo, Lorenzo Silva, Enrique Redel, Pilar Lucas, Malcolm
Otero, Joaquín Palau, y el Grupo de Brookly casi entero, sólo
faltaba Cabal, Fermín. Pero estaban Carlos Madrigal (and mother),
Federico Mañas y su hermano: el viejo Achero (con Andrea, su
chica), y como soy un sentimental me dió cierta tristeza haberle
dicho días atrás que ahora sólo somos conocidos.
Pero aunque me dé tristeza o ganas locas de bailar es lo cierto,
ya sólo somos conocidos. Y lo mismo empieza a pasarme con otros
antaño muy queridos colegazos a los que ahora mismo ya no veo
casi nunca: ellos no tienen tiempo, yo no tengo tiempo, el tiempo no
tiene tiempo y quien lo desentiempará... "gallinas que se
muerden las plumas del culo" (para no escribir la manida frase
de la cola y la serpiente).
Me acosté tarde, el miércoles. Madrugué
el jueves (como todos los días). Conseguí hacer cuanto
debía y quería hacer, es decir, que me comporté
como un caballero according Murakami en Tokyo Blues, a pesar
del cansancio y las pocas horas de sueño; pero exagero: estuve
durmiendo tres horas por la mañana entre las páginas de
una novela de Cees Nooteboom, la semana que viene supongo que contaré
porque me estoy leyendo las obras completas del autor neerlandés
(así lo pone Julio Grande, su traductor en Siruela). Y el viernes....,
el viernes había un concierto con pinta de divertido a cargo
de Enrique Mercado, Pedro de Paz y Nacho Fernández. Pero el viernes
es hoy. Escribo, y espero que no se convierta en costumbre, el resumen
de la semana, el viernes por la mañana. Me zampo el finde. Lo
guardo para la intimidad. Para mí solo y los míos. Privado.
Puerta cerrada. Please, don´t disturb.
A
Arthur Daane le gustaba la gente que "llevaba más de una
persona dentro", y no digamos cuando esas diferentes personas parecían
contradecirse entre sí
Cees Nooteboom, El día
de todas las almas
19 de febrero. Empecemos
por el final, por capricho y porque la frase de Noteboom se corresponde
más a la conferencia que ayer sábado dí en Santa
Engracia 17 para los componentes del grupo Atlantes,
en la foto con su presidente, Jose Antonio Corrales, a la derecha y
parcialmente fuera de la imagen. Suponía que me habían
llamado para la típica conferencia en la que yo estaría
sentado en un escenario y el público en las correspondientes
butacas del anfiteatro; pero no. Era una mesa alargada, una mesa similar
a la que utilizo para dar mis talleres, La Mesa del Capitán ,
y de hecho estaban tres de mis Tripulantes o alumnos entre el grupo;
así que me relajé, estiré las piernas, y aunque
hablé media hora del tema para el que se me había convocado,
LA LITERATURA COMO SEGUNDA OPORTUNIDAD (no puedo incluir el texto de
la conferencia porque tengo la mala costumbre -alguna vez no sale y
es un pequeño desastre- de improvisarlas); pero como había
tiempo y me sentía en confianza también les hablé
de mi antónimo, Federico Sueño o Frederic Traum, protagonista
de la novela SONRÍE
DELGADO, y del antónimo de mi antónimo; el poeta Alberto
Delgado. Todos, como se puede ver en la imagen, quedaron encantados
con que haya alguien tan rarito como para ser capaz de inventarse a
alguien que es justo lo opuesto a él y además intentar
hacerle pasar por un ser real. No es sólo a Cees Nooteboom a
quien interesan las gentes que llevan más de una persona dentro,
según parece. La verdad es que -una vez asimilado lo peculiar
de las circunstancias- lo pasé tan bien como un ratón
sentado sobre un queso. Me gusta "la vida literaria"; es más,
creo que es la frase más afortunada que Juan Marsé ha
dicho en su vida.
No
menos divertido, aunque
de otra manera, fue el acto de presentación del cuidado libro
LA VIDA EN HERMENAUTA de Antonio Polo(izquierda). Porque, para empezar,
fue una aventura llegar hasta la Biblioteca Regional Joaquín
Leguina, bajo el viento y la luvia, atravesando pasarelas altísimas
(me uní a una pareja que empujaba un coche de bebé (cargado
de objetos y sin ningún bebé dentro) para salvar el puente
-con unos insuficientes quitamiedos- que sobrevuela las vías
del tren desde Pacífico hasta Méndez Álvaro, como
cuando me incorporé, tiempo atrás, a una caravana para
atravesar el desierto, allá en la lejana y extraña Mauritania).
En el mapa parecía que la Bibiloteca estaba al lado de mi casa,
en la práctica fueron tres cuartos de hora andando. Pero allí
estaba Almudena Grandes -siempre me ha caído bien- haciendo
los oficios de maestra de ceremonias (una generosidad impagable por
su parte pues está inmersa en una novela que, según me
dijo, se acerca a las mil páginas; para compensar tal desmesura
le regalé un relato de dos líneas y en tarjeta de visita),
el propio Polo, el ilustrador del libro, Pedro Díaz del Castillo
(foto de la derecha, el de la cara de duende feliz), el omnipresente
don Jesús Urceloy (en la imagen de abajo en el centro e inescondible),
y -ah, recuerdos, ah maravillas- casi todos los integrantes (inconscientes
de serlo) de un grupo que bauticé hace años como El Club
de los Poetas Vivos (la imagen de grupo) cuando
se reunían en Libertad8 hará ya casi un lustroy a mí
me llevaba hasta allí David Torres; faltan Iñaki Serra
y Emilio Pascual, pero
como compensación hay una chica, Vanessa, que indudablemente
da color a la imagen. Lo mejor de la presentación era la alegría,
tranquila, cálida, de Antonio Polo, me atrevo a pensar que conseguí
reflejarlo en la foto; el orgullo de estar entre los suyos y sentirse
querido y respetado. Aunque también fue muy divertido escaparse
hasta el patio exterior de la Biblioteca, botella de champán
en manos de Urceloy, y fumarse un cigarrito entre esa gente incalificable
que son los poetas, y que no escriben para vender libros, ni para llegar
a mucha gente y además -a diferencia de los prosistas y por lo
que yo he visto- tienden a llevarse bien muy bien -magníficamente
bien- entre ellos.
