Javier Puebla, diario web:
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AÑO 2006 -La literatura-
(2º trimestre, 2006)

Cuando puede pasar cualquier cosa nada tiene importancia
Ian MacEwan, SÁBADO

16 de abril. Me he permitido una semana sin actualizar este diario, y ocho días de hoganza 80 FOLIOS DE NUEVA Y DIFÍCIL NOVELA escapado en la tranquila, casi aburrida, sierra madrileña. Tenía bastante razón Marsé con aquella frase respecto al último Planeta sobre que nada tiene que ver la vida literaria con la literatura, aunque desde luego su frase pertenecía a la vida literaria y no a la literatura. No me gustaría estar casado con una novelista, ni que mi padre mi madre mi hermano mi hijo o mi perro (no tengo) fuesen novelistas; son seres obsesionados por mantener una ficción en su cabeza y se esconden, apartan y defienden de la realidad con todos los medios a su alcance. Los ochenta folios serán para tirar, en su mayoría, pero me han servido para dibujar los personajes, buscar los tonos y comprender la novela en su conjunto: soy incapaz, de momento, de hacer un esquema a partir de nada, en el aire, sobre el que construir un edificio de doscientas o trescientas páginas. Primero tengo que comenzar a construirlo, y luego alejarme, observarlo con perspectiva, y volver a empezar. No sé si podré ponerme a construir; la vida literaria volverá a reclamarme a partir de mañana o pasado; ya he regresaso a Madrid, se acerca la Feria, me llaman de una editorial, me llaman de otra editorial, me mandan una encuesta, en las felicitaciones de cumple (fue el 14, día de la República) había varios submarinos con propuestas e incitaciones. Pero a pesar de que he escrito una media de 6 horas diarias los ocho días que he estado fuera hoy tengo la sensación de que he estado de vacaciones, y lo he estado: de vacaciones de mí mismo, de ese Javier Puebla que sonríe, limpiamente, y que apenas escribe pues está ocupado en otras mil pequeñas cosas, desde esta web hasta las columnas, los cuentos -cada vez mejores- de sus alumnos, llevar al niño a la guarde, hacer la compra o ... ¿qué se yo? mil cosas. Pero voy a intentarlo. Voy a intentar que este trimestre sea para la literatura y no para la vida literaria; dudo que lo consiga pero el intento, por lo menos, no me lo podrá negar nadie.

Esta semana no hay fotos, no hay fiestas, no hay mundo exterior. Sólo el interior, que a veces es imprescindible, para que no te ahogue, colocar fuera. Ya veremos qué diablos escribo la semana que viene. ¿Voy bien? ¿Voy fatal? ¿Más o menos? Wait and see.

Y cuanto más brillante y excepcional es el hombre, más cerca está de la hoguera
Nabokov, EL ARTE DE LA LITERATURA Y EL SENTIDO COMÚN

23 de abril. Diego, mi viejo amigo Diego Diamante, me pregunta que cómo va la novela. Mal, respondo. Va mal, que es lo mejor que le puede pasar a una novela, porque si va bien, como agua saliendo de un grifo en un país civilizado, el autor se relaja, no le hace demasiado caso, empieza a pensar en otras cosas. Así que es mejor que vaya mal. La he impreso, esas 80 páginas escritas en 8 días, y paseo los folios por autobuses, vagones de tren y metro, mesas de cafés antiguos y modernos, el vestuario de la piscina..., cualquier sitio. Ahora parece que va un poco mejor, pero más vale no bajar la guardia; porque el problema es encontrar el tiempo y la concentración: las clases, la vida literaria -que sigue, lo quiera yo o no, la familia..., en suma, la realidad que nunca ha sido demasiado amiga de la ficción. Y me pasa, ya me sucedió en la fiesta de Planeta con motivo de la Feria del Libro el pasado año, que cuando estoy concentrado en la ficción pierdo toda habilidad social. Volvió a sucederme en la presentación del Premio Primavera; no hice ni una foto (aunque llevaba la cámara). Hablé poco y me fui pronto; añorando estar solo, seguir con la exploración o descubrimiento de ese pequeño mundo, la novela, que me estoy inventado y -siempre sucede lo mismo- en tiempo presente me parece lo más importante del mundo.

Le pagan muchísimo dinero por escribir libros, dijo la niña, repitiendo lo que había oído al niño muerto. Lo que ninguno de los dos alcanzó a decir fue que a cambio había de entregar su propia alma
J.M. Coetzee., El Maestro de Petersburgo (última página)

30 de abril. Voy sin la cámara de fotos, ya que en el bolsillo del pantalón o la americana el espacio reservado pra mi pequeña curiosa digital ahora lo ocupan unos folios doblados -los últimos de la novela- que voy leyendo y releyendo y comentando con anotaiones manuscritas. Y me siento un poco culpable por ir sin la cámara de fotos, hasta el punto de haber decidido que a partir de la semana que viene, me siento fuerte, volveré a llevarla (junto a los folios, no creo que les pase nada ni a una ni a los otros); porque por culpa de no llevar mi cámara encima no tengo ni una sola imagen del concierto, vacilón y divertidísimo, que dieron Nacho Fernández y Enrique Mercado en un local tan alucinante como su gestor; me refiero a EL CIRCO DE PULGAS, gestionado por el siempre genial y sorprendente Gonzalo Scarpa, actor, creador, promotor, tío divertido, enredador imparable y un millón de cosas más (o un millón de cosas menos; la gente genial tiene dos características: escasea y no es predecible). No hay fotos del Circo de Pulgas, ni de Enrique Mercado y Nacho, ni de Scarpa. Tampoco de Pedro de Paz con quien compartí jamón, chopitos y cañas el miércoles. Ni siquiera hay fotos del desayuno de prensa convocado por Algaida para presentar la última novela titulada LA NOTICIA de ese peculiar escritor, tan ingeniero de caminos y por lo tanto tan buen constructor de historias, llamado Fernando García Calderón, y mucho menos hay fotos del interior del sex-shop al que me condujo un viejo amigo para comprar una serie de tres regalos (lo siento, oculto nombre y descripción o naturaleza de los regalos) para su última amante; aunque hubiese llevado cámara tampoco habría habido fotos (o quizá sí, una vez que la llevas es fácil sacarla; la cámara, me refiero). Sería absurdo escribir en este diario que empieza a conmoverme el personaje de Jean Claude, porque -aún- nadie sabe quien es Jean Claude, que ya conozco mejor a la protagonista femenina cuyo nombre he cambiado de Mabel (demasiado rockero) por Sara (más bíblico y romántico). De las novelas no se puede contar nada en los diarios. Los diarios, sobre todo uno abierto a la mirada ajena como es éste, deben nutrirse antes de la vida literaria que del misterio íntimo y pequeño de la literatura. Así que -espero- la semana que viene sabré encontrar tiempo y voluntad para volver a incluir algunas fotos. Y mientras tanto: buenos días, buenas tardes, buenas noches, como decía cada mañana Jim Carrey (para las cámaras y sin saberlo) en esa fantástica película titulada EL SHOW DE PUEBLA (o de Truman).

