Javier
Puebla, diario web: VER
DIARIO 2005 AÑO 2006 -La
literatura-
Cuando puede pasar cualquier cosa nada tiene importancia 16 de abril. Me he permitido una semana sin actualizar este diario, y ocho días de hoganza 80 FOLIOS DE NUEVA Y DIFÍCIL NOVELA escapado en la tranquila, casi aburrida, sierra madrileña. Tenía bastante razón Marsé con aquella frase respecto al último Planeta sobre que nada tiene que ver la vida literaria con la literatura, aunque desde luego su frase pertenecía a la vida literaria y no a la literatura. No me gustaría estar casado con una novelista, ni que mi padre mi madre mi hermano mi hijo o mi perro (no tengo) fuesen novelistas; son seres obsesionados por mantener una ficción en su cabeza y se esconden, apartan y defienden de la realidad con todos los medios a su alcance. Los ochenta folios serán para tirar, en su mayoría, pero me han servido para dibujar los personajes, buscar los tonos y comprender la novela en su conjunto: soy incapaz, de momento, de hacer un esquema a partir de nada, en el aire, sobre el que construir un edificio de doscientas o trescientas páginas. Primero tengo que comenzar a construirlo, y luego alejarme, observarlo con perspectiva, y volver a empezar. No sé si podré ponerme a construir; la vida literaria volverá a reclamarme a partir de mañana o pasado; ya he regresaso a Madrid, se acerca la Feria, me llaman de una editorial, me llaman de otra editorial, me mandan una encuesta, en las felicitaciones de cumple (fue el 14, día de la República) había varios submarinos con propuestas e incitaciones. Pero a pesar de que he escrito una media de 6 horas diarias los ocho días que he estado fuera hoy tengo la sensación de que he estado de vacaciones, y lo he estado: de vacaciones de mí mismo, de ese Javier Puebla que sonríe, limpiamente, y que apenas escribe pues está ocupado en otras mil pequeñas cosas, desde esta web hasta las columnas, los cuentos -cada vez mejores- de sus alumnos, llevar al niño a la guarde, hacer la compra o ... ¿qué se yo? mil cosas. Pero voy a intentarlo. Voy a intentar que este trimestre sea para la literatura y no para la vida literaria; dudo que lo consiga pero el intento, por lo menos, no me lo podrá negar nadie. Esta semana no hay fotos, no hay fiestas, no hay mundo exterior. Sólo el interior, que a veces es imprescindible, para que no te ahogue, colocar fuera. Ya veremos qué diablos escribo la semana que viene. ¿Voy bien? ¿Voy fatal? ¿Más o menos? Wait and see. Y
cuanto más brillante y excepcional es el hombre, más cerca
está de la hoguera 23 de abril. Diego, mi viejo amigo Diego Diamante, me pregunta que cómo va la novela. Mal, respondo. Va mal, que es lo mejor que le puede pasar a una novela, porque si va bien, como agua saliendo de un grifo en un país civilizado, el autor se relaja, no le hace demasiado caso, empieza a pensar en otras cosas. Así que es mejor que vaya mal. La he impreso, esas 80 páginas escritas en 8 días, y paseo los folios por autobuses, vagones de tren y metro, mesas de cafés antiguos y modernos, el vestuario de la piscina..., cualquier sitio. Ahora parece que va un poco mejor, pero más vale no bajar la guardia; porque el problema es encontrar el tiempo y la concentración: las clases, la vida literaria -que sigue, lo quiera yo o no, la familia..., en suma, la realidad que nunca ha sido demasiado amiga de la ficción. Y me pasa, ya me sucedió en la fiesta de Planeta con motivo de la Feria del Libro el pasado año, que cuando estoy concentrado en la ficción pierdo toda habilidad social. Volvió a sucederme en la presentación del Premio Primavera; no hice ni una foto (aunque llevaba la cámara). Hablé poco y me fui pronto; añorando estar solo, seguir con la exploración o descubrimiento de ese pequeño mundo, la novela, que me estoy inventado y -siempre sucede lo mismo- en tiempo presente me parece lo más importante del mundo. Le