Y salto ya al lunes -alejop- porque
al final este diario semanal me da más trabajo, mucho más
trabajo que mis columnas en Cambio16, Cuadernos para el Diálogo
y la Opinión de Murcia, pero creo que merece la pena pues el
número de visitas a esta humilde página se ha duplicado,
más de 1000 en 16 días, desde que incluyo fotos en el
diario, o quizá sea porque salgo con más frecuencia que
antes en los medios (TV/radio) a causa de que la promoción de
Blanco y Negra pienso prolongarla hasta que aparezca el siguiente libro.

Precisamente en ello estaba el lunes, promocionando BLANCO
Y NEGRA (aunque en la imagen adjunta puede verse también,
en la imagen de la izquierda, sí junto a la mano de Cristina
Sanz, abajo a la derecha, en pequeñito muy pequeñito,
mi cada vez más famosa -ahora que está agotada la edición.
de LA JAULA TARJETERO de EL CAZADOR DE CUENTOS). Gracias a los buenos
oficios de Raul Losánez la semana anterior Javier García
Mateo y Cristina Sanz me habían entrevistado en Radio Intereconomía,
y como nos caímos simpáticos acordamos dar otro paso;
quiero decir: me invitaron ellos y yo acepté encantado pues soy
yo he explicado hasta el aburrimiento que soy adicto a las cámaras,
a participar en su programa de TV "Esto es vida". Lo cierto
es que la entrevista de la tele no quedó tan redonda como la
de la radio, porque tanto como Javier como yo estábamos cansados,
y además el plató era un tanto confuso, con un técnico
de sonido que no hacía más que comprobar el micro de Cristina
(a mí también, y lo dije porque me pareció motivo
para un cuento romántico y muy blanco, me habría parecido
prioritario comprobar si funcionaba bien el micro de la bellísima
Cristina Sanz). Pero aunque quizá el resultado no nos pareció
perfecto, no siempre sale (y como dice Gracián ni el más
sabio discurre igual todos los días) me conmovió la defensa
apasionada que hizo Javier García Mateo de mis dos últimos
libros, tanto de BLANCO Y NEGRA, como de SONRÍE DELGADO, novela
que me empeño en mantener viva más allá del Nadal
porque a mí me costó 14 años escribirla y aunque
el marco del premio -esto ya he debido de decirlo muchas veces, pero
no importa, insisto- le regaló a la novela posibilidades de difusión
insospechadas también es igual de cierto que la trituró
en tan solo unos meses; y me niego, porque es la primera de una Trilogía,
porque en ella me he dejado la vida y muchísimo dinero (llevo
7 años de excedencia para dedicarme sólo a escribir, y
para ello y por ello me privo de casi todo). Así que desde aquí
le agradezco a Javier, Javier García Mateo, empático,
inteligente, rápido y un periodista de raza (hay tan pocos) que
saltase sobre su cansancio para defender mis pequeños y luchadores
libros. (NOTA AÑADIDA UN MES
DESPUÉS: El programa, emitido en el Canal55
fue un éxito brutal, lo vió aún más gente
que el de Dragó, y estuve recibiendo llamadas, mi madre también,
durante más de una semana para felicitarme y preguntarme donde
se podía encontrar el libro).
Y, naturalmente, han ocurrido muchísimas
más cosas esta semana, pero no se trata de ser exhaustivo. Y
además mañana lunes recomienzo el baile desde bien temprano
y ya tengo el carné, el carné de baile, lleno hasta el
sábado, así que como es domingo y las seis de la tarde,
con el permiso de todos los que tenéis la generosidad, amabilidad
y un puntito de amor por el cotilleo, y entráis en esta página
que es vuestra, voy a dejarlo ya para irme a disfrutar de una merienda-cena
en familia, que hace días que no veo a mis padres, ni a mis sobrinos,
ni a mi querido y único hermano. Feliz semana a todo el mundo.
En
materia de venganza, era irreflexiblemente fundamentalista. Incluso
en los momentos de mayor debilidad, en los momentos que sentía
el temor de su fragilidad, estaba seguro de que se le presentaría
la hora de la venganza
Martin Amis, Yellow Dog
26 de febrero. Llevaba
diez días leyendo al excelente Cees Nooteboom
(a
quien gracias a la generosidad de Fernando Sánchez-Dragó
conocí el pasado jueves, como testifica la imagen adjunta), y
aunque he disfrutado con su obra, especialmente buena la última
novela, Perdido el paraíso, confieso que fue un placer regresar
a las páginas,que leo a la vez en inglés y en español
(debido a mis deficiencias en el primer idioma) de Martin Amis
de la que he tomado la frase que encabeza el diarioweb de esta "week
de los cojones". Sí, una "week de los cojones".
El lunes, muy de mañana -pero al menos fui un taxi, como un señor-
me presenté de urgencia en el dentista, que menos mal que es
amigo y dentista de otros escritores bruxistas (que rechinamos los dientes)
y que me hizo una reconstrucción que ni la del Palacio de los
Deportes de Madrid y me cobró a "precio de amigo" (Dios
le bendiga; y encima el hombre cada vez que va a un cumpleaños
compra uno de mis libros para llevar de regalo; no digo su apellido
para que no se le llene la consulta de artistas colgados, bruxistas
y pobres). Esa misma tarde llevé el coche al taller, pero esta
vez no había afecto, sólo buenas palabras, como corresponden
al ingenuo visitante de cualquier cueva de ladrones, para reparar algún
pequeño desperfecto en la chapa. Del martes y el miércoles
no me acuerdo porque estaba constipadísimo, no tengo ganas de
forzar la memoria y además no es imposible que me permitiese
algún tipo de licencia de las que jamás deben consignarse
en un diario público; en los privados, sí, porque en caso
contrario, y aunque hayas matado al rey y huido a Murcia, acabas olvidándolo
y es -para un literato a quien además le divierte la vida literaria-
una lástima.