No presté atención a los relámpagos que estallaban a mi alrededor. Los rayos o están destinados a uno, o no lo están
Salinger, NUEVE CUENTOS (Para Esmé, con amor y sordidez)

7 de mayo. Javier Puebla sigue pegado a su novela, no la suelta ni siquiera cuando se ducha o está nadando; antes de meterse en el agua relee las últimas líneas de los folios que lleva doblados en el bolsillo de la camisa o el jaskin o el pantalón y mientras se enjabona o hace ejercicio mastica sin prisa las últimas palabras y busca en el plato de su imaginación otras nuevas, las siguientes, las que harán que continúa avanzando la historia. Despacio, va despacio. Pero también al ritmo de la novela, y cuando alguien se encuentra con él es improbable que no advierta la ausencia de la velocidad que suele caracterizar los movimientos y las palabras del señor Puebla, como probablemente podrían atestiguar Enrique Redel, Diego Pita, Fernando Marías o Julio Espinosa -con todos ellos coincidió Puebla con motivo de la presentación del libro de de Leonardo Valencia en el Bandido Dóblemente Armado (más detalles, en particular sobre Enrique Redel, cuya foto de la izquierda está evidentemente retocada por el artista Dániel Fénix, en la columna de la semana: Editor de Raza). Es curiosa la coincidencia porque justo en una semana, el próximo miércoles 10, Puebla oficiará de presentador de un libro que le ha gustado, Muñecas Tras El Cristal, de Pedro de Paz, en el mismo lugar donde el miércoles 3 acude a ver a su viejo amigo Enrique Redel, el bar-librería situado en la calle Apodaca y con nombre de novela: El bandido dóblemente armado, dóblemente citado esta semana y en este diario. Y también la semana que viene acudirá quien fue finalista del premio Nadal en el año 4 del presente milenio a ver a la jefe de prensa de Destino, Pilar Lucas; es ella quien le ha llamado -una jugada de billar en la que el taco lo mueve Fernando Sánchez-Dragó- para informarle que tiene a su disposición los libros solicitados por Arancha, la secretaria de Fernando, y que Javier leerá antes de comentarlos en alguno de los programas de Las Noches Blancas que se emitirán de aquí a finales de junio. Le apetece a Javier Puebla volver a ver a Pilar Lucas, fue ella quien orquestó la campaña promocional con motivo del Nadal; le apetece verla, sobre todo, porque el tal Javier Puebla es un sentimental.

Escribe ahora Javier Puebla en el modesto aunque agradable apartamento que posee en la sierra, aprovechando que es por la mañana (insólito que el señor Puebla escriba por la mañana, pero ha dejado de fumar, ha dejado todos los vicios, e inesperadamente necesita dormir menos horas, o quizá necesita dormir las mismas pero se despierta antes). Es por la mañana y su mujer y el niño han salido a aprovechar el sol de mayo en el parquecito que hay a menos de trescientos metros de la ventana del despacho desde donde Puebla escribe, escribo, cumpliendo con la obligación autoimpuesta de actualizar cada semana esta web, y todavía resuenan en mis oídos las terribles, apocalípticas palabras, de mi muy querido amigo Rojo Lago (en la imagen, tratada por Fénix y virada al rojo en honor a a mi colega, el día de nuestro reencuentro) : "Yo he sacrificado mi talento, pero tú has sacrificado tu vida, eres el único, absolutamente el único, no conozco a nadie más". Y la frase duele porque es tan brutal como cierta, tanto en su caso como en el mío. Si él hubiese hecho lo que yo, abandonarlo todo para escribir, es probable que el Nadal de este año en lugar de ganarlo su hermano Eduardo lo hubiese ganado él; y si yo no hubiese abandonado todo para escribir ahora quizá en lugar de un modesto apartamento sería propietario de un agradable chalet, conocería un par de países más como mínimo (en mi calidad de Agregado Comercial) y no tendría que preocuparme nunca del precio de las cosas, ni privarme de hasta el más inofensivo de los caprichos. Pero si ambos hubiésemos seguido el otro camino habríamos tenido que abandonar, desconocer incluso, aquel por el que estamos avanzando. Desde un punto de vista pesimista la vida y el talento se desperdician siempre, porque pasan y se van. Aunque mirado desde el otro lado -mi antónimo- la vida y el talento se aprovechan siempre, porque son como el cauce y el agua que corre dentro del mismo: lo único que tenemos y conscientemente o no, jamás dejamos, ni la vida ni el talento, sin utilizar.

Javier Puebla oye la puerta de la calle abrirse y cerrarse. El niño y su madre ya están de vuelta. En el momento oportuno: empezaba a ponerse filosófico en exceso, como de Quincey en las primeras y brillantes páginas de EL ASESINATO CONSIDERADO COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES. Mientras el niño come Puebla aprovechará para dar un paseo a ritmo ligero por el campo (esta tarde tiene que regresar a la ciudad) y seguir pensando en su novela, una novela en la que sólo al final habrá paisajes verdes no interrumpidos por hileras de viviendas clónicas y monstruosas, una novela en la que sólo al final habrá alguna flor, o al menos algo parecido.

No es posible treparse de nuevo a la vida, ese irrepetible viaje en diligencia, una vez llegada a su fin, pero si se tiene un libro en la mano, por complicado y difícil de entender que sea, cuando se termina de leer, se puede si se quiere volver al principio, leerlo de nuevo y entender así qué es lo difícil y, al mismo tiempo, entender también la vida
Orhan Pamuk, EL CASTILLO BLANCO

14 de mayo. Pensé que me estaba muriendo, pero al parecer -y según me ha explicado hoy un compañero de taquilla del Canoe- lo que me sucede, esa opresión en el pecho, ese palpitar a medio palmo de la nuez, le acontece a media España a causa de lo que llaman "alergia" y que bien podría ser un virus lanzado por los venusianos, porque a mí, que sepa, jamás me había afectado ninguna alergía: no lloro, ni de alegría ni de pena, cuando llega el tiempo de las flores. Pero muriéndome o no..., el espectáculo tiene que continuar. Así que me pasé una mañana por las oficinas que tiene Destino en Madrid, donde Pilar Lucas -bronceada y tan amable como siempre- me pasó un ejemplar del último libro de Antonio Soler, El sueño del caimán, que leeré en breve porque es de letra grande y no demasiadas páginas; los tochos -viviendo en Mad Madrid- dan pereza y es mejor dejárselos para el verano. Y también "rendí visita" a la encantadora y maravillosa conversadora Julia Escobar, que tiene en La Casa de América uno de los despachos más bonitos que he visto en los últimos tiempos (el más bonito que he visto en los últimos tiempos), con un óleo maravilloso pegado al techo. Julia, tuve suerte pues la visitaba al azar y sin previa cita, tuvo la gentileza de enseñarme algunos recovecos y secretos del que fuera uno de los más bellos y sugerentes palacios de Madrid. No tengo fotos porque olvidé la cámara, pero el próximo día -sin falta- la llevaré conmigo.