pagan muchísimo dinero por escribir libros, dijo la niña,
repitiendo lo que había oído al niño muerto. Lo
que ninguno de los dos alcanzó a decir fue que a cambio había
de entregar su propia alma 30 de abril. Voy sin la cámara de fotos, ya que en el bolsillo del pantalón o la americana el espacio reservado pra mi pequeña curiosa digital ahora lo ocupan unos folios doblados -los últimos de la novela- que voy leyendo y releyendo y comentando con anotaiones manuscritas. Y me siento un poco culpable por ir sin la cámara de fotos, hasta el punto de haber decidido que a partir de la semana que viene, me siento fuerte, volveré a llevarla (junto a los folios, no creo que les pase nada ni a una ni a los otros); porque por culpa de no llevar mi cámara encima no tengo ni una sola imagen del concierto, vacilón y divertidísimo, que dieron Nacho Fernández y Enrique Mercado en un local tan alucinante como su gestor; me refiero a EL CIRCO DE PULGAS, gestionado por el siempre genial y sorprendente Gonzalo Scarpa, actor, creador, promotor, tío divertido, enredador imparable y un millón de cosas más (o un millón de cosas menos; la gente genial tiene dos características: escasea y no es predecible). No hay fotos del Circo de Pulgas, ni de Enrique Mercado y Nacho, ni de Scarpa. Tampoco de Pedro de Paz con quien compartí jamón, chopitos y cañas el miércoles. Ni siquiera hay fotos del desayuno de prensa convocado por Algaida para presentar la última novela titulada LA NOTICIA de ese peculiar escritor, tan ingeniero de caminos y por lo tanto tan buen constructor de historias, llamado Fernando García Calderón, y mucho menos hay fotos del interior del sex-shop al que me condujo un viejo amigo para comprar una serie de tres regalos (lo siento, oculto nombre y descripción o naturaleza de los regalos) para su última amante; aunque hubiese llevado cámara tampoco habría habido fotos (o quizá sí, una vez que la llevas es fácil sacarla; la cámara, me refiero). Sería absurdo escribir en este diario que empieza a conmoverme el personaje de Jean Claude, porque -aún- nadie sabe quien es Jean Claude, que ya conozco mejor a la protagonista femenina cuyo nombre he cambiado de Mabel (demasiado rockero) por Sara (más bíblico y romántico). De las novelas no se puede contar nada en los diarios. Los diarios, sobre todo uno abierto a la mirada ajena como es éste, deben nutrirse antes de la vida literaria que del misterio íntimo y pequeño de la literatura. Así que -espero- la semana que viene sabré encontrar tiempo y voluntad para volver a incluir algunas fotos. Y mientras tanto: buenos días, buenas tardes, buenas noches, como decía cada mañana Jim Carrey (para las cámaras y sin saberlo) en esa fantástica película titulada EL SHOW DE PUEBLA (o de Truman). No
presté atención a los relámpagos que estallaban
a mi alrededor. Los rayos o están destinados a uno, o no lo están 7 de mayo. Javier Puebla sigue pegado a
su novela, no la suelta ni siquiera cuando se ducha o está nadando;
antes de meterse en el agua relee las últimas líneas de
los folios que lleva doblados en el bolsillo de la camisa o el jaskin
o el pantalón y mientras se enjabona o hace ejercicio mastica
sin prisa las últimas palabras y busca en el plato de su imaginación
otras nuevas, las siguientes, las que harán que continúa
avanzando la historia. Despacio, va despacio. Pero también al
ritmo de la novela, y cuando alguien se encuentra con él es improbable
que no advierta la ausencia de la velocidad que suele caracterizar los
movimientos y las palabras del señor Puebla, como probablemente
podrían atestiguar Escribe ahora Javier Puebla en el modesto aunque agradable
apartamento que posee en la sierra, aprovechando que es por la mañana