El jueves fue muy animado, porque
por fin conocí a Nooteboom (me
gustó, aunque estoy de acuerdo con él en que a los escritores
es mejor no conocerlos, y menos aún cuando admiramos su obra;
pero como le dije, aprovechando que Fernando Sánchez-Dragó
nos sentó juntos, compartir una hora en un plató
no era exactamente conocerse). También conocí, es decir:
ví e intercambié un par de frases con él, al larguísimo,
elegante y ultracorrecto Marqués de Tamarón,
Santiago para los amigos, que estuvo a punto -me enteré esa mañana-
de ser mi Embajador en Mauritania (yo llevaba los asuntos comerciales
de España con Mauritania desde Dakar, y tuve largo y muy placentero
trato con un diplomático -persona fantástica- de nombre
Juan María López de Aguilar, a la sazón
embajador de nuestro país en Nouakchott ; le fotografié
en diagonal, y guardo la imagen para futuras ocasiones, porque Santiago,
Marqués de Tamarón, es increíblemente alto. Como
también era muy alto, no lo esperaba, Fernando Delgado,
uno de los premios Planeta, pues ya que estaba allí hice doblete
y me quedé al programa dedicado a los 50 AÑOS DEL PREMIO
PLANETA, donde falló el invitado principal para fortuna de los
espectadores -es una opinión- pues su lugar lo ocupó una
mujer maravillosa a quien yo no conocía, Ana Gavín,
la jefe de comunicaciones del Grupo Planeta (le pregunté si era
como SuperLucas en Destino y no pudo evitar una sonrisa).
Y digo que me pareció una mujer maravillosa, y eso lo tiene en
común con otras mujeres en "plenitud" que he conocido
en el palacete que tiene el grupo planetario en Recoletos, mujeres que
son más que guapas, más que atractivas (que lo son, y
en particular la Gabín como puede apreciarse en el perfil que
le robé para esta web). Tienen, tiene en particular Ana Gavín ,
la hermosura, la belleza de una escultura, de una escultura de mármol
fabricada desde dentro y a fuerza de inteligencia y voluntad; en su
momento las cosas eran muy difíciles para las mujeres y las que
están arriba ahora no ha sido por "cuota" sino por
valía. Estábamos en los camerinos y comenté que
era una lástima que no saliese ella en el programa, fíjese
el lector en el dominio del color de su atuendo, y Fernando Sánchez-Dragó,
que es rápido y jamás se ha dejado adormecer por el éxito,
la incorporó a la mesa, donde también estaba Julia
Escobar, otra "tribuna" habitual de Fernando, y el
felicísimo señor Eslava, Juan Eslava,
que ha vendido casi un millón de ejemplares del premio Planeta
que ganó gracias a la magia de un Unicornio. La verdad es que
lo pasé fenomenal. Siempre lo paso fenomenal en el programa de
Dragó, excepto en una ocasión que se me taponó
un oído y además Lucía Etxebarría no dejó
hablar a nadie. Como me encanta la tele -vuelvo a decir que estoy más
cómodo, más relajado, delante de una cámara que
solo en el salón de mi casa, pues delante de una cámara
todo vale, todo entra y todo es espectáculo- he incluido en esta
página de longitud infinita (cosas de la informática)
el retrato, apresurado, de una chica de producción amabilísima,
Gema,
y también el de la ayudante de Fernando Sánchez-Dragó,
la gentil, eficiente y dulce Arancha Salama ,
porque siempre echo de menos eso, que al espectador no se le muestre
más tramoya (Sardá lo intentaba en Crónicas
Marcianas, pero era muy mejorable; si algún día dirijo
un programa ya se enterará el espectador como debe hacerse).
Precisamente en LAS NOCHES BLANCAS me resulta admirable, brillantísimo,
ese juego de metaliteratura, o metatelevisión, que hace Dragó,
cuando explica a la audiencia que estamos grabando meses antes de que
se emita el programa, que se nos ha pedido que llevemos ropa primaveral
(la mía no lo era demasiado, y eso que llevaba una maletita:
debería poner también la foto (pero no, que ya hay muchas
hoy) para que nadie piense que estoy jugando: yo me lo curro, siempre
me lo curro, hasta donde me llegan la voluntad, la inteligencia y los
huevos). Pues eso, que Dragó hace metatelevisión y por
ello espero que sus Noches Blancas, o Negras, o Blancas sobre Negras,
o como sean, siga sobreviviendo muchos muchos años. Como también
espero que la gente comprenda la razón por la que no me quito
el sombrero en lugares cubiertos (Fernando Delgado
hizo
un alegato en camerinos fantástico al respecto, basándose
en que al ser -el sombrero- una prenda de uso ya no común deberían
aplicarse nuevas normas protocolarias en su utilización; para
empezar, cuando vas a un bar, no hay ya donde dejarlos, excepto encima
de la cabeza).
Pero no voy a olvidar, aunque ya estoy
un poco fatigado, harto de teclear, de escribir (menos mal que esta
página no la corrijo nunca, la dejo como sale y ya está:
alegría y rockandroll) y además tengo hambre (a vez si
mi chica pide una pizza y alquilamos una peli), pero -repito- no voy
a olvidarme de mencionar que, como ya es costumbre, la noche anterior
a su regreso a Nueva York (era viernes y hacía un frío
continental, la vendedora china de películas pirata llevaba un
buen surtido de porno oculto en su cartera cuando nos abordó,
las tapas del Buendi estaban riquísimas), quedé con Eduardo
Largo, y también con su hermano, Jose Antonio, el
Rojo, de quien había leído el día anterior
un cuento hiperbreve aprovechando el programa sobre el Premio Planeta;
pero eso, si alguien quiere verlo, tendrá que estar atento a
la tele; yo no voy a explicarlo aquí. Sí que siempre da
una cierta tristeza que se vaya Eduardo (hasta a Malcolm Otero
-al parecer y en SMS- le produjo cierta nostalgia), porque de El
Grupo de Brooklyn el único que se quedó en Nueva
York fue él, y el único capaz de recuperar para todos
ese espíritu burlón, cazador y aventurero es -ahora- también
él. Quizá, porque yo soy del Grupo de Brooklyn, quien
más añora la burla, la caza y la aventura, es a mí
a quien mister Lake se ha acostumbrado a ver la noche
anterior a su partida a la ciudad de los pipsous, los largos paseos,
el anonimato absoluto y los miles y miles de hombres y mujeres que gracias
a la magia de la ciudad se permiten jugar a ser adolescentes para siempre,
adolescentes eternos.