Tampoco tengo fotos de la presentación de MUÑECAS TRAS EL CRISTAL, el último libro del novelista Pedro de Paz en El Bandido Dóblemente Armado, donde me tocó hacer de oficiante de ceremonias (no soy ni la mitad de bueno que Emilio Pascual, que es quien ha presentado -genialmente- mis dos últimos libros pero ... I did my best, porque el libro me había gustado y Pedro de Paz es un tipo estupendo, alguien que cae bien y además escribe bien. La post-presentación estuvo de lo más animado, es lo bueno que tiene El Bandido, al tener el bar pegado a la librería, que después de la euforia de la firma de libros las copitas son el remate perfecto.

He interrumpido la escritura de este diario (palabra inadecuada, pero "semanario" suena fatal) para dar mi clase de los jueves. Era el cumpleaños de uno de mis mejores Tripulantes, Javier Vassallo (un escritor que, creo, dará que hablar) y LA MESA DEL CAPITÁN estaba casi desbordada pues no ha fallado ni un solo de mis Tripulantes o alumnos (siempre suele fallar alguien). Mientras daba la clase era consciente, al parecer nadie más lo era porque les he preguntado luego, de que me costaba dirigir el "barco" un poco más de lo habitual, ya que la mayor parte de mi energía se la come la novela que viaja en mis bolsillos, mi mochila, mi cabeza y mi corazón (avanza despacio pero con paso firme y seguro). La semana que viene la realidad -ese mundo en el que cuesta moverse cuando se están anclado en una ficción- empujará con fuerza: tengo dos programas de televisión que grabar, asistir a la presentación de los diez libros que Alianza reedita con motivo del 40 aniversario del Libro de Bolsillo, y algunas cosas más que, por fortuna, están apuntadas en mi agenda (si no lo estuviesen quizá las olvidaría, como se me olvida hasta comer cuando ando perdido en mundos ficticios; lo decía muy bien Soledad Puértolas un día: "Lo bueno es que vives una realidad paralela, lo malo es que te vas de ésta). Son las doce de la noche y aún tengo que escribir mi columna semanal y corregir un relato para Cuadernos Para el Diálogo. No hay fotos. No hay más palabras. Cierro ya.

¿Por qué odiar a nadie? En realidad lo que pasa es que uno proyecta un montón de emociones desagradables en una persona, y te encuentras odiando a alguien o algo
Patricia Highsmith, EL TEMBLOR DE LA FALSIFICACIÓN

Nadie ES idiota. Es a o a ti, a quienes algunos, muchos, nos parecen idiotas
Alberto Delgado, SOSIEGO (antilibro)

21 de mayo. Amigo, desconocido: no leas este diario. No lo leas porque -y me pongo tan enfermo que hasta tengo que confesarlo- en él no puedo decir la verdad. Nada puedo contar de los momentos más importantes, para mí, de esta semana; o por su intimidad, o porque también afectan a otros, o porque hacerlos públicos los ahogaría. Estoy tan acostumbrado a que un diario "sea el lugar donde escribo lo que me sale de la real gana" que me duele, pone enfermo como he dicho más arriba, tener que "tirarme de las riendas". Aunque -soy optimista- quizá con ello gane la literatura; así que, cambiando de opinión y soplando a la pelota de tenis para que caiga -como en Match Point, de Woody Allen- en el lado bueno de la pista, y ya que has llegado hasta aquí... sigue leyendo, porque ha sido una semana extraordinariamente divertida a pesar de su brevedad: comenzó el martes. Y ya el martes por la mañana, y en la divina cafetería de El Círculo de Bellas Artes, Fernando Sánchez-Dragó nos reunió para grabar Las Noches Blancas, a Santiago, Conde de Tamarón, Luis Alberto de Cuenca, Julia Escobar y Rafael Reig; casi nunca veo los programas en los que intervengo, como casi nunca leo mi diario (el de verdad, el que llevo en el bolsillo), porque ya me los sé, ya he estado allí; pero en el caso del programa grabado el pasado martes sí que puse la tele por la noche, se emitía ese mismo día, y me quedé boquiabierto de la iluminación excelente, dificilísima (sé de lo que hablo, tengo dos largos e infinitos cortos), que consiguió el realizador del programa, de quien sólo sé que se llama Antón o Antonio. Cuando acabamos de grabar me fui con Rafa Reig y Arancha, la ayudante de Dragó, a tomar cervezas a Malasaña; y confieso que me sorprendió Rafael Reig, mutándose a medida que bebía vasos de cerveza. Al principio, durante la grabación del programa, Rafa era todo inteligencia, inteligencia traviesa; pero a medida que avanzaba el cerveceo (supongo que la palabra no existe) su conversación comenzó a virar de traviesa a aviesa, y no pude evitar pensar que su libro, que aún no he leído pero del que oí comentar de largo durante la grabación, Manual de Literatura para caníbales, era "salsa roja", cotilleo literario en el que alegremente se derrama tinta roja que parece sangre sin serlo. Me había levantado muy temprano para mis hábitos y no tenía ganas de ver mi propia sangre, aunque fuese de tinta, ensuciando el suelo del bonito bar al que me llevaron; así que hice mutis tan pronto como pude y me fui a nadar: el agua, ya se sabe, todo lo limpia, apaga, disuelve. Pero tengo ganas de un nuevo encuentro con Reig; preferiblemente de noche, le llamaré en cuanto tenga un hueco.

El miércoles estuve paseando horas y horas por el centro de la ciudad; disfrutando del calor; el calor seco de Madrid, tan grato para aquellos que conocemos y hemos sufrido el calor con una humedad superior al noventa y cinco por ciento. Y el jueves, el jueves estuvo animado, y además conseguí acordarme de llevar la cámara de fotos (cuando ando perdido en novelas, como es el caso, añoro las imágenes). El jueves, y como periodista, estaba convocado en un hotel de la Gran Vía para celebrar el 40 aniversario de Alianza Bolsillo (vease columna: Libros con magia) y aproveché para hacerle un retrato a uno de los variados y siempre eficientes (saben seleccionar al personal en el grupo Anaya) encargados de prensa: Raúl (en la imagen de la izquierda). Me gusta especialmente de estas crónicas algo falseadas la posibilidad de retratar, desvelar para el público, a los "cocineros", a aquellos que se mueven tras las bambalinas y hacen posible que el mundo literario, la vida literaria, siga funcionando; un escritor sólo nada puede, ni un editor solo, ni un librero o un lector; y son ellos, gente como Raul o Ana Kuntz o Arancha Salama, los que hacen posible que todas las piezas se unan y los engranajes funcionen.