(insólito que el señor Puebla escriba por la mañana,
pero ha dejado de fumar, ha dejado todos los vicios, e inesperadamente
necesita dormir menos horas, o quizá necesita dormir las mismas
pero se despierta antes). Es por la mañana y su mujer y el niño
han salido a aprovechar el sol de mayo en el parquecito que hay a menos
de trescientos metros de la ventana del despacho desde donde Puebla
escribe, escribo, cumpliendo con la obligación autoimpuesta de
actualizar cada semana esta web, Javier Puebla oye la puerta de la calle abrirse y cerrarse. El niño y su madre ya están de vuelta. En el momento oportuno: empezaba a ponerse filosófico en exceso, como de Quincey en las primeras y brillantes páginas de EL ASESINATO CONSIDERADO COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES. Mientras el niño come Puebla aprovechará para dar un paseo a ritmo ligero por el campo (esta tarde tiene que regresar a la ciudad) y seguir pensando en su novela, una novela en la que sólo al final habrá paisajes verdes no interrumpidos por hileras de viviendas clónicas y monstruosas, una novela en la que sólo al final habrá alguna flor, o al menos algo parecido. No
es posible treparse de nuevo a la vida, ese irrepetible viaje en diligencia,
una vez llegada a su fin, pero si se tiene un libro en la mano, por
complicado y difícil de entender que sea, cuando se termina de
leer, se puede si se quiere volver al principio, leerlo de nuevo y entender
así qué es lo difícil y, al mismo tiempo, entender
también la vida 14 de mayo. Pensé que me estaba muriendo, pero al parecer -y según me ha explicado hoy un compañero de taquilla del Canoe- lo que me sucede, esa opresión en el pecho, ese palpitar a medio palmo de la nuez, le acontece a media España a causa de lo que llaman "alergia" y que bien podría ser un virus lanzado por los venusianos, porque a mí, que sepa, jamás me había afectado ninguna alergía: no lloro, ni de alegría ni de pena, cuando llega el tiempo de las flores. Pero muriéndome o no..., el espectáculo tiene que continuar. Así que me pasé una mañana por las oficinas que tiene Destino en Madrid, donde Pilar Lucas -bronceada y tan amable como siempre- me pasó un ejemplar del último libro de Antonio Soler, El sueño del caimán, que leeré en breve porque es de letra grande y no demasiadas páginas; los tochos -viviendo en Mad Madrid- dan pereza y es mejor dejárselos para el verano. Y también "rendí visita" a la encantadora y maravillosa conversadora Julia Escobar, que tiene en La Casa de América uno de los despachos más bonitos que he visto en los últimos tiempos (el más bonito que he visto en los últimos tiempos), con un óleo maravilloso pegado al techo. Julia, tuve suerte pues la visitaba al azar y sin previa cita, tuvo la gentileza de enseñarme algunos recovecos y secretos del que fuera uno de los más bellos y sugerentes palacios de Madrid. No tengo fotos porque olvidé la cámara, pero el próximo día -sin falta- la llevaré conmigo. Tampoco tengo fotos de la presentación de MUÑECAS TRAS EL CRISTAL, el último libro del novelista Pedro de Paz en El Bandido Dóblemente Armado, donde me tocó hacer de oficiante de ceremonias (no soy ni la mitad de bueno que Emilio Pascual, que es quien ha presentado -genialmente- mis dos últimos libros pero ... I did my best, porque el libro me había gustado y Pedro de Paz es un tipo estupendo, alguien que cae bien y además escribe bien. La post-presentación estuvo de lo más animado, es lo bueno que tiene El Bandido, al tener el bar pegado a la librería, que después de la euforia de la firma de libros las copitas son el remate perfecto. He interrumpido la escritura de este diario (palabra inadecuada, pero "semanario" suena fatal) para dar mi clase de los jueves. Era el cumpleaños de uno de mis mejores Tripulantes, Javier