Hay
tribus ocultas cerca del río
Radio Futura, Escuela
de calor
27 de febrero. Me
dice mi chica que Santiago Roncagliolo ha ganado
el Alfaguara, y recuerdo el día que le conocí,
cuando ambos eramos "aspirantes" y aún no profesionales,
ambos convocados por David Torres que ya había
acariciado las babas de la fama tras hacerse con el finalista
del Premio Nadal. Cenamos en un Chino, en compañía de
Urceloy y Navas, ambos poetas famosos, y luego estuvimos
dándole duro a los mojitos o algo así en un bar de dos
niveles cuyo nombre no recuerdo, pero que estaba situado cerca de la
calle del Pez, o quizá en la propia calle. Me cayó bien,
Roncagliolo; creo que es uno de esas personas que, en general, caen
bien a todo el mundo. Por aquel entonces escribía crónicas
políticas en Cambio16, donde yo ahora publico
mis columnas. Y meses después ambos estuvimos entre los finalistas
(sin resultados prácticos para ninguno) del premio Herralde.
A la salida de aquel pub de mojitos y buena charla, ese día que
nos conocimos y para no perder mi hábito de "we are the
champions" pedí a todos posar para una foto (el mando a
distancia está camuflado en mi mano) y allí nos pusimos
en ordenada fila ante mi pequeña cámara, una Aps, que
estaba apoyada en un bolardo. "Algún día" -recuerdo
o invento que dije- "esta foto será historia y se llamará
CUANDO ERAMOS ASPIRANTES). Aunque bien pensando, y a pesar del premio
de Santiago, o de que yo tenga la suerte que se esté agotando
la primera edición de mi segundo libro, Blanco
y Negra, seguimos siéndolo:aspirantes a niños
creadores y eternos. Aquí está la foto:

Cuando Eramos Aspirantes, enero 2003
Estar
borracho era una forma de decir que, en tu opinión, el universo
no tenía sentido.
Martin Amis, Yellow Dog
5 de marzo. Acabo
de regresar de Murcia, la amada Murcia, la fácil Murcia, la generosa
Murcia. No deja de sorprenderme que once años después
de irme me sigan invitando en los bares, me regalen cosas en las tiendas
y nunca dejen de recordarme, en uno u otro sitio, que aún conservan
el artículo que les dediqué en el periódico La
Opinión. Y naturalmente el coche venía cargado de naranjas,
limones y otras mil maravillas, como siempre que vamos a ver a mis padres
políticos. Pero en Madrid, seamos justos, también me regalan
cosas, el martes me llegó por correo la última novela
de Philippe Besson, Un Chico Italiano, autor también
de aquel maravilloso experimento titulado Final del Verano en el que
conseguía animar, dar vida, a los personajes que el genial Edward
Hooper inmortalizó en el más famoso de sus cuadros:
Nighthawks. Le conoceré -si nada se
tuerce- en persona el próximo miércoles, en uno de las
ya clásicos desayunos de Alianza Literaria.
Y el martes por fin se emitirá en Telemadrid el programa en el
que un grupo de escritores le contamos nuestros sueños a Cencillo,
sentado a la diestra de Fernando Sánchez-Dragó;
siento curiosidad por ver como quedó, pues lo cierto es que llevaba
preparado un sueño falso y muy sofisticado para lucirme ante
la audiencia, pero al enfrentar los ojos del viejo sabio no fuí
capaz de mentir y le conté dos sueños reales; insignificantes
de tan pequeños pero verdaderos. Lástima que el programa
lo pongan después del telediario de la noche, que nunca acaba
antes de la una de la mañana.
El miércoles, primer día
de este ventoso marzo, Nacho Fernández (vease
EL INCANSABLE
SEÑOR FERNÁNDEZ) logró sorprenderme una vez
más al convocar en su celebrada tertulia de la Cruzada al equipo
responsable del
Book-Crossing en España (imagen de la derecha). Me "sulibella"
eso de abandonar libros, una vez leídos, para que los disfruten
otros. Me gusta algo menos que haya que registrarlos, ponerles un número
y marcarlos como ternero. En España se han liberado unos dos
mil libros escasos, pero en el mundo, y según la web oficial
del movimiento (pones en Google el nombre: book-crossing y aparece la
página (No lo he comprobado, como siempre la semana ha ido cortísima
de tiempo). Explicaron los Book-Crossing boys, en la foto, Al parecer
existe una variedad llamada Book-Borrowed, libro prestado, en la que
el libro vuelve a quien lo ha liberado: una especie de biblioteca pública
libertaria; claro que la mayoría de las veces el libro no regresa
a las manos originales y se queda pegado a los dedos de alguien que
lo ha conocido, y se ha enamorado de él demasiado, en el camino.
Ese mismo miércoles, y también
en la taberna de la Cruzada, conocí a Leo Zelada (en la foto
del grupo de tertulianos el
chico de gafitas a la izquierda, parcialmente oculto por la autora de
LA MUJER DE CERVANTES, el último libro de literaturas.com ediciones)),
que me regaló un ejemplar de su novela American Death of Live,
y autor de una antología de nueva poesía Hispanoamericana
que ya va por su sexta edición. La verdad es que la imagen parece
un apunte hecho con pintura más que una foto, y eso que apenas
la "toqué". Supongo que quien conozca a los retratados
podrá identificarlos, y quien no... tendrá esa visión
de grupo, de alegría de conjunto, que era la que pretendía
transmitir en este diarioweb que el pasado mes de febrero recibió
un número de visitas más que sorprendente: casi 1700.
Supongo que en gran parte se deberá a las fotos que últimamente
incluyo; y también que cada vez es menos mi diario para ser "el
diario de los otros" (como el sexto tomo de los diarios de Anais
Nin), o una crónica caprichosa, accidental y apresurada de "la
vida literaria" en la Villa y Corte. Intentaré mantener
alto el pabellón, pero ya empieza a sucederme, y eso es nefasto
para un diario (jamás me ha sucedido con el que llevo en el bolsillo),
que en ocasiones hago cosas para apuntarlas en este diarioweb, en lugar
de hacerlas y luego... tal vez apuntarlas, tal vez no. Supongo que es
una temporada, la borrachera del número creciente de visitas,
y el placer de poder "sacar a los otros", proyectarlos al
mundo. Pero seguro que no es pasajero y poco grave. No vivo para este
diarioweb ni mucho menos. En Murcia no he hecho ni una foto con mi cámara-vampiro.