Por la tarde, tras escribir mi artículo semanal y preparar el programa para un máster al que he sido invitado como profesor, capitanée el segundo de mis barcos imaginarios, el avanzado, y como casi siempre me quedé boquiabierto, sorprendido, de los cuentazos que ya escriben mis alumnos; muchos de ellos, la mayoría, no habían cogido la pluma jamás antes de comenzar a "navegar" conmigo. Pero lo bueno del día comenzó por la noche. Y comenzó novelescamente, pues tuve que interrumpir la clase a las nueve, suele durar hasta las diez, porque un taxi de Telemadrid me esperaba en la puerta para llevarme a la Ciudad de la Imagen (imagino que a mis Tripulantes les divierte tener un capi que hasta sale en la tele, aunque sea a la una de la noche; todos me despidieron encantados, aunque -ahora que lo pienso- tal vez el encantamiento venía de librarse de mí para ir a tomar cañas una hora antes, porque además era el cumpleaños de Cecilia Denis, famosa por su generosidad y energía organizando fiestas varias). Ya en Telemadrid me encontré en la puerta con el que iba a ser el protagonista del programa, autor de un libro fantástico, brutal y de triste título: HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO, Enrique Meneses, y allí mismo le tiré la instantánea que figura a la derecha, porque la chica de seguridad de la puerta no estaba por la labor de dejarme entrar con la cámara en los platós sin el permiso correspondiente del servicio de prensa: las normas son las normas (al final, como era un encanto, y sabía a quien debía llamar, me consiguió un permiso y pude fotografiar al editor del libro, Eduardo Riestra, hermano de mi amiga y admirada Blanca Riestra (acutalmente directora del Cervantes de Alburquerque), y responsable de una colección de libros, Las Ediciones del Viento, preciosa; Fernando S.D. confesó que entre sus veinte favoritos siempre había cuatro o cinco editados por Riestra. A la tertulia, que acabó a las doce de la noche, cuando empiezo a estar despierto y con ganas de encontrarme con Rafael Reig para desafiarle a lengua y espada, a ver quien es más mortal y agudo, acudió también, y era la segunda vez que le encontraba en la breve pero intensa semana, el Marqués de Tamarón, que en tiempos fue embajador de España en Mauritania (muchos años después yo fui el Agregado Comercial de España en ese país) y que amén de un caballero es excelente conversador y te "ganando" a medida que le conoces (tuve que fotografiarle en diagonal porque mide casi dos metros, y en mi pequeña cámara no cabía. Cierro con él, y su habitual elegancia, este diario o más bien semanario, que ha empezado con golpes de pecho y acaba, así es la vida (al menos la mía) con una sonrisa larga, diagonal, y divertida.

 

No hay congoja sin consuelo. Los necios lo tienen en ser felices.
Baltasar Gracián, El Arte de la Prudencia

28 de mayo. Sin duda, y socialmente, vita-literariamente, el día clave de la semana es el miércoles, pues había sido invitado -gentileza de la divina Ana Gavín- a la comida ofrecida por Planeta a la presentación de MUERTES PARALELAS, el libro con el que Fernando Sánchez-Dragó ha ganado el Premio de Novela Fernando Lara de este año. Se celebraba en el Hotel Intercontinental, de la Castellana, y aunque era a las dos llegué justo a tiempo y a bordo de un taxi (y de repente no llevaba dinero para pagarlo, y el taxita quería llevarme a recorrer todos los cajeros de Madrid cuando, aún no entiendo como, aparecieron veinte euros pegados a la parte de atrás de uno de mis cuentos tarjeta de visita; magia pura, juro que nunca pego dinero a mis microrrelatos: puedo regalarlos pero sería pasarse ponerles un billetito por detrás para hacerlos más atactivos). Ya en el hotel pregunto a un tipo joven, delgado y apresurado como yo mismo, si sabe donde está el salón donde ha de celebrarse el almuerzo. No tiene ni idea. Quince minutos después le vuelvo a ver. Es Alejandro, el hijo mayor de Dragó, y uno de mis mas queridos amigos en la época de Disidencias; junto a un chaval pelirrojo y alto, de nariz romana, llamado Luis, eramos el trío calavera de Diario16, los que más nos divertíamos y encantados estábamos de formar parte de la redacción del periódico; llevábamos sin vernos más de veinte años (tantos como tenía él en la época) pero la sintonía se recuperó de modo inmediato.
-Tú siempre decías que te ibas a dedicar a escribir y sólo a escribir por encima de todas las cosas. Y lo has conseguido.
No es la primera vez que me lo dicen, precisamente en los últimos días. La semana pasada me encontré con una amiga, Elvia, que ahora es profesora en Salamanca, y me dijo prácticamente lo mismo. Al parecer siempre he sido un cabezota y algo pelma en mis convicciones, y ni siquiera era consciente de ello. Pero volviendo a Alejandro, a su mirada sonriente que en absoluto ha variado con el paso de los años, fue una auténtica alegría -personal, inútil, íntima- volver a encontrarlo.
Había mucha más gente conocida, y a la que aprecio (una vez me olvidé la cámara de fotos, tendré que conseguirme un móvil con el dispositivo incorporado) como David Gistau, el ingenioso y aristocráticamente plebeyo Marqués de Tamarón, Julia Escobar, Javier Esteban, Joaquín Arnaíz, Paco Barrena, Juan Lucio...., personajes de mi vida literaria adolescente o de mi vida literaria actual. Y estuve sentado junto al tío de uno de mis mejores amigos de adolescencia, Juanma Olaizola, a quien en mi despiste reconocí como tío de Juanma pero no como al ganador del Planeta con LA GUERRA DEL GENERAL ESCOBAR; un conversador delicioso. A mi izquierda estaba sentado el editor de moda, Ricardo Artola. Mucha gente, en suma. Pero lo mejor de la velada fue el discurso de Dragó, que se emocionó al hablar de la historia, pedazo de libro de más de seiscientas páginas que ahora tengo entre mis manos y seguiré leyendo esta noche, en el que desvela las circunstancias de la muerte de su padre (nació huérfano; no lo sabía; me rompió el alma enterarme), el esfuerzo de su madre sola y el colofón de la historia que es su propia vida. Dragó, Fernando, se emocionó dos veces, se le rompió la voz; y eso es algo insólito en alguien acostumbrado a hablar en público, tan acostumbrado como él. Quizá fue porque su familia ocupaba dos de la docena de mesas destinadas a lso comensales, y Fernando sabía que ellos "sabían".
Con la perspectiva de tres días creo que fue, ante todo, "una comida sentimental"; y no sólo para Dragó, sino para muchos de los que estábamos allí.
La semana ha tenido otros saltos, muchos largos en la piscina del Canoe, dos clases maravillosas con mis alumnos-tripulantes (el momento álgo fue cuando el texto de uno de ellos, de Pura Fernández, me recordó a Baudelaire, y busqué el Spleen de París, lo leí en voz alta..., y tuve que disculparme por Baudelaire, porque -palabra- "no estaba a la altura" de los relatos de mis alumnos). Todos se rieron mucho, pero personalmente me sentí un poco mal, porque admiro de modo especial a Baudelaire, y quizá fue culpa mía, elegí mal el relato, que no brillase por encima de prosistas actuales y con mucha menos experiencia que él. Y por lo demás: con los dedos pegados a los folios en los que voy imprimiendo mi novela, y que leo y releo en el metro, el autobús, por la calle y en cualquier sitio; y si no puedo leerlos los acaricio con las yemas de los dedos, para no estar separado, no sentirme separado de la historia de amor y desamor, pequeña y cosmopolita, malévola y dulcísima, que -creo- estoy escribiendo.
El viernes empezó la "fiera del libro" (como la llama Rojo Lago), y quien escribe, por supuesto, aprovechó para fugarse de la Villa and Corte hacia el norte, hacia El Escorial, ese lugar donde hay algunas vacas y árboles que él gusta de llamar: la sierra.
Y así el sábado y el domingo, aunque parezca que haga otras cosas, aunque se mueva con la apariencia de un ser humano, Javier Puebla es apenas una representación de sí mismo, un dibujo, un dibujo pequeño como el de la izquierda, apresurado y ejecutado con cierta torpeza, porque sólo vive y existe para ser vampirizado por historias ajenas, para hacer crecer y engordar a su novela; esa novela que a medida que avanza cada vez le gusta más, importa más y -optimismo de la obsesión- le devuelve la fe en el juego o acto de crear; aunque mañana lunes, cuando regrese a Mad Madrid, tendrá que conformarse con llevarla en el bolsillo, impresa en letra muy pequeña para que quepan las ya largas cien páginas que lleva en apenas cuarenta; el objetivo es poder releerla, no olvidarla, aprovechar los huecos, los momentos -siempre los hay- muertos; relajadamente muertos.