Vassallo (un escritor que, creo, dará que hablar) y LA MESA DEL CAPITÁN estaba casi desbordada pues no ha fallado ni un solo de mis Tripulantes o alumnos (siempre suele fallar alguien). Mientras daba la clase era consciente, al parecer nadie más lo era porque les he preguntado luego, de que me costaba dirigir el "barco" un poco más de lo habitual, ya que la mayor parte de mi energía se la come la novela que viaja en mis bolsillos, mi mochila, mi cabeza y mi corazón (avanza despacio pero con paso firme y seguro). La semana que viene la realidad -ese mundo en el que cuesta moverse cuando se están anclado en una ficción- empujará con fuerza: tengo dos programas de televisión que grabar, asistir a la presentación de los diez libros que Alianza reedita con motivo del 40 aniversario del Libro de Bolsillo, y algunas cosas más que, por fortuna, están apuntadas en mi agenda (si no lo estuviesen quizá las olvidaría, como se me olvida hasta comer cuando ando perdido en mundos ficticios; lo decía muy bien Soledad Puértolas un día: "Lo bueno es que vives una realidad paralela, lo malo es que te vas de ésta). Son las doce de la noche y aún tengo que escribir mi columna semanal y corregir un relato para Cuadernos Para el Diálogo. No hay fotos. No hay más palabras. Cierro ya. ¿Por
qué odiar a nadie? En realidad lo que pasa es que uno proyecta
un montón de emociones desagradables en una persona, y te encuentras
odiando a alguien o algo Nadie
ES idiota. Es a mí o a ti, a quienes algunos,
muchos, nos parecen idiotas 21 de mayo. Amigo, desconocido: no leas este diario. No lo leas porque -y me pongo tan enfermo que hasta tengo que confesarlo- en él no puedo decir la verdad. Nada puedo contar de los momentos más importantes, para mí, de esta semana; o por su intimidad, o porque también afectan a otros, o porque hacerlos públicos los ahogaría. Estoy tan acostumbrado a que un diario "sea el lugar donde escribo lo que me sale de la real gana" que me duele, pone enfermo como he dicho más arriba, tener que "tirarme de las riendas". Aunque -soy optimista- quizá con ello gane la literatura; así que, cambiando de opinión y soplando a la pelota de tenis para que caiga -como en Match Point, de Woody Allen- en el lado bueno de la pista, y ya que has llegado hasta aquí... sigue leyendo, porque ha sido una semana extraordinariamente divertida a pesar de su brevedad: comenzó el martes. Y ya el martes por la mañana, y en la divina cafetería de El Círculo de Bellas Artes, Fernando Sánchez-Dragó nos reunió para grabar Las Noches Blancas, a Santiago, Conde de Tamarón, Luis Alberto de Cuenca, Julia Escobar y Rafael Reig; casi nunca veo los programas en los que intervengo, como casi nunca leo mi diario (el de verdad, el que llevo en el bolsillo), porque ya me los sé, ya he estado allí; pero en el caso del programa grabado el pasado martes sí que puse la tele por la noche, se emitía ese mismo día, y me quedé boquiabierto de la iluminación excelente, dificilísima (sé de lo que hablo, tengo dos largos e infinitos cortos), que consiguió el realizador del programa, de quien sólo sé que se llama Antón o Antonio. Cuando acabamos de grabar me fui con Rafa Reig y Arancha, la ayudante de Dragó, a tomar cervezas a Malasaña; y confieso que me sorprendió Rafael Reig, mutándose a medida que bebía vasos de cerveza. Al principio, durante la grabación del programa, Rafa era todo inteligencia, inteligencia traviesa; pero a medida que avanzaba el cerveceo (supongo que la palabra no existe) su conversación comenzó a virar de traviesa a aviesa, y no pude evitar pensar que su libro, que aún no he leído pero del que oí comentar de largo durante la grabación, Manual de Literatura para caníbales, era "salsa roja", cotilleo literario en el que alegremente se derrama tinta roja que parece sangre sin serlo. Me había levantado muy temprano para mis hábitos y no tenía ganas de ver mi propia sangre, aunque fuese de tinta, ensuciando el suelo del bonito bar al que me llevaron; así que hice mutis tan pronto como pude y me fui a nadar: el agua, ya se sabe, todo lo limpia, apaga, disuelve. Pero tengo ganas de un nuevo encuentro con Reig; preferiblemente de noche, le llamaré en cuanto tenga un hueco. El miércoles estuve paseando horas y horas por el