Me he limitado a disfrutar del buen tiempo, la generosidad de la ciudad
y el buen talante de sus gentes.
Ah, pero tengo otra imagen, la había olvidado.
Y eso que la realicé, esta vez sí ,
con la única y exclusiva intención de colocarla en esta
página. Viajaba en el metro y frente a mí había
una persona leyendo. Un señor. A los escritores siempre nos llama
la atención que otro ser humano lea. La señora que iba
a su lado protestó un poco por el flashazo (puede quepensando,
y puede que con algo de razón como imaginará cualquiera
que me conozca, que mi inspiración, lo que deseaba capturar,
eran sus piernas enfundadas en medias negras y no a un señor
calvo con sobretodo amarillo y un libro entre las manos) y se montó
una pequeña tertulia improvisada en el vagón, durante
la cual enseñé la foto a cuantos tenía enfrente,
para demostrarles que sus caras no salían; y ya puestos..., hablamos
de todo un poco: de la m-30, los reallity show, de que a un hombre (parecía
el acompañante de la señora de las piernas; luego no)
siempre le fotografiaban el lado malo. Y mientras hablábamos
y hablábamos el único que había sido fotografiado,
el objeto y desencadenante de la pequeña tertulia, nos ignoraba
por completo y continuaba leyendo reconcentrado e imperturbable; como
si estuviese hechizado; y quizá lo estaba, pues el libro que
tenía ante sus ojos miopes no era otro que la última entrega
de la serie de Harry Potter (ah, los magos).
Para
irse con un cliente es necesario no sentir ternura alguna
Philippe Besson, Un garçon
d´Italie
12 de marzo. "Como ha cambiado tu
diario", me comenta una de mis más brillantes amigas, Juana
Márquez, quien no sólo lee las últimas anotaciones
(plagadas de fotos en el 2006) sino que es capaz de analizar las palabras
que voy colgando -ahorcando, condenando a la muerte de existir para
quien quiera verlas- de esta web y valorar su peso en el conjunto de
este juego (que quizá cualquier día detenga o extinga
de golpe): mi diarioweb. Al principio nadie sabía que existía,
y para llegar a él había que encontrar un cuadrado escondido
en la página Aboutme, o pinchar en los ojos de un autorretrato
londinense. Pero poco a poco, suele suceder siempre así, yo también
comencé a ver el conjunto con perspectiva y le dí una
entrada propia desde la página principal; coloqué un contador
secreto, de esos que el lector no puede consultar, y para mi sorpresa
comprobé que el diario tenía muchas más entradas
que la columna semanal o los cuentos, las fotos e incluso las pelis
(las pelis a la gente le da miedo, os da miedo, descargaroslas, porque
se deja de estar en la página web, se abre Windows Media o Quick
Time, y hay que esperar algo (apenas cinco segundos con ADSL, pero aún
así: esperar). Lo más visitado era el diario. Y empezó
a cambiar. Ese cambio se convirtió en una orgía de imágenes
a partir del momento en que uno de los miembros de El Grupo de Brooklyn,
ganó el Nadal, y lo hacía siguiendo mi estela, mi ejemplo
( cierto que yo no había ganado el Nadal, sino que había
sido finalista, pero "sin agente y sin seudónimo",
a pecho descubierto); pero mi amigo Eduardo sin el ejemplo, sin comprobar
que era posible lograrlo, probablemente ni siquiera se habría
presentado; así que en parte su triunfo lo sentí como
mío y así lo he vivido y celebrado.
Sí, mi inteligente amiga tenía razón.
Mi diario había cambiado. Ha sido diferente desde el mes de enero,
y va a volver a cambiar esta semana, va a ser diferente hoy. Sólo
lo siento por Philippe Bessón, a quien he dedicado la columna
periodísitca de hoy, y al que hice una foto que -como fotógrafo
soy demasiado malo como para ser modesto- considero genial y que no
voy a colgar en la web. Esta semana no voy a subir o colgar o ahorcar
o bajar de peso ninguna imagen para esta web. No me apetece. Esta es
una página privada, con mi dinero la pago y a nadie pido nada
por entrar y utilizar una u otra puerta. Hago lo que me da la gana.
Soy libre. Absolutamente libre. En realidad tanto o casi tanto como
en los diarios que llevo en el bolsillo y que tengo voluntad de no publicar
jamás, aunque según otro de los miembros de El Grupo de
Brooklyn, el antaño tan delicioso amigo Achero Mañas,
lo que diga el futuro de todos ellos, de todos nosotros, de
mucha de la gente que conozco, deponderá más de los diarios
que yo hace ya tantos años escribo que de lo que hagan, logren
por sus propios méritos y esfuerzo, en el mundillo (diminutivo
utilizado con plena consciencia) artístico en el que por razones
de nacimiento y época nos ha tocado movernos.
Pero no me quejo. Improvisar prueba la verdadera calidad
del artista; sólo que tengo que aprender a no tenderme trampas
a mí mismo (ya lo hice con aquel asunto de EL
AÑO DEL CAZADOR, un cuento al día durante un año;
y casi me ahoga). Así que ahora voy a quitarme la excesiva responsabilidad
de actualizar este diario 2006 que he titulado La Vida Literaria hablando
de mis muchos colegas en la batalla, hablando de ellos y fotografiándolos.
Hoy no voy a hablar de nadie en particular. No voy a contar ningún
desayuno de trabajo, aunque he estado en dos. Y la foto de Besson quizá
la ponga la semana que viene, pero no esta. Esta la dejo sólo
en letra. Cambio. Me gusta el cambio. Los cambios. Todos los cambios.
Se me llena la boca de vida cuando explico que soy columnista de Cambio
(16), que el Cambio ha sido la única revista que ha sobrevivido
a todo: la transición, el centro, la izquierda, la derecha, la
prensa gratuita. El cambio es vida, el cambio es ser imprevisible, y
significa de algún modo que nadie sabe por donde has venido y
mucho menos por donde vas a salir, como cantaba Santiago Auserón.