No, no me gusta el trabajo. Prefiero holgazanear mientras pienso en todas las cosas buenas que podrían hacerse. No me gusta el trabajo, a nadie le gusta, pero me gusta lo que hay en el trabajo; la oportunidad de encontrarse a uno mismo.
Joseph Conrad. El Corazón de las Tinieblas

4 de junio. A mí tampoco me gusta el trabajo, suscribo al cien por cien la frase de Mister Conrad. Pero más que holgazanear pensado en las cosas buenas que podrían hacerse me gusta gastar energía en actos inútiles, quizá artísticos o quizá no, pero sí intima y personalmente divertidos. A ello me permití dedicarme el pasado lunes, nueve cuarenta y cinco minutos de la noche. Javier Puebla llega al Retiro, al Paseo de Coches donde se celebra la Fiera del Libro con cinco ejemplares de Sonríe Delgado que le ha pedido un librero que está convencido que Sonríe Delgado es la mejor novela negra que jamás se ha escrito en español y que acabará convirtiéndose, tiempo al tiempo, en un libro de culto. Pero..., la Fiera cierra sus fauces a las nueve y media. Todas las bocas de las casetas cerradas cuando llegó Javier Puebla con sus cinco libros bajo el brazo y el convencimiento de que -estamos en España- nadie echaría el cierre antes de las diez. Y fue entonces cuando decidí ponerme a jugar; un book-crossing. Hace meses que deseaba hacerlo, incluso había planeado (en la línea que Conrad apunta cuando dice lo "las buenas cosas que podrían hacerse") liberar cuarenta y ocho libros el día de mi cuarenta y ocho cumpleaños. No serían cuarenta y ocho pero sí serían cinco. Numerados y dedicados a la persona que se los encontrase.

El primer libro lo "convertí" en una cocacola, abandonado, con la correspondiente dedicatoria en la bandeja donde, tras ajetreado descenso, caen las rojas latas llenas de burbujas y fórmulas secretas. El segundo en la mesa de un bar desierto donde un trío hablaba fatal de Juan José Millás, que naturalmente estaba ausente (me permití afearles la conducta, ganándose, supongo, tres pequeños -o grandes o medianos- enemigos más, para la colección). El tercero lo transformé en "dinero", colocándolo en un solitario cajero automático (un par de guardias se acercaron a mirarme con cara de pocos amigos mientras escribía la dedicatoria para el lector desconocido, colocaba el libro y lo fotografiaba repetidas veces, hasta conseguir el efecto que intuía y buscaba. El cuarto libro lo dejé apoyado en el tronco de un árbol. Y el quinto, fue la colocación más genial, la que me hizo bailar de la risa, lo dejé convertido en ático de una torre, coronando una TORRE DE BABEL .....IAS.

Ningún libro, a pesar de que la Fiera estaba dormida, duró más de diez minutos; todos ellos, y me congratulo, enseguida encontraron el posible lector, o al menos propietario, para el que estaban predestinados. Salí del Parque de Fieras, del Parque del Retiro cuando ya el cielo empezaba a perder sus últimos azules, y cuando iba a cruzar la puerta que me llevaría al exterior apareció ante mí, majestuosa, bellísima, construida en un solo idioma, la Torre del Retiro, y como llevaba la cámara preparada busqué un encuadre adecuado y me llevé la imagen como cierre para el primer día en el diarioweb de esta "libresca" semana. Está mal que sea yo quien lo diga, y quizá aquí, por la reducción de pixels no se aprecie, es una foto preciosa; en mi descargo diré que las fotos no las hago yo, no las hace Javier Puebla, ese que llegó a la Feria del libro pensando que cerraba a las diez y se la encontró dormida, sino uno de mis heterónimos, un tipo de gorra de beisbol permanente, ojos de águila y de nombre Daniel Fénix. Suya es la foto, y la responsabilidad de la misma..