centro de la ciudad; disfrutando del calor; el calor seco de Madrid,
Por la tarde, tras escribir mi artículo semanal y
preparar el programa para un máster al que he sido invitado como
profesor, capitanée el segundo
No hay congoja sin consuelo. Los necios lo tienen en ser felices. 28 de mayo. Sin duda, y socialmente, vita-literariamente,
el día clave de la semana es el miércoles, pues había
sido invitado -gentileza de la divina Ana Gavín- a la comida
ofrecida por Planeta a la presentación de MUERTES PARALELAS,
el libro con el que Fernando Sánchez-Dragó ha ganado el
Premio de Novela Fernando Lara de este año. Se celebraba en el
Hotel Intercontinental, de la Castellana, y aunque era a las dos llegué
justo a tiempo y a bordo de un taxi (y de repente no llevaba dinero
para pagarlo, y el taxita quería llevarme a recorrer todos los
cajeros de Madrid cuando, aún no entiendo como, aparecieron veinte
euros pegados a la parte de atrás de uno de mis cuentos tarjeta
de visita; magia pura, juro que nunca pego dinero a mis microrrelatos:
puedo regalarlos pero sería pasarse ponerles un billetito por
detrás para hacerlos más atactivos). Ya en el hotel pregunto
a un tipo joven, delgado y apresurado como yo mismo, si sabe donde está
el salón donde ha de celebrarse el almuerzo. No tiene ni idea.
Quince minutos después le vuelvo a ver. Es Alejandro, el hijo
mayor de Dragó, y uno de mis mas queridos amigos en la época
de Disidencias; junto a un chaval pelirrojo y alto, de nariz romana,
llamado Luis, eramos el trío calavera de Diario16, los que más
nos divertíamos y encantados estábamos de formar parte
de la redacción del periódico; llevábamos sin vernos
más de veinte años (tantos como tenía él
en la época) pero la sintonía se recuperó de modo
inmediato. No,
no me gusta el trabajo. Prefiero holgazanear mientras pienso en todas
las cosas buenas que podrían hacerse. No me gusta el trabajo,
a nadie le gusta, pero me gusta lo que hay en el trabajo; la oportunidad
de encontrarse a uno mismo. 4 de junio. A mí tampoco me gusta el trabajo, suscribo al cien por cien la frase de Mister Conrad. Pero más que holgazanear pensado en las cosas buenas que podrían hacerse me gusta gastar energía en actos inútiles, quizá artísticos o quizá no, pero sí intima y personalmente divertidos. A ello me permití dedicarme el pasado lunes, nueve cuarenta y cinco minutos de la noche. Javier Puebla llega al Retiro, al Paseo de Coches donde se celebra la Fiera del Libro con cinco ejemplares de Sonríe Delgado que le ha pedido un librero que está convencido que Sonríe Delgado es la mejor novela negra que jamás se ha escrito en español y que acabará convirtiéndose, tiempo al tiempo, en un libro de culto. Pero..., la Fiera cierra sus fauces a las nueve y media. Todas las bocas de las casetas cerradas cuando llegó Javier Puebla con sus cinco libros bajo el brazo y el convencimiento de que -estamos en España- nadie echaría el cierre antes de las diez. Y fue entonces cuando decidí ponerme a jugar; un book-crossing. Hace meses que deseaba hacerlo, incluso había planeado (en la línea que Conrad apunta cuando dice lo "las buenas cosas que podrían hacerse") liberar cuarenta y ocho libros el día de mi cuarenta y ocho cumpleaños. No serían cuarenta y ocho pero sí serían cinco. Numerados y dedicados a la persona que se los encontrase.