Cambio. Este diario ha cambiado esta semana. No he contado nada de lo
que he hecho. Ni lo voy a contar. Y quizá vuelva a cambiar la
semana que viene. Retome el rumbo abandonado por una sola entrega. O
no. Tal vez otra vez ponga solo fotos. O una peli..., tengo una idea
buenísima en esa dirección. O .... ponga el diario de
mi antónimo, Federico Sueño/Frederic Traum, quien ya harto
de ser Alberto Delgado, el sonriente Alberto Delgado, quiera, necesite,
desee ¡volver a la acción! (pero eso no lo haré;
el diario de Traum sería impublicable; la parte oscura del cambio,
de ser impresible es que también te conviertes en una persona
difícil en el trato, "un tipo difícil", y mi
trabajo, mi empeño actual, requiere que sea claro, diáfano,
limpio. Así que probablemente las letras de esta semana sólo
sean un interludio, un capricho de escritor, una debilidad de ser humano
con más proyectos en la cabeza de los que pueden realizar sus
manos. Un interludio, y la semana que viene volveré a hablar
de tertulias, presentaciones, risas y sonrisas; las risas y sonrisas
de los que como yo luchan con paciencia y persistencia a mi alrededor.
CODA, UN DIA DESPUÉS: Me siento incapaz de no subir
la foto, sea genial o no, de Philippe Besson. Tuvo la deferencia de
hablar conmigo en francés, y como ya dije ayer: me ganaba la
nostalgia. Durante mis cuatro años dakareños comía,
dormía, soñaba y leía (incluso a los autores americanos)
en francés, y un idioma conocido es como un olor, te transporta,
en el espacio y el tiempo. Asi pues, para todos los amables lectores,
y también para los lectores bordes, Phlippe Besson con su última
obra traducida al español: Un chico italiano.

Si
el tiempo aguardase a que acabáramos con nuestras locuras preferidas,
seguiríamos siendo jóvenes, todos nosotros, hasta el Día
del Juicio
Nathaniel hawthorne, WAKEFIELD
19 de marzo. El lunes fue un día
maravilloso. No hice nada. Pasear. Sólo pasear. Por el centro
de Mad Madrid, el corazón y las arterias de la vieja y conocida
ciudad. Y cada pocos pasos iba cambiando, no sólo el paisaje
interior sino sobre todo el interior. Lo que más me interesa
-como experiencia- del proceso de escribir y más ampliamente
del proceso de crear es que puede hacerse desde muy diferentes puntos
de vista; por ello no sólo tengo al menos media docena de heterónimos,
sino incluso -hablo mucho de él últimamente, tras años
de absoluto secreto- un antónimo, alguien que piensa y actúa
de modo contrario, absolutamente contrario, al que en mí sería
espontáneo y natural: el señor Frederic Traum, protagonista
y narrador, es su voz, de Sonríe
Delgado, a quien siempre quise hacer pasar por un autor real, una
persona normal de carne y hueso. Y al pasear por el centro de la ciudad
-en lugares como Nueva York o Londres, al ser ciudades más cosmopolitas
el proceso se torna aún más acusado- van saliendo, viviendo,
todos esos otros yo y anti yo que llevo dentro; y por eso es tan lenitivo
para mí caminar por las calles de ciudades que me permiten ser
anónimo, porque al no verme obligado a ser sólo Javier
Puebla, puedo ser también León Salgado, o Javier Panizo,
o Daniel Fénix (el que hace las fotos que ilustran esta web),
Ram Remdel, Traum o cualquier otro (incluso el demasiado ingenuo poeta
Alberto Delgado). Pensé que sería un día inmejorable,
que no habría nada mejor sobre lo que escribir esta semana que
sobre esa tarde sin fin de lunes. Pero me quivocaba. El miércoles
fue aún mejor.
Eran las ocho de la tarde cuando una de mis Tripulantes
más animosas (lo cuento también en la
columna de esta semana) me llevó en taxi -le iba de camino-
hasta la Casa de América donde se presentaba un libro de José
Luis Alonso de Santos .
La presentación tuvo lugar en la Sala Simón Bolivar la
cual, coincidencias o guiños del show que llamamos nuestra vida,
fue el lugar donde dirigí mi primera tertulia literaria año,
La Dulce Conversa, tertulia que en realidad fue el precedente de los
cursos que doy ahora y que me permiten vivir sin tener que escribir
novelas que no quiero ni ser negro de autores o columnistas consagrados;
o tener que reincorporarme al ministerio. Confieso que acudí,
basicamente, para ver a Fermín Cabal y hablar con él de
viejas aventuras si el tiempo lo permitía (pero no lo permitió;
apenas cruzamos unas pocas y apresuradas palabras). Pero en la presentación
me esperaban muchas sorpresas: entre otras la presencia de Emilio Pascual
a quien luego acompañé caminando hasta la boca de metro
de Alonso Martínez y con quien sostuve una conversación
impagable; Emilio no sólo lo sabe todo, sino que además
piensa con la precisión y limpieza de un bisturí; y aún
más: escucha. Pero eso fue el postre; el postre maravilloso.
En medio tuve el placer de fotografiar tres veces a la Forqué.
Para mí la Forqué
es más que una mujer atractivísima, más que una
actriz de éxito permanente, porque .... la ví por primera
vez en una película que ponían el Pequeño Cine
Estudio Magallanes (creo que se llamaba así) cuando debía
tener unos 17 o 18 años, yo, y me ganó el corazón
para siempre. De aquella película sólo recuerdo que era
extraña, indi que se diría ahora, más bien corta:
unos cuarenta minutos, y que estaba ella, que ella era la protagonista.