El martes tenía clase, y además estuve un montón de horas preparando nuevas tarjetas-cuento, o cuentos para ser impresos en tarjeta de visita, para regalar a quien me fuese apeteciendo el sábado día que -aún no me lo habían comunicado- me tocaba firmar en la caseta del distribuidor de Ediciones Amargord. Creo que a la feria no regresé hasta el viernes. Había quedado con Enrique Redel, el "editor de raza" como le llamé en mi columna de hace un par de semanas; y al día siguiente, el sábado, y por primera vez en la historia de Redel y de su editorial, el Funambulista, un libro suyo, Porque Nos Gustan Las Mujeres, apareció en el Top Ten de los más vendidos del diario ABC (debería hacerme pitoniso, ganaría un montón de dinero, o al menos más dinero que con la literatura, aunque como adivino una vez tuve la certeza absoluta -y lo escribí, y lo guardo- que uno de mis personajes, aún prácticamente inédito (estoy con la segunda novela y la primera se publicará, espero, muy pronto), me haría rico (aunque para mí ser rico no debería ser muy complicado, con un par de milloncitos de euros me consideraría como tal). El sábado vendí once libros en la caseta 330 de la Feria, y conocí a Consuelo, la distribuidora de Amargord, y a su chico, el encantador Eduardo (encantador a pesar de ser banquero; aunque bien pensado conozco más banqueros encantadores que políticos honrados, por ejemplo). Y el domingo..., hacía tanto calor. Me encontré con Achero Mañas en la pisci y dos horas después con su hermano Federico (acompañado de Rodrigo, su hijo de seis meses) en la Fiera. Mi ida era avanzar en el reportaje caprichoso que estoy haciendo para quien quiera comprarlo, quizá sólo para esta web, con imágenes insólitas, encuadres diferentes, de los Feriantes (feriantes del libro); pero hacía demasiado calor, me había dado un golpe en la mano al salir de la piscina (el ejercicio no siempre es saludable) y me dolía la muñeca al sostener la cámara, así que me conformé con un par de imágenes antes de quitarme la gorra negra que me sirve para convertirme o transformarme en Daniel Fénix y caminé hasta Cavanilles Street donde cogí un autobús que me dejó en la puerta de mi solitaria casa; mi chica y el cachorro estaban pasando la tarde en casa de los primos. Abrí el ordenador, el programa donde escribo este diario y me puse a teclear las palabras que ahora - en otro caso no existirían- está leyendo alguien; alquien que quizá conozco o quzá no, pero que, en cualquier caso, no es "yo mismo".

La fascinación le impulsaba. La fascinación le mantenía ileso
Joseph Conrad. El Corazón de las Tinieblas

11 de junio. Javier Puebla podría haber pasado la semana saltando de fiesta en fiesta, de cena en cena, de desayuno de trabajo en desayuno de relajo; pero se ha contenido. ME HE CONTENIDO. El lunes sí que acudió a una cena, genial, divertidísima, diferente, porque la invitación fue inesperada, como una corriente marítima que con sus dedos cálidos atrapa el casco de la nave y le desvía, sin violentarlo de su rumbo.
Sucedió que telefonée a Manuel Domínguez (en la foto, después de la cena y con mi sombrero de verano), quien acababa de llegar a Madrid y sugirió que nos viésemos. Pensé que quedábamos para charlar más o menos en privado, pero era casi una reunión de "la Tertulia de los Tigres". Estaban Gorka Landaru, Alejandro, el corresponsal en Finlandia (nada menos) de Cambio16, Paco Egea, la hasta ahora siempre invisible Marta (secretaria de Manolo en Sevilla) y uno de los tipos más ingeniosos que he conocido en los últimos tiempos (contó una historia sobre los osos panda en su último viaje a China, los panda follando y los papás tapando los ojos de sus niños que nos hizo reír hasta las lágrimas), me estoy refiriendo a Gabriel García-Rico, el único que no sale en la foto, porque se había ido ya cuando nos la disparó el camarero.


Acabamos a la una largas, y aunque los protagonistas de la velada, algunos de los protagonistas, siguieron tomando jarabes nocturnos hasta altas horas de la madrugada (exagero) el firmante de esta página, Javier Puebla, prefirió meterse en el metro, pasar largos minutos en el andén y aún más largos en el interior de un tren que le llevaba en dirección a su casa: porque tenía su novela en el bolsillo e imaginaba, acertando, que esta novela iba a separarse más de ella, de su novela, de lo que resulta conveniente, que por mucho que se esforzase le costaría volver a sentirla como parte de sí mismo, a pesar de la conexión ombligo a ombligo que tiene establecida con uno de los protagonistas (virtual, no como los anteriores) de la narración: Tigre Manjatan.

La siguiente noche también había cena, tardía en esta ocasión, pues previamente se habían entregado los premios Cambio16 del año y Puebla, aunque había llegado tarde, aún tuvo tiempo de ver a Anita Lagartijita y los otros premiados sobre el escenario, pero no se quedó a la cena porque ... ¿les he hablado de la novela, de la tos de los niños, de la soledad y los paseos nocturnos? Sí, les he hablado. No hablo de otra cosa en los últimos tiempos, me temo.
Cuando llegué a casa, el niño ya tranquilo, la novela sin acabar de repasar, encendí la tele y me encontré con una cara conocida, la mía, en el programa que Las Noches Blancas dedicó a Enrique Meneses (la foto collection más arriba, en las notas del 21 de mayo).
El miércoles estuve en la Fiera. El jueves estuve en mi casa. El viernes...., ah, el viernes fue divertidísimo, me lo pasé como un simio en un árbol, como un mono entre fieras: se celebraba la gran fiesta anual de Planeta, en la que jamás falta de nada, la organización es perfecta, siempre se conoce a gente interesante (en esta edición, y por puro cruce en la terraza, estuve charlando un rato -de humano a humano- que es como me gusta a mí hacerlo, con Pilar Cortés; me encantó, a pesar de ser editora. Conocí a más gente, pero mi estado de ánimo más que empujarme hacia las relacciones públicas me animaba a la risa, a divertirme sin más. Acababa de leer una frase de Hesse, que quizá debería haber encabezado el diario de esta semana. La pongo y continuo.

....había pensado más que otros hombres, poseía aquella segura reflexividad y sabiduría que sólo tienen las personas verdaderamente espirituales, a las que falta toda ambición y nunca desean brillar, ni convencer a los demás, ni siquiera tener razón
Herman Hesse. Der Steppenwolf

Pues ese era el ánimo del empático señor Puebla, no deseaba ni tener razón, ni convencer a los demás, ni brillar y sólo le apetecía, a paseo con todo, divertirse cuando decidió ponerse su Stetson neoyorquino, a pesar de ser primavera, y un plumífero sin mangas, pues el tiempo andaba lluvioso y siempre hay que proteger la cabeza y la cámara. Así que tras autorretratarse en el pasillo de su cómodo apartamento... salió de casa en dirección hacia el quizá menos cómodo pero un millón de veces más hermoso palacete que Planeta posee en el Paseo de Recoletos.

Llegó de los primeros, porque la asistencia al evento se la había confiado, suele hacerlo, al azar. Si aparco cerquita..., me quedo. Si no logro donde aparcar me voy de paseo sin rumbo definido; y casi deseaba no encontrar donde estacionar su Volvo más bien enorme, pero encontró un sitio ad hoc, perfecto, en la mismísima puerta, por lo que llegó de los primeros, de hecho sólo estaban David Torres, un hada madrina de nombre inolvidable que naturalmente Puebla olvidó (pero lo recordará, lo recordará), y una amiga de la mencionada hada madrina. Dos horas después el metro de Tokyo en hora punta era un chiste en comparación con la densidad de bebedores por metro cuadrado en el último piso del palacete. Llovía con traviesa frecuencia, obligando a los asistentes a abandonar las terrazas y agolparse en el interior. Estaba todo el mundo, largo, trabajoso e inútil sería citarlos a todos. Basten un par de fotos...(a Machado "debemosle cuanto escribió", pero en mi caso "debeísme cuanto escribo y filmo o fotografío, sobre todo si tengo la paciencia y buena voluntad de colgarlo de esta web).