El primer libro lo "convertí" en una cocacola, abandonado, con la correspondiente dedicatoria en la bandeja donde, tras ajetreado descenso, caen las rojas latas llenas de burbujas y fórmulas secretas. El segundo en la mesa de un bar desierto donde un trío hablaba fatal de Juan José Millás, que naturalmente estaba ausente (me permití afearles la conducta, ganándose, supongo, tres pequeños -o grandes o medianos- enemigos más, para la colección). El tercero lo transformé en "dinero", colocándolo en un solitario cajero automático (un par de guardias se acercaron a mirarme con cara de pocos amigos mientras escribía la dedicatoria para el lector desconocido, colocaba el libro y lo fotografiaba repetidas veces, hasta conseguir el efecto que intuía y buscaba. El cuarto libro lo dejé apoyado en el tronco de un árbol. Y el quinto, fue la colocación más genial, la que me hizo bailar de la risa, lo dejé convertido en ático de una torre, coronando una TORRE DE BABEL .....IAS. Ningún libro, a pesar de que la Fiera estaba dormida, duró más de diez minutos; todos ellos, y me congratulo, enseguida encontraron el posible lector, o al menos propietario, para el que estaban predestinados. Salí del Parque de Fieras, del Parque del Retiro cuando ya el cielo empezaba a perder sus últimos azules, y cuando iba a cruzar la puerta que me llevaría al exterior apareció ante mí, majestuosa, bellísima, construida en un solo idioma, la Torre del Retiro, y como llevaba la cámara preparada busqué un encuadre adecuado y me llevé la imagen como cierre para el primer día en el diarioweb de esta "libresca" semana. Está mal que sea yo quien lo diga, y quizá aquí, por la reducción de pixels no se aprecie, es una foto preciosa; en mi descargo diré que las fotos no las hago yo, no las hace Javier Puebla, ese que llegó a la Feria del libro pensando que cerraba a las diez y se la encontró dormida, sino uno de mis heterónimos, un tipo de gorra de beisbol permanente, ojos de águila y de nombre Daniel Fénix. Suya es la foto, y la responsabilidad de la misma.. El martes tenía clase, y además estuve un montón de horas preparando nuevas tarjetas-cuento, o cuentos para ser impresos en tarjeta de visita, para regalar a quien me fuese apeteciendo el sábado día que -aún no me lo habían comunicado- me tocaba firmar en la caseta del distribuidor de Ediciones Amargord. Creo que a la feria no regresé hasta el viernes. Había quedado con Enrique Redel, el "editor de raza" como le llamé en mi columna de hace un par de semanas; y al día siguiente, el sábado, y por primera vez en la historia de Redel y de su editorial, el Funambulista, un libro suyo, Porque Nos Gustan Las Mujeres, apareció en el Top Ten de los más vendidos del diario ABC (debería hacerme pitoniso, ganaría un montón de dinero, o al menos más dinero que con la literatura, aunque como adivino una vez tuve la certeza absoluta -y lo escribí, y lo guardo- que uno de mis personajes, aún prácticamente inédito (estoy con la segunda novela y la primera se publicará, espero, muy pronto), me haría rico (aunque para mí ser rico no debería ser muy complicado, con un par de milloncitos de euros me consideraría como tal). El sábado vendí once libros en la caseta 330 de la Feria, y conocí a Consuelo, la distribuidora de Amargord, y a su chico, el encantador Eduardo (encantador a pesar de ser banquero; aunque bien pensado conozco más banqueros encantadores que políticos honrados, por ejemplo). Y el domingo..., hacía tanto calor. Me encontré con Achero Mañas en la pisci y dos horas después con su hermano Federico (acompañado de Rodrigo, su hijo de seis meses) en la Fiera. Mi ida era avanzar en el reportaje caprichoso que estoy haciendo para quien quiera comprarlo, quizá sólo para esta web, con imágenes insólitas, encuadres diferentes, de los Feriantes (feriantes del libro); pero hacía demasiado calor, me había dado un golpe en la mano al salir de la piscina (el ejercicio no siempre es saludable) y me dolía la muñeca al sostener la cámara, así que me conformé con un par de imágenes antes de quitarme la gorra negra que me sirve para convertirme o transformarme en Daniel Fénix y caminé hasta Cavanilles Street donde cogí un autobús que me dejó en la puerta de mi solitaria casa; mi chica y el cachorro estaban pasando la tarde en casa de los primos. Abrí el ordenador, el programa donde escribo este diario y me puse a teclear las palabras que ahora - en otro caso no existirían- está leyendo alguien; alquien que quizá conozco o quzá no, pero que, en cualquier caso, no es "yo mismo". |