Así que, aprovechando que la tenía tan cerca decidí
-sin que me viera, sin molestarla- fijarla en una foto. Pero me vió,
o mejor dicho, me vió sin verme: La Forqué posee
un don o cualidad del que yo sólo había oído hablar
en Pablo Picasso, la capacidad de ser consciente de la presencia de
una cámara en no importa cualesquiera circunstancias. Aquí
están las fotos pero para saber lo que pasó exactamente,
la prueba de lo que acab de decir, vuelvo a remitirme a la
columna de esta semana (me da pereza volver a escribirlo aquí,
pido disculpas). No quisiera terminar este semanarioweek sin decir que,
parte de la magia que se consiguió en el Salón Simón
Bolivar de la Casa de América, José Luis Alonso de Santos
me escribió la dedicatoria más bonita que me han puesto
jamás en un libro. Ya se cerraba el acto, el pequeño
viaje terminado y concluido, cuando me acerqué con mi ejemplar
para que, más por placer que por fetichismo, me lo firmase. Al
preguntarme a nombre de quien debía dedicarlo le respondí
que "a un señor con sombrero", pues no me pareció
oportuno en su momento de gloria, rodeado de amigos que le conocían
y querían, ponerme a explicarle que era amigo de Fermín,
que me habían parecido magristrales sus "cuadros"
y que además eran algo muy próximo, en teatro, a lo que
yo hago o intento hacer con mis relatos
en TARJETA DE VISITA. "A un señor con sombrero",
insistí. Y José Luis me escribió en la página
cinco y blanca de su libro las palabras que siguen: "Para mi amigo
del sombrero y cara de ángel". Nunca se me habría
ocurrido pensar que pudiera tener "cara de ángel";
pero quizá estaba tan contento y divertido que algo de ello se
translucía en mi expresión, en mi rostro, tan de miércoles,
con gafas, bigote y mosca. Un tipo genial, Alonso de Santos .
Pero la magia no está en quien muestra, sino en el que mira..
Para compensar, o quizá no por eso (pero da igual),
el jueves sin embargo viví un día tristísimo, pero
no voy a escribir en esta página llena de sonrisas sobre ello.
Como tampoco voy a explicar que me pareció Capote, la película
( viernes). Ni sobre la luz que había en el Parque del Retiro
el domingo. Se seleccionan pequeños y caprichosos momentos. Eso
es un diario. Algo siempre incompleto, caprichoso y por lo tanto nunca
del todo literatura, y sí siempre ... diversión y juego.
Supongo
que a veces me pongo desagradable. Pero no siempre; y no por principio.
En mis buenos días soy tan amable y simpático como el
que más.
Paul Auster, Brooklyn
Follies
26 de marzo. Esta
semana "mi vida literaria" ha rozado prácticamente
el cero, si excluimos las habituales sesiones de navegación,
o clases, que imparto de martes a jueves, en las que he aprovechado
el libro de Alonso de Santos para dar alegría a los dos barcos
y la pequeña lancha que comando, aunque también he recurrido
a ese precioso trabajo de Javier Marías titulado "Miramientos",
que es más poético y acorde a mi estado de ánimo,
pues el martes operaron en el 12 de Octubre a mi cachorrito -todo ha
ido bien, gracias- y el sufrimiento vicario que supuso ver al niño
desconcertado, dolorido y tan frágil, se llevó como una
ola toda la energía que suelo dedicar a moverme por la Villa
y Corte en busca de actos y presentaciones más o menos vistosos
que luego intento -y consigo (nada de tanta modestia, Javier Puebla)-
reflejar en esta página. E intentando dar la vuelta a mi miedo
y mi dolor, a mi fragilidad de ser humano ahora padre, he pasado las
mañanas tardes y noches pensando en la novela que -voy a intentar,
ya veremos si l consigo- escribir durante la Semana Santa (al menos
el primer borrador; es un libro que se me ocurrió hace muchos
años, cuya idea fijé en un cuento relativamente largo
de El Año del Cazador,
y que finalmente he conseguido dibujar en mi cabeza como una nueva novela
protagonizada, o coprotagonizada, por Tigre Manjatan, a pesar de que
aún no he logrado ver publicada la primera que -es su destino-
acabará vendiendo un millón de ejemplares; estoy absurda
e intuitivamente seguro de ello). Crear cura, escribir cura cualquier
dolor, o al menos lo mitiga. Por eso, en parte, me dedico a ello. Porque
siempre me ha dolido la gente, me ha dolido el mundo y me he dolido
yo mismo: tan frágil, aunque quizá no lo parezca cuando
en ciertos momentos -como reza la frase del libro de Paul Auster que
estoy leyendo estos días y he citado más arriba- me "pongo
desagradable" y me peleo contra gigantes sin escrúpulos
de ningún tipo: en las últimas semanas un tipejo camuflajado
bajo un peluquín y un especulador inmobiliario con veleidades
de político (que me disculpe el lector curioso que no entre en
detalles; baste con consignar que estoy luchando, pequeño como
un mosquito pero con el aguijón cargado de ese veneno que nace
del corazón cuando creemos que algo es justo y hay que defenderlo
aunque el precio a pagar sea muy superior al ínfimo placer de
la victoria sobre un enemigo malaje y mezquino).
Siempre
he tenido cierta debilidad por los granujas. Como amigos quizá
no pueda confiarse mucho en ellos, pero imagínate lo sosa que
sería la vida sin ellos,
Paul Auster, Brooklyn
Follies

2 de abril. Andaba tristísimo
Javier Puebla, es decir: yo mismo, el lunes por la mañana, y
también a mediodía, e incluso al empezar la tarde, porque
las reformas acometidas en el club donde suelo ir a nadar a diario (véase
columna LAS
CABINAS MUERTAS con siete hermosas o al menos peculiares fotos ilustrándola)
me habían dejado sin un lugar donde guardar mi parafernalia
de nadador amateur aunque constante y diario, y al igual que un asesino
-según aseguraba Agatha Christie- vuelve siempre al lugar del
crimen yo decidí visitar el lugar donde había nacido mi
triste tristísima tristeza de lunes con la esperanza de encontrar
una solución, un acomodo que evitase mis rutinas se alterasen
del todo, pues al trabajar en la casa donde también vivo mi club,
El Canoe, es el único sitio exterior de referencia permanente.
Y me encontré con una grata e inesperada sorpresa: a las cabinas
muertas la dirección del club había decidido concederles
dos semanas más de gracia y vida. No llevaba bañador pero
mi amigo Frederic Traum, también asiduo del Club aunque no tenga
carnet, me conseguió uno y nadé más rato y más
feliz que había nadado día alguno el resto del año;
y mientras nadaba se me ocurrían cosas y más cosas: cuentos,
novelas nuevas, revisiones en las ya terminadas, columnas, viajes pequeños
y grandes, ejercicios para mis alumnos "tripulantes"...