En la primera imagen Lucía Etxebarría luciendo escote y bonito sujetador morado, ante el interés de Eduard Gonzalo y la "delicada" mirada del profesor Lago. Hay más fotos de Lucía en la carpeta del ordenador correspondiente, todos querían fotografiarse con la Etxebarría, yo también (lo hice). Sin embargo, y ya para terminar que esto quedando largo y tengo ganas de irme a nadar un rato (mi vicio-obligación diario), voy a incluir otra imagen en la que quien apretó el disparador de la cámara es mi compañero de escena, el señor don Fernando Sánchez-Dragó, cuya imagen me permití manipular a mi modo y capricho, ya que con todas las fotos, antes de colgarlos, ahorcarlas en el árbol de la web, hay que tratarlas con Photoshop. Cierro, jugando como si nada tuviera importancia, quizá porque no la tiene aunque a veces nos lo parezca, con la foto de Fernando (insisto en que le disparó él) modificada. Hasta la semana que viene en la que, espero, pondré el reportaje que hice en la Fiera del Libro (alguna foto será del Planeta Party, y está sin acabar, me faltan imágenes, pero siempre falta algo). Bye.

El que no tenga ánimo para sufrir es mejor que se retire a sí mismo, si es que a sí mismo se puede tolerar
Baltasar Gracián, El Arte de la Prudencia (159)

18 de junio 2006. Tendría que estar Javier Puebla trabajando en su novela y no en este diario que nadie le pide, obliga o siquiera sugiere que escriba cada semana. Y quizá por eso está Puebla sentado ante el ordenador escribiendo este diario que nadie le solicita, porque no hay obligación ni compromiso, lo hace porque quiere y en cualquier momento puede pararlo, detenerlo, borrarlo entero, y sólo ante sí mismo tendría que responder pues nadie paga por leerlo, nadie puede exigirle que lo continúe y no lo borre. Pero resulta penoso que pierda el tiempo de esta manera, con esas frases relamidas, literarias, que dicen lo mismo una y otra vez en lugar de bajar a la mina de diamantes a coger las mejores aristas para su novela que, bien pensado, tampoco nadie le solicita que escriba pero... y ahí está la diferencia... tal vez alguien arriesgue un día su dinero para publicarla, verla (o al menos soñarla) convertida en un éxito, en un canto a la maravilla de la ficción. Ahí está el peso, en ese futuro, en ese tal vez. Dejemos la novela, dejemos a Javier Puebla. Saltemos sobre Madrid. Vayamos a la Casa de América, no es viernes, como lo era unas líneas más arriba, sino martes. Hay una conferencia sobre Rubén Darío, organizada por el profesor Carlos García Gual y con dos ilustres ponentes: el "nica" Sergio Ramírez y el poliédrico e impresibile Luis Alberto de Cuenca. Pedazo de conferencia (y el personal loquito por las patadas al esférico del mundial; pero también hay raros, gentes como Puebla o María Pérez o Sol de Diego, que a veces van a conferencias; porque darlas no es tan raro, de hecho suelen ser remuneradas y a ojo de buen cubero me atrevería a afirmar que en mi caso he dado más charlas que asistido a las mismas. Divago. Si sigo así la novela, cuando acabe con el diario seguiré con ella (¡podría escribir doscientas páginas de diario seguidas!). Bromeo. Volvamos a Rubén. Lo genial de la conferencia era la disparidad de los puntos de vista. Ambos eran expertos, eruditos de la materia que trataban, pero mientras Luis Alberto lo hacía ante todo desde la literatura Sergio prefería al hombre, al personaje, al nicaraguense mítico y ejemplar a quien extirparon el cerebro de la cabeza para ver cuanto pesaba (1850 gramos) segundos después de que el mulato Darío expirase. Si sólo hubiese hablado uno de los ponentes la conferencia habría sido interesante, pero al arrojar luces distintas, y no contradictorias, dos focos diferentes Darío se convirtió para Javier Puebla en un semidiós del que incluso está dispuesto a repasar sus versos (de facto apenas lo leyó en su juventud, Puebla rara vez lee o ha leído poesía; lo suyo son los cuentos y las ...¡no, otra vez las novelas!). Otro salto, vayamos al jueves.

El jueves es un día especial en la vida del autor de este diario, a partir de este momento El Capitán, pues aunque sólo es 15 de junio está celebrando la fiesta de fin de curso con sus alumnos, a partir de este momento: La Tripulación. La fiesta es una travesía-cena y el lugar un lago, un pequeño lago en una calle pequeña que pertenece a una de las tripulantes; la maravillosa oficina-loft de Mara Mugueta. El tema del día es el erotismo; los personajes creados por Los Tripulantes han crecido, están en Plenitud, y se merecen "una alegría pa el cuerpo". Los relatos, como casi siempre -sobre todo a partir del segundo trimestre- son magistrales (podrán verse en esta web dentro de unos días pinchando las fotos de niños o adolescentes de los Tripulantes, previo paso por la imagen del barco azul o rojo situados en la portada). Les confieso cuando me piden que hable (demasiada generosidad para el humilde capitán), cuando ya hemos cenado cuscús marroquí, empanada gallega, pastel de espinacas, carne argentina y otras muchas maravillas), les confieso, repito, lo que ya saben. Que escribo desde los cuatro años, que para mí escribir es como pasear o dormir o jugar eróticamente; pero que siempre había pensado que era un oficio, un juego, una pasión ... de solitario (el escritor, el más solitario de los animales, Durrel dixit), y que con ellos, gracias a ellos, he descubierto que el juego, el oficio, la pasión, pueden compartirse. Reímos, disertamos, no bailamos para no molestar a los vecinos, nos hacemos fotos y acabamos realtivamente temprano o relativamente tarde, pero en cualquier caso absolutamente contentos, relajados y unidos).

Han sucedido más cosas esta semana: por ejemplo, que me compré -y no podía permitírmelo, pero cerraba mi tienda favorita y era en aquel momento o nunca- nada menos que seis sombreros; o que me encontré a Luis Berlanga en un sex-shop, pero eso son otras historias (la segunda puede leerse en la columna titulada BERLANGA), y yo lo que tengo que hacer esta noche no es ponerme a escribir, sino a leer, a leer esa novela con la que más que luchar bailo (y me gusta bailar con ella), pero que por un motivo u otro acabo dejando sentada en una silla mientras bailo con otras cosas, otras personas, otros mundos que se pretenden, quizá con razón, prioritarios. Es viernes. Sopla una brisa suave. Apenas pasan cuarenta minutos de la medianoche. A lo lejos se escucha el murmullo de la m-30. Desde niño, desde que recuerdo, me gustan, encandilan, estas noches que parecen no van a acabar jamás, las largas y suaves noches de Madrid en verano.