Al salir me duché en lo que era ya casi un cementerio de cabinas,
pero aún había algunas vivas y me concentré sólo
en estas, en las vivas. Y no he fallado ningún día -excepto
el sábado- a mi cita con el agua-perdona-pecados y mi
moribunda cabina, ni siquiera el jueves, que había una comida
de prensa en el Jaialai, el agradabilísimo restaurante situado
en la calle Valbina
Valverde donde Alianza Editorial presentaba los libros galordonados
en la VII edición de los Premios de Novela Fernando Quiñones,
a saber: El malduque de la Luna, de Miguel Naveros, ganador, y Donde
el sol no llega, de Alberto Porlan, finalista. La comida fue excelente,
y la compañía aún mejor, porque entre otros me
encontré a Miguel Ángel del Arco, para quien he trabajado
ya en bastantes ocasiones pues dirige la sección cultural de
la revista La Clave, Joaquín Arnaíz (abajo a la izquierda)
que cada día está mejor, uno de esas personas que mejora
con los años; no hay demasiadas), el omnipresente Nacho Fernández,
director de literaturas.com y agitador cultural donde los haya, la editora
de Alianza: Valeria
(a la derecha), y dos presentadores de lujo: Ramón Buenaventura
(que hace años, muchos años, me dedicó una columna
en Disidencias donde me llamaba "genial jovenzuelo") y Martínez-Reverte,
a quien siempre he admirado por su calidad como escritor y ciudadano:
pues, asegura todo el mundo que le conoce bien, una buena, excelente
persona. Disfruté de la comida como un pobre en una película
de Berlanga (el solomillo se deshacía en la boca), e hice muchas
fotos, porque últimamente el fiel de mi desiquilibrado equilibrio
tiende tanto a las imágenes como a las palabras y me temo que
acabaré haciendo
alguna peli este verano (digo me temo porque las pelis siempre son mucho
trabajo) para armonizar ambos mundos. Pero nada más terminar
de comer, y aunque me quedé el último disintiendo de la
teoría de Alberto Porlán, su novela tiene un aspecto excelente,
sobre que el cine y la literatura no tienen nada que ver como medio
de expresión (para mí son diferentes herramientas pero
se puede conseguir con ambos resultados si no iguales al menos cercanos
o paralelos) cogí un taxi y me fui a nadar, a pasarme por agua
para que Alá, como aseguran los musulmanes, perdonase todos mis
pecados (que alguno, aunque me esfuerzo, habré cometido), y también
para aprovechar y celebrar -en el sentido más noble de la palabra-
el tiempo de vida que le quedaba a mi roída taquilla de metal
pintado de blanco y azul en el Club Canoe.
También hice muchas fotos, y también me
fui a nadar después de comer, el viernes 31 de marzo, día
que invitado por mi colega, y también nadador, Víctor
Sanz
(en la foto de la derecha preparándome el terreno), me tocaba
dar una conferencia, conferencia que se transformó en dos conferencias
pues los asistentes no cabían en el generoso salón de
actos del instituto Manuela Malasaña, de Móstoles,
lugar donde debía celebrarse -y se celebró- mi pequeña
charla ante dos nutridos grupos de alumnos: el primero entre 14 y 15
años, el segundo entre 15 y 16. Suelo pasármelo muy bien
hablando para gente joven, explicándoles que soy un fan de los
SMS abreviados con Kás por todas partes, las menos vocales posibles
y poniéndome de su parte incondicionalmente porque atraviesan
un momento en el que estudiar no es placer ni
elección sino algo impuesto desde el exterior; y aunque yo ya
no soy ningún rebelde sí lo fui, hasta donde me alcanzaron
la imaginación y el valor, durante mi muy prolongada adolescencia
(se acabó hará apenas diez minutos). Lo más divertido
fue el fin de fiesta cuando dirigí a todo el grupo ,
en pie sobre la mesa tras la que debía estar sentado, para hacerles
una fotografía en la que todos deberían inclinar la cabeza
hacia la izquierda, hacia la ventana, hacia el lugar donde entraba la
luz. Fue una idea afortunada, a juzgar por la cantidad de adolescentes
que me rodearon para pedirme, como si yo fuese una estrella y no un
humilde escritor profesional, que les firmase un autógrafos (en
pedacitos de papel pues enseguida se acabaron mis tarjetas de visita-cuento;
tendré que hacer más un siglo de estos), pero me temo
que hablé más de África y sus magias negras variadas
que de literatura, más de cine y vida que de mi libro BLANCO
Y NEGRA -aunque este fuese el origen de la doble conferencia y el
lugar donde explico esas variadas magias negras africanas que despertaron
la curiosidad de los alumnos del Manuela Malasaña, porque lo
que me interesaba era transmitirles que un escritor no es un fósil
(algunos sí, ya lo sé), sino alguien que está o
puede estar en contacto con la vida y es capaz de hacer videoclips o
llevar un sombrero como si fuese una máscara para que le identifiquen
con mayor facilidad y la menor precisión real posible-la función
de cualquier máscara- en el gran teatro del mundo.

He estado a punto -confieso- de no escribir ni una palabra
esta semana, de poner sólo las fotos: me gusta la última
que he puesto, aunque al "bajarla de peso" pierda definición,
con el público como protagonista y el conferenciante o actor
como espectador. Es un tipo de experimento que siempre me ha encantado;
en mis tiempos de cantante de rock (era malísimo pero la gente
se divertía) solía hacerle "polaroids" desde
el escenario a los chicos y chicas que acudían a vernos (mi máximo
éxito fue ser telonero de El Último de la Fila) y se las
tiraba sin esperar siquiera que llegasen al final de su rápido
revelado. Pero aunque he estado a punto de escribir al final sí
he escrito, porque me gusta, por costumbre, por vicio, y porque "para
que una imagen valga más que mil palabras" necesita de las
mil palabras al lado para que pueda comprobarse; en cualquier caso hasta
en el cuento que subo hoy de LA
JAVIER PANIZO COLLECTION hay una ilustración, una foto modificada.
Y el sábado, que fue el mejor día de la semana pues comí,
merendé y cené con buenos e impagables amigos, no voy
a comentarlo porque -amén de que siempre está bien guardar
alguna bala en la recámara- olvidé la cámara en
casa y en esta semana ya primaveral y extraña sin fotos ... faltaría
sin el testimonio gráfico correspondiente a la verdad de mi mirada.
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