 

Oh, mi Dios, enséñame a ser irreflexivo
Hanif kureishi, INTIMIDAD
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25 de junio. El lunes Javier Puebla se empeña en una aventura innecesaria, o al menos teóricamente innecesaria. Tiene que hacer llegar a su amigo Fernando Sánchez-Dragó un sobre con un par de recortes de periódico y dos fotos digitales que ha hecho el esfuerzo previo de pasar a papel. Lo normal fácil lógico evidente era echar el sobre a un buzón o en caso de desconfiar en la eficacia del servicio postal (en efecto, Puebla desconfía) bastaba con llamar a una empresa de mensajería. Pero eso era demasiado sencillo, insuficientemente mágico. Por ello Javier primero telefonea a Fernando, a quien no encuentra, luego a Arancha, su ayudante o secretaria, y como respuesta escucha que son días complicados, que ninguno va a estar en casa, tampoco Naoko, la mujer de Fernando, que sale justo en ese mismo momento. Aún así Javier Puebla camina desde Santa Ana, que es donde recoje las fotos en papel, hasta la casa de Fernando; se equivoca de calle, llama a timbres equvocados y al final se limita -su capacidad de magia es muy limitada- a dejar el sobre en un bar de confianza, el Palentino. El sobre queda sobre una estantería de cristal, pegado a la vidriera que da a la calle y Javier tiene la sensación de que aún puede perderse, de que el trabajo (un trabajo que parece una nadería, dos recortes, dos fotos; pero detrás hay voluntad, llamadas telefónicas, días) puede perderse, y busca, fabrica una prueba de su pequeña gesta, pide a una chica de sonrisa elástica que le fotografíe, pero no una imagen cualquiera a lo turista, sino algo más historiado; y por ello primero se prepara, abre su libreta, saca el rotulador rotring 0,2 y sólo entonces pide a la chica de sonrisa elástica que apriete el botón del disparador. Todo es falso en la foto: en la libreta escribe Javier "estoy escribiendo para que me hagan una foto), el camarero que hay detrás sonríe ante el montaje, y un borracho situado a la espalda del "hombre que escribe"-que el enmaquetador de esta página ha suprimido al tratar la imagen con Photoshop- le grita a las chicas que le fotografíen a él.
Minutos después Javier Puebla baja sonriendo, contento, como si hubiera hecho algo, por la calle que lleva su nombre, la calle de La Puebla, y se permite jugar un rato, privado y secretamente, entre las venas y arterias del corazón de Madrid, pero esa es otra historia que no voy a contar aquí, porque ya me estoy alargando y no quisiera dejar de hablar del jueves.

Jueves. Javier Puebla visita la biblioteca de Luis Alberto de Cuenca. Antes ha habido una comida. Antes ha conocido a su hijo Álvaro. Hay dos protagonistas más en la historia. Uno el inigualable, la mejor mente criminal (o editorial) de la literatura española, Emilio Pascual, y un fotógrafo llamado Pedro. Va a participar en un trabajo hercúleo, y de algún modo tan innecesario como su viaje por el corazón de Madrid con un sobre para Fernando Sánchez-Dragó bajo el brazo. De hecho nadie cuenta con la ayuda de Puebla, nadie le necesita; es un invitado de lujo, y él se siente feliz como un amante del cine al que invitan a un rodaje con dos de sus actores predilectos. Lleva su cámara, que dispara medio centenar de veces, pero finalmente Emilio Pascual le encuentra una misión, le convierte transforma transfigura en secretario. Puebla toma notas de cada ilustración, de cada pie de página de los 144 fotograbados de la edición francesa de las Mil y Una Noches que Luis Alberto tiene en su biblioteca impagable (una casa en la que sólo hay libros) que a su vez Emilio utilizará en la edición española que para Cátedra está terminando ya el poeta Jesús Urceloy. Son cuatro horas sin tregua. Tiene que ser el propietario de los libros quien los manipule: es la ley cuando son muy valiosos y alguien pretende reproducirlos o fotografiarlos. Acaba agotado. Todos acaban agotados, pero Javier Puebla salió, salí, con una sensación de felicidad de la la casa llena de libros, en la que también había efigies de Tintín, Mickey Mouse, la Masa o el "Increíble Spiderman". Sería fácil explicar su sensación de felicidad, un escritor puede explicar cualquier cosa, pero inadecuado en un diario -cómo este- que está abierto, expuesto a las miradas de cualquiera que lo encuentre y mire. Así que prefiero repetir la frase de más arriba: Javier Puebla salió con una suave sensación de felicidad de la casa llena de libros.

¿Y no he dicho nada del miércoles? El miércoles conocí a "la pequeña" Carmen Posadas, quien al ponerse en pie era altísima, estilizada, poderosa, en suma: una mujer de quitar el hipo. Sucedió durante la presentación de Las Corrientes Oceánicas, de Félix J. Palma, organizado por Óscar Oliveira, el responsable de prensa de la editorial Algaida, donde Carmen hacía de madrina, envidiable, de Félix Palma (había leído sus cuentos, ¡sus cuentos, señores, sus cuentos!En este país donde nadie publica cuentos y menos aún los lee). En un principio nunca había pensado que conocer a Carmen Posadas pudiese ser una experiencia digna de ser consignada en un diario, pero claro: aún no la conocía, no imaginaba su saber estar, atractivo ni discrección. Pero no sigo porque...
ese mismo día Javier Puebla salió de la presentación y se dirigió a un palacio para ver a una "princesa". Pero al llegar hasta el torreón donde un portero con llave le franqueó la entrada tuvo la sensación de que se equivocaba, que no se trataba de una princesa, sino de una reina, y no pudo evitar el pensamiento que los Cazadores de Cuentos tienen derecho a entrevistarse con princesas, pero que es honor inmerecido hacerlo con una reina. La historia comenzó hace ya varios meses, y es larga por la sutileza de los detalles, y también inadecuada para escribirla ante el mundo, así que no voy a contarla de momento-y quizá no lo haga nunca. Es sábado por la noche, la una; hace calor, me merzco dejar de trabajar un rato, salir a dar un paseo por la Lonja del Monasterio de El Escorial, quizá tomarme un Oporto en Croché, mirar las estrellas, comprobar si está presente u oculta la cara de la luna.

El domingo por la mañana me llama Dragó para agradecerme el envío con el que comienza la crónica de esta semana. Domingo. Por la mañana. Cuando todos duermen o pierden el tiempo o descansan. Por eso Dragó es Dragó y hay tantos y tantos que se creen dioses o semidioses y no son nada.

 

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